miércoles, 30 de diciembre de 2009

comisaria de Bolonia: anexo

Quisque sigue girando. Observa las caras, los ojos que descubren su equipaje y suspiran. Las maletas. El cajón que guarda nuestra vida. Qué hacer si desaparecen nuestras maletas. Se informa a los viajeros que no pierdan de vista su equipaje. Toda la vida metida entre cuatro paredes. Quisque sigue girando. Él también es una caja de recuerdos, pero nadie se atreve a llevárselo.
Las maletas son recogidas. La cinta se queda vacía y él gira. Hacia la derecha, en dirección contraria al tiempo, en busca del amanecer. Solo. Ya nadie le mira, no se alborotan frente a su particular tiovivo. Todo parece detenerse y en segundos se informa por megafonía de un nuevo aterrizaje. De nuevo el giro, los ojos ansiosos, la relajación, la mano que aferra la maleta como un salvavidas y el olvido. Mira mamá, hay un señor en la cinta de las maletas. No hagas caso, tienes que estar atenta a tu maleta azul, cuando aparezca la tienes que coger fuerte. Pero la niña no deja de mirar a Quisque. Se reconocen. La señora que la acompaña busca con desesperación la maleta. No aparece. Corre hacia el puesto de la policía y la niña se queda frente a la cinta. Mira a Quisque. Se sube y comienza a girar. Mira mamá, es muy divertido. Sube. La madre mira a Quisque como a un degenerado. Cuando la niña se acerca, la madre la toma del brazo y la arrastra como una maleta. Quisque espera paciente a que alguien haga lo mismo con él. Mientras tanto gira y disfruta de la cara de los viajeros.

martes, 29 de diciembre de 2009

comisaria de Bolonia



Nombre: Quisque

Apellido: no responde

Profesión: viajante

Nacionalidad: española

Varón que ha sido encontrado vagando por las dependencias del aeropuerto de Bolonia. No porta documentación ni equipaje, sólo un folio arrugado en el bolsillo. No comprende nuestro idioma. Le hemos ofrecido la posibilidad de hablar con algún conocido y sólo nos ha dado esta dirección: culturajos.blogspot.com. Si alguien lo conoce que se ponga en contacto con la policía de Bolonia.

Circunstancias de la detención:

Quisque estaba subido en la cinta de equipajes de la Terminal del aeropuerto. Miraba a todos los viajeros con atención. La denuncia fue interpuesta por una señora que acusaba al detenido de abuso a su hija, menor de edad. Al ver a la niña Quisque ha llorado y ha escrito el siguiente documento (ver documento anexo).

Procedemos a su retención en las dependencias policiales a la espera de que alguien pueda responder por él.

Firmado: Massimo Tortola (poeta y policía)

lunes, 28 de diciembre de 2009

El coleccionista de bolígrafos rojos

Saco el móvil para llamar a María y decirle que no me espere para comer.
- María, oye no me esperes para comer que aquí tengo para rato. Sí, ya sé que te dije que hoy no empezaría a trabajar pero es que tendrías que ver a mi nuevo jefe. Es un vejestorio amargado que huele a rancio. Ahora mismo me ha mandado actualizar una gran columna de papeles que a nadie le importan pero creo que voy a pasar de...

Siento una respiración agitada en mi nuca y una estela de sudor frio baja por mi espalda. Le cuelgo a María y me quedo inmóvil sin atreverme a darme la vuelta. Al fin lo hago y me topo de frente con el aliento de Don Fulgencio Colmenero.
Esto es el fin, pienso, este ha sido el trabajo más corto de mi vida. Este tío tiene pinta de ser muy rencoroso y seguro que me echa a patadas por todo lo que acabo de decir, o pero aún... mira que cara de loco tiene. Este me mata y me encierra en una de estas habitaciones donde jamás seré encontrado. Me perderé en el olvido y cuando todos se cansen de buscarme archivaran mi caso mientras Don Fulgencio Colmenero explota a otro desesperado como yo en encontrar trabajo.
Don Fulgencio Colmenero rebusca algo en su bolsillo y se vuelve a escuchar aquél tintineo estridente. Al sacar la mano cierro los ojos esperando lo peor.

¡No Don Fulgencio! Le prometo que ha sido un malentendido, no volverá a suceder....
Entonces escucho sus gruñidos. Don Fulgencio Colmenero sostiene un bolígrafo rojo.

- Disculpe, con las prisas he olvidado decirle algo de suma importancia. En este instituto el único color que está permitido utilizar al personal contratado es el rojo. Tome este y para el próximo día intente traerse el suyo pues no estamos aquí como para ir regalando bolígrafos al primero que entre...

Siento un gran alivio al comprobar que aquel vejestorio no ha escuchado nada de lo que he hablado con María. Se aleja de nuevo hacía la puerta pero esta vez se detiene en seco.

- Por cierto, ¿Podría entregarme ese teléfono móvil que esconde en el bolsillo derecho? En el instituto Eduardo Asquerino está terminantemente prohibido su uso- Saco el móvil del bolsillo y se lo entrego sin rechistar, como cuando eres pequeño y temes recibir un enorme castigo si no obedeces lo que te ordenan- También le cerraré la puerta con llave. No se lo tome a mal, pero creo que es la única forma de que no se distraiga. Si necesita hacer sus necesidades encontrará un orinal bajo la mesa. Antes de marcharse a casa lo saca usted y lo vierte en el retrete pues yo no pienso andar tocando sus desechos ¡Por el amor de Dios!

Se marcha cerrando la puerta. El movimiento de la llave en la cerradura produce un ruido metálico y triste, después escucho sus pasos alejándose por el pasillo y lo imagino caminando con sus pies diminutos, como levitando por las oscuridad de aquellas viejas aulas.

