
Palabras. Son solo palabras. Ésta fue la respuesta que un día le di a Ramón. Palabras que se unen y que dejan un rastro. Ahora me apetece andar hacia atrás, arrastrando una rama de olivo que borre ese camino.
Quisque no ha muerto. Su corazón palpita, un poco más lejos que antes, pero late. Quisque se ha confundido y no se reconoce en el espejo. No sabe a quién afeita, ni a quién peina por las mañanas. No quiere ver su rostro en la superficie de la sopa. Quisque se ha cansado de repetirse. Quisque se marcha.
Palabras. Son solo palabras. Cuando busco la línea que separa al turista del viajero. Palabras. Cuando el viajero se convierte en ciudadano. Más palabras, pero cómo pesan en la memoria.
Quisque se marcha de Bolonia, de los aviones, de Chiara o de aquella chaqueta colgada en el baño. Azules y rojos se funden en su vida. Quisque se marcha y el azar determinará si alguna vez regresa. No recoge nada, no hay más equipaje que las palabras borradas. Todo se queda sobre la cama, sobre las piedras y bajo los arcos de vía Zamboni. Todo se va al infierno.
Palabras. Son solo palabras. Si Quisque fuera una sería “vida”. Nada más. Con sus llegadas inesperadas, sus despedidas sin sentido. Sería vida. Con historias que se acaban y otras que quedan flotando en el viento.
Quisque se diluye en la multitud. Para ser todo quisque.