La habitación está en silencio y a oscuras. La luz del flexo sólo ilumina el escritorio, parece como si lo hubieran colocado de manera simétrica para ser absorbida por la montaña de papeles pendientes dejando en penumbra el resto de la habitación. Me imagino a Don Fulgencio Colmenero colocando aquella lamparilla, estudiando con su mirada de topo que posición es la más correcta para que no me distraiga mientras sostiene una maléfica sonrisa y piensa “A este instituto sólo se viene a trabajar, no están permitidas las distracciones”
Pero aquello no le serviría de nada a Don Fulgencio Colmenero, porque ahora mismo voy a coger la lamparilla y me pondré a inspeccionar aquel cuartucho.
Es inútil, el flexo está atornillado a la mesa y esta a su vez atornillada al suelo. Es imposible moverlo, aquella luz estática ha sido creada únicamente para alumbrar el escritorio y la gran cúspide de papeles que hay encima. Vuelvo a imaginarme a Don Fulgencio Colmenero atornillando la mesa iluminado por aquella luz que solo obedece sus órdenes y esta vez sonriendo a carcajadas mientras dice “no ha existido criatura en la tierra que venza a Don Fulgencio Colmenero”.
Me embarga un gran temor. Deseo salir de allí pero no puedo, la puerta está cerrada y todo está a oscuras. Aunque consiguiera escapar de aquella habitación no sabría como encontrar la salida, no dispongo de la linterna y tampoco conozco aquellos pasillos laberínticos. Empezaré a trabajar y quizás, cuando termine de poner al día aquellas cuentas podré salir de allí y no volver jamás.
Me acomodo en el respaldo de la silla observando todos los papeles por revisar. Desde 1985 hasta 1992 todo está en orden. Avelino, el antiguo contable de Don Fulgencio había realizado una labor brillante pero a partir de ese año las cuentas comenzaron a sufrir repentinos cambios y varias incoherencias. Leo detenidamente aquellos documentos y subrayo con el bolígrafo rojo todos los vacios legales que voy encontrando para que una vez revisados todos los libros de cuentas empezar de nuevo arreglando aquel desastre. Cada vez que levanto la vista me recorre un escalofrío al ver aquella habitación sin formas que se abre ante mí. Seguro que está lleno de ratas, pienso, y sigo con el trabajo.
No podría decir el tiempo que he pasado revisando papeles. Nunca me ha gustado llevar reloj y en aquella oscura habitación, sin un sol que indique el fin del día, es imposible saber en qué momento estoy. Podría haber estado cinco minutos revisando papeles o tal vez tres horas, es imposible saberlo. De repente escuchó la cerradura de la puerta. Alguien ha entrado a la habitación. Sus pasos son lentos y un olor a marihuana y a perfume de fresa inunda la habitación, pero es imposible asociar una imagen a aquellos aromas.

- ¿Te importa si fumo?-dijo aquella sombra. Era una voz de mujer

sábado, 26 de diciembre de 2009

El coleccionista de bolígrafos rojos




Volvimos a salir a aquellos pasillos oscuros donde parecía que en cualquier esquina habría algún tipo de peligro o una alimaña sedienta de sangre humana.En el piso superior parece que la vida empieza a brotar poco a poco. Paseamos frente a las aulas donde hay reducidos grupos de alumnos. Me llama la atención que en ninguna de las clases hay profesores. Todos los alumnos miran una especie de televisor antiguo. Siento una gran curiosidad por lo que ocurre allí dentro pero en el momento en que me detengo para echar una ojeada siento la punzante mirada de Don Fulgencio Colmenero y no me atrevo a replicar.


- Aquí es donde están todas las aulas. Como puede comprobar en mi instituto está totalmente prohibido el acceso a la luz natural. Es algo comprobado que la luz del sol distrae a los alumnos y eso es algo que no podemos consentir. Esta medida también le incumbe a usted pues en su despacho tendrá que valerse de un pequeño flexo que le he mandado instalar. Le recomiendo que no intente abrir ninguna ventana pues todas están selladas y cualquier desperfecto que provoque le será descontado de su sueldo.

Aquella confesión me pilla desprevenido. Cada vez me gusta menos este lugar. Me siento un enano atrapado en las fauces de una gran bestia. Podría perderme por aquellos pasillos oscuros y no regresar jamás.Seguimos avanzando hasta llegar a otras escaleras. Estas forman una espiral que ascienden al piso superior donde se ocultan en la plenitud de aquella noche perpetua. Me agarro fuerte a la barandilla y subo tras Don Fulgencio con paso tembloroso. De repente se detiene en seco en mitad de la subida y mi nariz se clava en su espalda. En aquel momento puedo percibir un olor a encerramiento y soledad seguidos por sus gruñidos ante mi torpeza.En el piso superior la imagen es más desoladora de cuanto había visto hasta entonces. Estamos ante un pasillo sumido en la oscuridad total. Don Fulgencio saca de su gabardina una linterna y seguimos avanzando sobre el suelo de madera que emite destemplados alaridos con cada paso hasta que llegamos ante una puerta hinchada por la humedad.



- Usted se instalara aquí, es lo más adecuado. Cómo puede observar es un lugar muy tranquilo, idóneo para que realice su trabajo sin ningún tipo de distracciones. Mandé subir todos los papeles que dejó a medias ese gandul de Avelino, mi antiguo contable, así que podrá empezar de inmediato su trabajo.


Aquello rompió todos mis esquemas. No pensaba que el primer día me iba a poner a trabajar, además, todavía no tenía contrato y creí que aquel primer día se limitaría a una visita por el centro, el aprendizaje de unas nociones mínimas sobre las costumbres de mi nuevo jefe y el resto de la mañana lo podría pasar paseando y bebiendo cerveza con María para celebrar mi nuevo empleo.Miro hacia atrás y no alcanzó a ver la escalera por la que hemos subido. Frente a mí aquel pasillo tampoco parecía tener fin. Don Fulgencio rebusca en los bolsillos de su gabardina las llaves de la habitación creando un tintineo estridente con cada sacudida. Al fin saca una gran llave entre gruñidos.


- Este será su lugar de trabajo- Dijo señalando un antiguo escritorio de madera de roble con una gran cúspide de papeles alumbrados por la luz de un flexo- Será mejor que comience de inmediato. Quiero que ordene todas las hojas de cuentas desde 1985 hasta el día de hoy actualizando las que falten.


No me da tiempo a replicar. Cuando quiero hacerlo Don Fulgencio Colmenero ya se ha marchado del despacho. Me doy cuenta de que la habitación está completamente a oscuras, sólo puedo ver la mesa con los papeles pues el flexo no ilumina nada más en todo el habitáculo. Llego a tientas a la mesa y miro el rimero de papeles. Saco el móvil para llamar a María y decirle que no me espere para comer.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El coleccionista de bolígrafos rojos

Camina por los pasillos de las aulas con las manos dentro de una gabardina que le queda demasiado grande y un sombrero de copa pasado de moda. Es largo y encorvado, como un ciprés que amenaza con caer en cualquier momento. Le veo acercarse desde lejos con la blanca luz de un día de lluvia brillando a sus espaldas. Es como una sombra, como un fantasma que vaga por aquellas oscuras aulas que dirige desde hace cincuenta años. Me resulta curioso el tamaño de sus pies, son diminutos, casi inexistentes, lo que le da a sus andares un toque de ingravidez.
Se llama Don Fulgencio Colmenero y me ha mandado esperar bajo un gran oso blanco disecado que ocupa el centro de la entrada del instituto.La luz es escasa, tan sólo una ventana al final del pasillo deja filtrar la tenue luz del exterior.
Don Fulgencio Colmenero ha llegado a mi encuentro. Me inspecciona de arriba abajo encarando las cejas con el rostro pálido. Siento un gran temor al verme preso de sus ojos cavernosos, de sus ojos de fantasma.

-Usted debe ser el nuevo. ¡Acompáñeme!

Sin decir ni una palabra me adentro por los pasillos tras aquella sombra. El instituto Eduardo Asquerino es bastante viejo. Tenía entendido que el carácter hosco de su director le había creado bastantes enemistades en la conserjería por lo que con el paso de los años se había convertido en un lugar marginal y apartado del mundo. Apenas hay alumnos en los pasillos ni profesores en la cantina, es más, juraría que en este momento sólo estamos Don Fulgencio y yo. Me invita a que pase a su despacho. Tal y como había imaginado, aquella habitación es una extensión más de la humedad y la penumbra del edificio. Apenas entra la luz y un pequeño flexo ilumina el despacho.
Mientras Don Fulgencio Colmenero toma asiento busco en las paredes algún símbolo que me hable de su vida pero sólo encuentro algunos diplomas y una mención especial a su labor como docente por el consejero de educación de 1979. La mesa está repleta de viejos recortes de prensa y carpetas con papeles amarillentos. Está claro que Don Fulgencio Colmenero hace tiempo que dejó de vivir.
Sentado en su silla comienza a gruñir mientras busca algo en los cajones de su escritorio. Finalmente saca un bolígrafo rojo y sin ofrecerme asiento revisa con minuciosa atención mi curriculum de contable.
Se crea un gran silencio en la habitación y comienzan a sudarme las manos. Pasa las hojas y ninguno de mis meritos profesionales hace efecto en su severo rostro. Finalmente levanta la mirada y garraspea.

-Veo que tiene usted experiencia en auditorías internas y manejo de sistemas informáticos. Pues le anticipo que eso no sirve de nada en este instituto ya que todo sistema informático está terminantemente prohibido. Su trabajo ha de realizarse de forma manual. Aquí se entra a las ocho en punto y se sale cuando a mí me dé la gana. Se gana 600 euros al mes que serán ingresados en un sobre dentro de su taquilla. No puedo permitirme hacerle contrato por el momento. ¿lo toma o lo deja?

Claro que lo tomaba. Las condiciones eran tercermundistas pero necesitaba el dinero. Intento asentir con la cabeza pero Don Fulgencio Colmenero ya se ha levantado y camina hacia la puerta.

-¿Qué diablos hace, piensa quedarse allí toda la mañana? Vamos, tenemos mucho trabajo por hacer.

Continuará...

lunes, 21 de diciembre de 2009

Y amanece

El autor de la entrada es "El potro de la venta el pino" desde Culturajos agradecemos mucho su aportación.
He salido a la calle abrazado a la tristeza. Las palabras de Fito se convierten en mi máxima de todos los días al abandonar el portal para convertirme en otra de las piezas que dan forma a este puzzle de ciudad. Introduciéndome en su procesión de almas errantes, de caras desconocidas que componen la fauna de la urbe. Mi ritmo, que aun es el del primer café de la mañana preparado a fuego lento mientras las legañas de la noche desaparecen por el sumidero, colisiona de frente con el de mi ciudad, que como toda ciudad tiene su particular forma de medir el tiempo. Aquí las horas son minutos, los minutos son segundos y los segundos… para ser sinceros, no tiene cabida hablar de segundos en la ciudad. Por esta razón me veo abrumado por el paso de los demás viandantes a los que ya robaron su personal manera de ver transcurrir el tiempo, convirtiéndolos en imágenes difuminadas a mi paso, todos imitadores del conejo de Lewis Carroll, con un destino y una urgente hora de llegada, presas del pánico por no perder su cabeza. Poco a poco seré engullido por las fauces de un monstruo al que es difícil oponerse, formando parte de este mosaico de imágenes inconexas. Pero cuando casi estoy a punto de rendirme, cuando la tristeza entrelaza sus pálidos brazos contra mi pecho con tal fuerza que comienza a faltarme el aliento para dar los primeros pasos, las luces del orto despuntan sobre los edificios con un hálito de esperanza. Aprovecho mis últimos segundos antes de comenzar a andar para sonreír recordando que por oscura que sea la noche siempre amanece, que no es poco.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Quisque ha encontrado un papel en el bolsillo

He dado un paso a la derecha,

hacia la mesa y las sillas de anea,

el brasero de carbón bajo la mesa

y las tardes de domingo.

Quiero ver el sol que nace,

a Cassius Clay o a Mohamed Ali,

leer por primera vez a Borges

en la terraza, bajo el sol

que ya es de mediodía

y no calienta como en las tardes de invierno.

Sentir el doce a uno contra Malta

y el fallo de Arconada ante Platini,

la caída del Muro como si fuese hoy.

Quiero dar un paso hacia oriente

y besar de nuevo a Lesbia

o ver una teta en una de Ozores.

Salir para no hacer nada

de esta habitación sin recuerdos,

con los libros de primaria,

jugar al tenis hasta que anochece,

como anochece hoy,

que abro la puerta de mi casa,

la única casa que he tenido,

y miro hacia adentro

y ya no me veo

ni en la lumbre ni en el espejo

ni en el patio ni en los tejados.

Quisiera dar un paso hacia la derecha,

pero la izquierda me acucia,

la izquierda y el poniente,

el poniente y el ocaso

donde los deseos se convierten

en recuerdos, una tarde de domingo.

sábado, 19 de diciembre de 2009

quisque aterriza

El golpe contra el suelo hizo que Quisque dejase de pensar. El descenso hasta el aeropuerto de Bolonia le había reservado una imagen que ya conocía. Se volvió hacia VLM y le dijo que aquello era como el Google Earth. Su vecino de asiento le miró aterrorizado. La aeronave rebotaba contra el suelo de la pista. Un sonido que recordaba a los viajes en coche con la ventanilla bajada precedió a la frenada. El avión se detenía y se confundía con el resto.

Quisque caminó por la pista. Miraba hacia todos lados. Quizá un poco más pequeño, pensó, pero no sabría diferenciar aquel edificio del de Alicante. Palabras en extrañas lenguas se cruzaban con la mirada perdida. Por un instante tuvo la necesidad de comer lentejas. Eso significa fortuna, dinero, le dijo VLM mientras se alejaba hacia la salida. Con su bolsa al hombro, se perdió entre la marabunta de taxis, viajeros y maletas. Quisque recordaba en aquel momento la sensación de pérdida que sufrió en su primer viaje. Mamá, me he comida las lentejas, eran lo único que me recordaban a la casa. Esas palabras se interrumpieron en un llanto desconsolado. Tenía diez años, estaba en Los Urrutias. En aquel viaje Quisque se había mezclado con un montón de desconocidos. Todos hablaban un extraño idioma con palabras acabadas en ese y en “ado” e “ido”. Eran como los seres que aparecían en la televisión después de cenar. Sólo entre personas desconocidas, Quisque buscó en el olfato un atisbo de seguridad. En Los Urrutias fueron las lentejas, en Bolonia aún no lo había encontrado. Se olió el suéter y comprobó que aún desprendía la fragancia del suavizante para la ropa. Se sintió perdido, como en casa.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Interferencias de vuelo


Quisque escucha. A lo lejos, en voz baja, se escucha: “…cae la tarde y me olvide otra vez, de tomar una determinación”. La melodía de La estatua del jardín botánico suena de fondo. Cuando el avión atraviesa el cúmulo de nubes, sólo queda en su memoria el movimiento de los peces en el agua. La canción le persigue, pero Quisque siente que ha llegado tarde, que los ochenta llegaron mientras él era demasiado niño. Ahora sólo vive de recuerdos y ni siquiera son propios.

VLM mueve la cabeza. Otra vez. Nunca aprenderán. ¿Cuándo dejaran de escuchar y vivir en los ochenta? ¿Para cuándo Vetusta Morla?

Quisque tararea la canción de Ismael Serrano: “de un tiempo a esta parte llego siempre tarde a todas mis citas y la vida parece una fiesta a la que nadie se ha molestado en invitarme”

VLM sueña con escribir la historia, la actual, dejar de vivir de los cantautores caducos, de la herencia de la guerra civil, de la llegada a la luna, de los escritores de medio siglo. Mentalmente conversa con Fernández Porta. Hay escritores que nacen viejos, como Muñoz Molina, como De Prada.

Quisque continúa tarareando.

Señores pasajeros dejen de pensar, las ondas eléctricas de su mente interfieren en los instrumentos de vuelo, en breve llegaremos a Bolonia. En la ciudad hacen 18 grados de temperatura, sol y ausencia de aire. El comandante les desea un feliz aterrizaje, pero dejen de crear interferencias y disfruten de la música.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Sonido de ascensores

A Ramón Eastriver
El fumador siempre se ha sentido atraído por las campanillas que hay en los ascensores. Recuerda que cuando era niño le gustaba pulsarlas con esa curiosidad por lo que sucederá después. Las apretaba durante un largo tiempo hasta que sentía los dedos de su madre pellizcarle en el cuello. Ahora su madre no está y siempre que baja en ascensor sufre la tentación de tocarla pero nunca lo hace. Al llegar al primer piso enciende un cigarro y sale a la calle. “Pollería Junterones” ese cartel enfrente de su casa. Al fumador le hace gracia ese cartel, tal vez por tratarse de una carnicería. Siempre que lo ve piensa en las terribles perversiones que se deben cocer tras sus paredes. Después de salir del estanco se sienta en el portal de casa y enciende un cigarro. Su vista se fija en la carnicería y ve como las clientas salen pálidas y se alejan por la calle andando como un Jhon Wayne macilento. El fumador comienza a reír, lo hace a carcajadas mientras la gente se le queda mirando. Cuando termina el cigarro entra en el edificio con los ojos llenos de lágrimas por la risa y al montar en el ascensor pulsa el botón de la campanilla durante varios segundos como si fuera un niño, como si de repente todo se hubiera vuelto gracioso.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Quisque tiene una nocilla experience

Quisque tiene hambre. Le apetece algo dulce y en la boca le aparecen restos de la Nocilla de su infancia. Se relame. Nocilla. Quisque no quería Tulicrem ni Dulcicao. No. En aquella infancia, cada bocadillo era una fiesta, pero con el tiempo se fue convirtiendo en una obligación. Demasiada Nocilla. Pero la memoria juega malas pasadas.


El avión que traslada a Quisque debe estar sobrevolando el Mediterráneo. Las turbulencias se han calmado y pasan los auxiliares de vuelo con los carritos. Ofrecen números para una lotería que nadie comprende. Quisque vuelve a contemplar las nubes por la ventana. VLM disimula la lectura para no mirar el objeto rodante. Se sube las gafas de pasta oscura mientras un bote de Nocilla rueda por el pasillo. VLM sólo quiere leer, estar tranquilo. Quisque vuelve su mirada al interior del avión. Sin parpadear, observa a su acompañante, su vecino de asiento, alucinado. El bote de crema de cacao estaba mutando en un bote de Nutella. VLM le devuelve la mirada a Quisque y dice: “Debemos haber entrado en Italia”

martes, 15 de diciembre de 2009

Naufragio doméstico

Hoy ha empezado a llover en la casa del Fumador. Todo ha ocurrido esta mañana cuando las volutas del cigarrillo se han ido acumulando en el techo de la cocina. Poco a poco se han extendido por la casa hasta condensarse y estallar en tormenta. El Fumador se ha sentado en el sillón a leer bajo la lluvia mientras el sol entra por la ventana y las calles languidecen secas. Con sumo cuidado ha encendido un cigarro mientras lee los cuentos de Hemingway pero el agua ha apagado el cigarro y el libro ha comenzado a derretirse. El fumador observa como toda su biblioteca se deshace lentamente, ha visto el rostro de Hemingway desvanecerse, hacerse jirones, a Barthes, a Kafka, a Bukowski, a Orejudo, los ha visto a todos desaparecer, formar una masa de papel mojado en el suelo. Todo se está deshaciendo en la casa del Fumador, los discos, los cuadros, las cajetillas de tabaco. Como no tiene nada que hacer el Fumador ha empezado a bailar bajo la lluvia, a salpicar las paredes y lanzar el cenicero para ver cuantas veces rebota en el agua. Toda la casa se está inundando, los muebles flotan, la televisión lanza destellos. Subiéndose a una mesa llena de restos de revista navega por las habitaciones acostado con las manos detrás de la cabeza mientras mira las nubes de su casa, mientras su rostro se va empapando. El fumador piensa que si abre la ventana podrá caer a la calle en una cascada de libros desechos, podría naufragar por la ciudad a bordo de la mesa y llegar a otra casa y empezar una nueva vida o encontrar a una Fumadora que también naufrague en una mesa y llegar a una isla donde nunca para de llover. Pero las nubes se van evaporando y poco a poco la casa vuelve a quedarse sin agua. Cuando todo está seco el fumador mira a su alrededor y sólo encuentra restos que dejó la tormenta. Decide bajar al estanco pero antes quiere pasar por alguna librería para llenar otra vez su casa de libros. Quizás, solamente quizás, cuando llegue a la cocina y encienda otro cigarro la lluvia vuelva a mojar su rostro.






La imagen es propiedad de : Adriana Cicala

lunes, 14 de diciembre de 2009

Quisque en las nubes



Las nubes. Quisque mira las nubes mientras VLM se concentra en el libro. Recuerda la nieve. Nubes. Nieve. Desde esa altura todo parece distinto, todo se transforma. La nieve es la infancia, muñecos de sonrisa negra, días libres de escuela. La nieve es calor de hogar, la nariz helada y las manos rojas. La nieve es correr. Ser el primero en hollar el manto, en hacer un ángel, en conquistar la nieve.

Desde esa altura, Quisque mira las nubes y quisiera salir a pisar sobre ellas. Vírgenes, las nubes le devuelven la infancia. Por un instante viaja sobre el pueblo de las antenas. Pero está demasiado alto para reconocer lo que sucede allá abajo. Las nubes. La infancia. El recuerdo de algo maravilloso. Y como todo recuerdo, falso.

domingo, 13 de diciembre de 2009

¿Quién es Machado?

Machado. Reconoceré públicamente mi ignorancia. ¿Antonio o Manuel?
Soy un lector tardío, no pretendo excusarme. Tardío y muy torpe para la poesía. Los versos se me hacen un rumor informe que, en ocasiones se me transforman en canción. He pensado durante días en Machado, así, sólo pensando, y no ha surgido nada. Sin embargo, al dejar la mente caminar libre han comenzado a acudir versos. “Cantar del pueblo andaluz” y con éste ha llegado Serrat y su homenaje musical. Y Gabinete Caligari se ha sumado con “Bécquer no era idiota ni Machado un carcamal”. Parece que al dejar la mente libre se ve el horizonte de otro modo.

“Caminante” No haría falta escribir más. Cualquiera sabría continuar este verso. Busco información de ese camino. “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla”. Soria. “El río va corriendo… por los alegres campos de Baeza”. Y después el camino se transforma en huída. Algún día tendremos que ir a ese lugar lejano y misterioso que significa destierro, soledad. Colliure. Me sugiere el juego de palabra Col lliure, pero no sé catalán.

Machado. Ahora sí. Antonio Machado. Todo es dejar que el inconsciente nos devuelva lo que es nuestro y escribir. Machado. ¿Y qué estaría en su inconsciente? Voy a buscar a algunos de sus padres, de sus contemporáneos. A Unamuno le dedico: “sabe a Jesús y escupe al fariseo”. Ante Valle Inclán se disculpa: “porque faltó mi voz en tu homenaje”. Con Juan Ramón reflexionó: “El poeta es jardinero” A Rubén Darío le reconoció en los versos: “¿Te han herido buscando la soñada Florida,/la fuente de la eterna juventud, capitán?” Y sobre García Lorca lloró: “Mataron a Federico/cuando la luz asomaba”. Amén. Estos serían algunos de los martillos que forjaron los versos de Machado, al menos los que él guarda en su fragua de versificar. Pero también ha sido yunque. Yunque y martillo para la poesía del siglo XX, es más, lo sigue siendo en estos momentos.

Terminaré este pequeño homenaje, con la mente en blanco, dejando que las palabras fluyan. Puede que mañana no recuerde quién es Antonio o Manuel. Olvidar nombres y fecha es probable en este mundo de la información, pero los versos seguirán latiendo en algún lugar de la memoria.

(Gracias al Pobrecito Hablador del s.XXI, a Ramón Eastriver por haber invitado a este blog a participar en la iniciativa. Gracias a todos los que contribuyen a que la memoria siga viva para la poesía. Salud)

Os dejamos con Retrato, una declaración de intenciones del gran maestro:

Retrato

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

sábado, 12 de diciembre de 2009

viernes, 11 de diciembre de 2009

Quisque sobrevuela


Buenos días, señor. ¿Le importa?

Quisque mira a través de la ventanilla. Nubes. Retira la revista que ocupa el asiento contiguo. Vuelve a mirar las nubes. Gira la cabeza hacia el interior del avión y le pregunta al recién llegado. ¿Va a Bolonia?

No lo sé, ahora sólo viajo.

La voz es triste, cansada.

Quisque mira la bolsa de lona que cuelga del hombro del viajero.

VLM.

Las iniciales le recuerda el nombre de Víctor Luján Moratalla. Mira sus gafas de montura gruesa y oscura.

El pasajero extrae un libro de la bolsa. Perros héroes.

Señores pasajeros, les habla el comandante del vuelo. Vamos a atravesar una zona de turbulencias. Por favor, tomen asiento y abrochen sus cinturones.

Pero si no va a Bolonia, entonces, ¿a dónde? Quisque teme haber equivocado su vuelo. Las palabras parecen haber sonado más allá de sus labios.

Lejos, dice VLM, voy lejos, ya no soy un mutante.

Quinto día en el aeropuerto

Quisque ha vuelto a arrancar una nueva hoja del calendario. Cinco días son demasiados. La escena se repite en el mostrador de información, pero esta vez con tono recriminatorio por ambas partes. Quisque vuelve a la misma puerta de embarque y no espera la salida de ningún controlador. Carga con sus maletas escaleras abajo y, estacionado a apenas cien metros, el vuelo de Ryan Air espera su llegada. Al entregar el billete a la auxiliar de vuelo, ésta le indica su asiento. “Ha tenido suerte señor. Estos billetes no caducan. Hay algunos viajeros que nunca toman el vuelo” Quisque mira hacia los ventanales donde ha observado la salida de los aviones durante cinco días y comprueba, perplejo, cómo cientos de personas observan las pistas del aeropuerto. Intenta indicarles que bajen, que tomen sus vuelos, pero el avión comienza a moverse y se aleja de ellos.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Quisque observa la salida de los aviones


Quisque observa la salida de los aviones. París última llamada. Embarque por la puerta once. Vuelva a mirar el horario de su vuelo. Bolonia. Viajes Rayn Air. No indica retraso. Se mantiene el horario de salida: las cuatro de la tarde. El marcador de vuelos parece congelado en ese punto. Señor McCarthy, se recuerda al señor McCarthy que el vuelo a París despegará en cinco minutos. Ultima llamada para el vuelo Alicante París. Quisque ha esperado, paciente, la salida de su vuelo. Cuatro días según su calendario lleva esperando. A veces piensa que son más de treinta años los que aguarda a que le anuncien la salida de su avión. Mientras tanto, cientos de pasajeros han tomado sus maletas y se han lanzado a la aventura del viaje. Hombres y mujeres de toda edad y condición. Niños. Ancianos. Todos parecen tener sus billetes en regla. Todos parecen conocer la puerta de embarque. Todos, menos él, viajan sin el menor de los problemas. Quisque pregunta en información qué ocurre con su vuelo. “Lleva cuatro días esperando por usted, señor” Quisque no comprende qué está ocurriendo, pero se dirige a la puerta veintiséis. Nadie le espera en la puerta para comprobar su billete y decide esperar, sentado en una de aquellas sillas metálicas la aparición del controlador. Los altavoces indican la salida del vuelo con dirección a Zurich de Swiss Airlines. El embarque se realizará por la puerta catorce. Quisque desespera sentado mientras observa como cada pasajero toma su vuelo.

Por la cultura

Hoy Murcia me parece un lugar extraño. Todo es tan artificial, tan pomposo. Paseo por sus calles y sólo encuentro navidad y un corte inglés travestido en avatares blancos y brillantes. Y la gente, todo está lleno de gente. Hoy Murcia me parece un sitio gris y melancólico, un sitio donde la gente nunca es escuchada. Hoy Murcia me parece un vórtice de escombros. Al pasear dejo atrás el Corte inglés con sus luces y me acerco al “futuro parking de San Esteban”. No puedo ver nada, las vallas me lo impiden. Hace unas semanas se descubrieron las ruinas de una ciudad árabe. Fue rápida la acción ciudadana. Asociaciones de vecinos, interesados, arqueólogos e incluso una plataforma compuesta por escritores, pintores, arquitectos y músicos, se formó para impedir el espolio de dicho hallazgo. He de reconocer que yo acudí a una de sus juntas, que presencié un espectáculo fabuloso al ver a las humildes gentes alzarse contra el avance de las máquinas. Me gustó sobre todo por eso, por sentir la fuerza de las personas defendiendo la cultura, porque se presentaron como un movimiento apolítico, sin ningún interés de partido, sólo por el mero hecho de defender la cultura. Fue una noche para pensar, para defender la cultura. Fue una noche para la protesta. Me uní a ella.
Los días siguientes fueron lloviendo la denuncias mientras los camiones comenzaban a sacar escombros de la ciudad encontrada. Todo estaba en movimiento hasta que por fin el juez puso fin al espolio. Todo pareció calmarse hasta que recibimos la noticia de que la concejalia de cultura ha aprobado el traslado de las ruinas a cota cero. Antes, un poco antes de eso, la Plataforma Ciudadana por la Defensa del Patrimonio Arqueológico de San Esteban, había publicado una carta en los distintos medios de comunicación murcianos exponiendo las causas por las que se debe mantener “In situ” el yacimiento. El gobierno de murcia hace oídos sordos, no escucha al pueblo, el dinero mueve los camiones.
Hoy, mientras trabajaba, he oído por la radio que el espolio continua y que varios vecinos se han atrincherado en las puertas del yacimiento para impedir la salida de los camiones. La policía ha acudido. Después de varios gritos y pancartas ha salido un camión del yacimiento pero para suerte de todos iba vacío. Después ha hecho acto de presencia un agente de la guardia civil acompañado de un juez. Este ha dicho “llevo conmigo una orden judicial para impedir este espolio” y los agentes de la policía nacional le ha dejado pasar. Todo el mundo se ha abrazado, todos han saltado. El yacimiento parece estar a salvo.
Esta noche, mientras paseaba por las inmediaciones del yacimiento he visto a una pareja de la guardia civil. Me he acercado a preguntarles. Ellos me han mirado raro, la gente me suele mirar raro, no se si por mi aspecto desaliñado o por el humo de mis cigarrillos y les he preguntado si estaban vigilando el yacimiento. Mientras uno de los policías se ponía firme y clavaba su vista en el infinito el otro me ha respondido con voz pasiva “hay una orden judicial y estamos aquí para que todo salga bien” después me he marchado fumando, intranquilo, pensando que tarde o temprano el gobierno de murcia, impulsado por el interés económico y por la seguridad de una futura victoria electoral, inventará alguna artimaña para desbaratar el yacimiento y clavar las garras en su deseado parking. La cultura no es económica, no interesa a los políticos. Pero creo que ellos no saben que la cultura es del pueblo, la cultura nunca callará como tampoco lo hacen sus gentes. Y Murcia, Murcia es una ciudad con cultura.

martes, 8 de diciembre de 2009

Recital de verano


Este verano fuimos testigos de dos noches mágicas. Se trata de los dos recitales de relato corto que hicimos en la asociación "Caña de Azucar" Fue una noche para la literatura, los amigos y como no...la cerveza. Dejamos unas fotos de aquella gran noche que comenzó con luz y acabó al grito de los vecinos.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Lento despertar



La siguiente entrada ha sido escrita por un amigo que desea guardar el anonimato. Desde Culturajos agradecemos mucho su aportación.





ABRE LOS OJOS
Aturdido aún por el lento despertar y la oscuridad de la habitación miró hacia la ventana, el portátil, la foto de la ex. Pero no consiguió ver nada. Ningún objeto le servía de guía. Estaba experimentando una nueva sensación, algo le resultaba extraño. Se preguntó a sí mismo quien habría apagado la luz de la habitación y bajado la persiana sin avisar, él no recordaba haberlo hecho. Valiéndose del tacto para reconocer las cosas en la oscuridad logró llegar hasta el interruptor que, recordaba, estaba junto al espejo. Sólo cuando estuvo delante del cristal fue capaz de darse cuenta de que se había quedado ciego.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

El pianista. Proyecto no-velar

No puedo llegar tarde, no puedo llegar tarde…” Éstas eran las únicas palabras que habían ocupado su mente desde las nueve de la mañana. Se había levantado una hora después de que el despertador comenzara a sonar, retrasando una vez tras otra su insoportable sonido. Pero entonces, al levantarse y mirar el reloj, se dio cuenta de que ya era demasiado tarde, de que La Roda estaba a más de veinte minutos en autobús y que si no salía de casa perdería aquella oportunidad.

Necesitaba el dinero, eso lo tenía muy claro, e iría a por él allá donde estuviese, aunque fuese en la entrada del mismo infierno. Eso seguía pensando varios días después de que el profesor de piano le ofreciese la oportunidad de tocar en una misa en La Roda. El dinero que iba a cobrar solucionaría el alquiler de tres meses y no podía renunciar a esta oferta, así que cuando se levantó una hora después de lo que había planeado, las imágenes se agolparon en su mente y todo aquella confusión de sábado por la noche: música, chicas, alcohol, tabaco, chicas, discotecas, bares, chicas, minifaldas, las tres de la mañana, chicas, mañana tengo concierto, la última copa en el bar de enfrente, chicas, me tengo que marchar a casa, necesito ir al baño, vómito, no quiero más chicas, necesito orinar, dolor de cabeza… se fundían en una resaca de domingo insoportable.

martes, 1 de diciembre de 2009

El fumador siente que la vida se le escapa

El fumador ha encendido un cigarro. Con un bolígrafo en la mano dibuja espirales en el folio. Siempre ha tenido la necesidad de escribir, es como un impulso que invade sus huesos, como si el folio se convirtiera en un vórtice que devora sus palabras e incluso a él mismo. Lanzando el humo hacía el techo se da cuenta de que no sabe escribir. Grita. Se levanta de la silla. Tose varias veces. Comienza a dar círculos por el salón. A veces la vida se le escapa, la siente deslizar por sus dedos y salir disparada por la ventana. El fumador cree que a veces la vida se escapa por la ventana. Acercándose al folio escribe: “Algún día te alcanzaré” mete el papel en un sobre y lo tira a la calle. Enciende un cigarro y desde el fondo de la habitación puede ver el sobre deslizarse por el cielo.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Nunca seré Humphrey Bogart


Dejo la gabardina en el perchero y me acerco a la barra. La penumbra es perfecta, sólo ilumina mi rostro una tenue luz proveniente de algún lugar. Echo hacia atrás el sombrero. Acariciando mi barba de tres días voy aflojando el nudo de la corbata.
- Un wisckey con hielo.

Enciendo un cigarro mientras al fondo de la barra una dama bebe en silencio. Su mirada es incierta. Decido ocultarla entre una espesa cortina de humo. Un humo denso que sale de mis labios y se filtra en el ambiente, en la noche. En el escenario hay un tipo con un piano. Entona un blues, un triste blues de acordes lentos y elegantes. Siento el whisckey bajar por la garganta al ritmo que aquel tipo acaricia las teclas. Una nueva calada oculta mi entorno en bruma. El amor es algo barato, un sentimiento gratuito cuyo precio a veces resulta excesivamente caro. Me enamoré un día y aún estoy pagando mi deuda. Una deuda que no consigo ahogar en alcohol, el resultado simplemente es el acartonamiento del corazón y un escozor en el bolsillo. El piano sigue sonando y yo me siento simplificado como el amor , porque el amor nos simplifica a un sólo ser, una sola persona y las simplificaciones siempre tienden a eliminar algún factor del entramado numérico de sentimiento.

- Otro whisckey por favor, pero esta vez que sea doble que aún me quedan muchas cosas por olvidar.

El alcohol de esta noche cambia la perspectiva del momento. Me siento animado y seguro de mi mismo. La dama sigue bebiendo al fondo, el piano suena, la noche avanza sobre la vida. ¿No es acaso la noche un escenario donde danzan las almas errantes? Y la vida, la vida es una senda rectilínea marcada por el motor del tiempo, un tiempo que atropella y aparta del arcén los cadáveres de su avance para incrustarlos en la memoria de los demás pasajeros. Eso es la vida.
Decido acercarme a la dama ofreciéndole un cigarro. Me embarga su olor, una esencia limpia y húmeda, demasiado limpia para mi gusto, pero agradable ante el hastío del momento. Me sonríe y acepta el cigarro. Fuma con esa manera que tienen de fumar las mujeres cuando quieren resultar sensuales, atrapando el humo con los labios, succionándolo para luego arrojarlo a los techos de las cantinas con un sugerente ¡Chop! La colilla queda impregnada de carmín y el ambiente cargado de humo. No me apetece hablar, tampoco reír, me limito a sentarme a su lado e imaginarme que ambos somos amantes, ella sigue mi juego. La invito a otra copa, a otro cigarro, ninguno hemos sobrepasado los limites de este extraño juego. Ni una palabra, sólo sexo imaginario, un amor efímero, un sabor dulce en el paladar. Hasta que ella se aburre y abandona. Se marcha por la puerta dejando una colilla con cazmin en el cenicero, una estela limpia y húmeda y un contoneo de caderas perdiéndose en la noche.
Vuelvo a estar solo. Termino el cigarro, pago la cuenta, apuro el culo del vaso, le doy cinco pavos al tipo del piano y salgo del bar. Vuelvo a encender otro cigarro y sigo caminando hasta que me pierdo en la niebla del puerto.

Quisque en el aeropuerto

He visto las nubes bajas que se mezclan con los altos humos de la ciudad. Y, a lo lejos, en el horizonte estaban Ulises y el viaje a Egea de los Caballeros. Nunca estuve allí en cuerpo, pero mi alma vagó por sus calles en la voz de mi padre, cuando aún no era mi padre y buscaba la aventura del viaje. He caminado por las calles de la juventud de pan duro y vino añejo, me he detenido en una plaza donde, aquél que permanece tendido sobre la cama, caminaba y se maravillaba con los Pirineos al fondo. ¡Qué cerca aparecen cuando se quieren ver cerca! Y me he marchado con la chaqueta de lana al hombro, me he marchado lejos de ese lugar al que está condenado a volver en cada palabra. Es solo humo el de la memoria y el de las chimeneas donde se queman las historias. Sólo humo que se aleja de las brasas, que intoxica y hace el mundo distinto. Es sólo humo que se diluye en la maldita realidad de las sábanas y la espera.

Esperar. Maldita palabra. Porque toda espera es una pérdida. Nada volverá si no es mediante el recuerdo y cuando llegue todo habrá desaparecido: el recuerdo y la espera.

Subo al humo del recuerdo para ser consciente de que yo soy aquello que no he vivido, que las chimeneas han quemado en palabras. Soy un Ulises, un viaje en avión y un día nuevo, en blanco, que se abre a esas nubes bajas que se mezclan con el humo bajo de las chimeneas.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Quisque se sincera

Cuando tome el avión en el aeropuerto de Alicante daré un paso muy largo, voy a cruzar por encima de las Baleares y algo se quedará atrás, os echaré de menos, pero seguro que estaréis ahí y en cualquier sitio donde yo esté. No quiero ponerme triste, pero ya os echo de menos y aún no he tomado el autobús hacia el aeropuerto.
Llegaré a Pissa, pero sólo conozco de ella esa torre que está que se cae. Prometo no hacerme la fotografía tonta apoyado en ella, como si la estuviese sujetando. No quiero ir lejos para hacer lo de siempre. Desde Pissa tengo que viajar en tren hasta Florencia y luego a Bolonia. No sé a qué distancia están unas ciudades de otras aunque ya dará igual, todo estará lejos, en otro mundo.
Cuando llegue os diré más cosas de esta aventura.
Un abrazo de Quisque para los amigos del bar.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Mariano echa de menos a Quisque. Confesiones desde la barra


Esta mañana ha llegado con la mirada amarillenta, con ese color de final de otoño sin hojas en los árboles, con el desasosiego de la desnudez y me ha mirado. He notado un dolor interno, un vacío que me llevaría a preguntarle, a solicitarle que me lo llenase pero no me atrevo. Mariano está poco hablador esta semana. Creo que ha tenido algún problema en el trabajo que le hace estar triste o quizá haya sido en su casa, pero rápidamente recuerdo que vive sólo y que su casa no es su casa, su casa son sus libros y sus amigos. El vive en los otros. Desde que se marchó Quisque a Bolonia su interés por los demás se está desmoronando, ya no mira como antes, con la intención de conocer o de soñar, ahora su mirada mancha y cansa. He esperado a que me pida algo, quiero comprobar si dejará de tomar zumo de naranja para tomarse un café sólo bien cargado, especialidad de la casa para los amigos tristes, pero no me habla, sólo coge el periódico y lo hojea. En pocos segundos me agobia su postura encorvada sobre la barra y sobre la vida, éste no es Mariano, y le pongo el café con un buen chorro de coñac. Lo dejo junto al periódico.

jueves, 26 de noviembre de 2009

cosas de la guardia civil. Proyecto no-velar


- Mi sargento, mire a la derecha, detrás de ese coche. ¿Ha visto lo mismo que yo?- El guardia Fernández intentaba impresionar al sargento en su primera semana juntos, acababa de salir de la academia y estaba en un periodo de prueba. Aquel era su primer servicio especial y estaba tan ansioso que le parecía encontrar peligros por todos lados.

- No haga caso Fernández. ¿Ha mirado el reloj? Llegamos tarde y no podemos entretenernos en pequeñeces. Quizá otro día para sorprenderme puede hacer un informe de cualquier hallazgo casual, puede incluso detener a los traficantes de armas más importantes del mundo aparcados en el arcén de la carretera, pero hoy no es el día: tenemos trabajo.

- Pero es que hay dos curas sosteniendo un cuerpo por los brazos y las piernas- lo decía volviéndose en su asiento para poder ver la escena mejor- Ahora lo están dejando en el arcén. Tiene la cara ensangrentada y no podemos dejar que suceda como si nada.

- No me digas lo que tenemos que hacer. Aquí el jefe soy yo y si digo que no ha ocurrido nada y que tú no has visto nada en el arcén de la carretera es que no hay nada que ver. Y ahora te giras y miras hacia delante.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

El recuerdo de la carne

¡Oh loado carnicero! Que en buena hora blandió cuchillo y dio muerte a treinta pavos en el día de pascua. Observas los desvencijados brazos y aquel cuerpo marchito que en su día ensartaba las carnes de Manuela, la frutera de orondas manzanas, en aquel camastro que nunca conoció el frío. ¿Qué ven tus ojos? ¿Es quizás el ocaso de tu juventud o simplemente la muerte que acude en tu busca? Recuerdas tus ropajes manchados de tibia sangre, aquel riachuelo rojo que desprendían tus victimas y era colmo de tu dicha. Loado carnicero ahora el tiempo se vuelve en tu contra y ves aquel torrente aproximarse a ti en un baile de sombras. No pienses sanguinario carnicero, ahora el cuchillo lo blande otro. Ya sólo te queda esperar. Tic tac tic tac.
El texto pertenece a un ejercicio literario en el que había que mezclar el estilo de la "Iliada"de Homero con el cuento de Cortázar "Instrucciones para dar cuerda al reloj"

martes, 24 de noviembre de 2009

Quisque piensa en voz alta

Alguien ha inventado una carta en blanco que llega tarde o nunca. Alguien ha inventado el amarillo de los buzones y la nada de los correos electrónicos. Ha inventado el dolor de la espera que se marca en cada paso, a la espera del siguiente. La desesperación por no poder ir un paso más allá. Alguien ha inventado la necesidad de inventar para vivir lo que no llega. Alguien inventó la narración para engañar y engañarse, para salvarse de lo no vivido, y decirse lo que nunca va a escuchar. Alguien inventó a Alguien que inventaba para no saberse solo en el mundo. Para no desesperar ante el siguiente paso

lunes, 23 de noviembre de 2009

Domingo de zapatos tristes

Hay personas que siempre están tristes y que al mirarlas esa tristeza parece contagiarte de una especie de frío. Yo conocí a un hombre triste. Lo conocí una mañana en la autovía mientras pensaba en mis cosas. Sucedió que lo encontré allí, caminando de espaldas a los coches, esperando una muerte segura. Nunca pude ver su rostro. No lo hice porque llevaba una gabardina blanca con capucha. Pero al verle allí, en mitad de la autovía, me embargó una gran tristeza. Di un volantazo para no llevármelo por delante y seguí mirando por el retrovisor. Sentí miedo, miedo al pensar en la proximidad de la muerte, al pensar que podía haber sido yo el que pusiera fin a su vida. Ni siquiera sabía su nombre y estuve a punto de matarlo. Pensé que la vida no es siempre agradable para todos, que hay personas que necesitan caminar por la autovía para poner fin a su existencia. Un amor desgraciado, unas deudas que nunca podría pagar, o simplemente la desgana por vivir. Nunca sabré los motivos que empujaron a ese hombre a tomar esa determinación. Si yo hubiera sido el causante de su muerte posiblemente ahora andaría por la autovía esperando el final . Si no hubiera podido esquivarlo quizás aquella persona me lo hubiera agradecido pero yo no quería ser cómplice de eso. Poco a poco lo fui dejando atrás bajo esa estela gris que a veces nos envuelve y llamé a los servicios de emergencia. No me dejaron hablar, me preguntaron si llamaba por lo del hombre de la autovía. Dije que sí y me comunicaron que una patrulla de la guardia civil se dirigía al lugar. Después se creó un silencio incómodo y yo seguí conduciendo durante toda la mañana. Al llegar a casa busqué en la prensa alguna noticia sobre aquel tipo, indagué en los hospitales y volví de nuevo al lugar del encuentro en busca de alguna mancha de sangre o algo que me indicara cual había sido el final de aquel tipo. No encontré nada. No había sangre, los periódicos no lo mencionaban. En los hospitales no tenían constancia de aquello. Nadie sabía nada. Ahora que ha pasado un tiempo y pienso en aquello no encuentro ningún motivo que justifique terminar así con la vida. Tengo ganas de vivir, los tengo desde que aquel hombre me mostró la cercanía de la muerte, desde que me hizo cómplice de su tristeza. Siempre que paso por aquel lugar me pregunto dónde estará el hombre que bailaba con la muerte.