lunes, 30 de noviembre de 2009

Nunca seré Humphrey Bogart


Dejo la gabardina en el perchero y me acerco a la barra. La penumbra es perfecta, sólo ilumina mi rostro una tenue luz proveniente de algún lugar. Echo hacia atrás el sombrero. Acariciando mi barba de tres días voy aflojando el nudo de la corbata.
- Un wisckey con hielo.

Enciendo un cigarro mientras al fondo de la barra una dama bebe en silencio. Su mirada es incierta. Decido ocultarla entre una espesa cortina de humo. Un humo denso que sale de mis labios y se filtra en el ambiente, en la noche. En el escenario hay un tipo con un piano. Entona un blues, un triste blues de acordes lentos y elegantes. Siento el whisckey bajar por la garganta al ritmo que aquel tipo acaricia las teclas. Una nueva calada oculta mi entorno en bruma. El amor es algo barato, un sentimiento gratuito cuyo precio a veces resulta excesivamente caro. Me enamoré un día y aún estoy pagando mi deuda. Una deuda que no consigo ahogar en alcohol, el resultado simplemente es el acartonamiento del corazón y un escozor en el bolsillo. El piano sigue sonando y yo me siento simplificado como el amor , porque el amor nos simplifica a un sólo ser, una sola persona y las simplificaciones siempre tienden a eliminar algún factor del entramado numérico de sentimiento.

- Otro whisckey por favor, pero esta vez que sea doble que aún me quedan muchas cosas por olvidar.

El alcohol de esta noche cambia la perspectiva del momento. Me siento animado y seguro de mi mismo. La dama sigue bebiendo al fondo, el piano suena, la noche avanza sobre la vida. ¿No es acaso la noche un escenario donde danzan las almas errantes? Y la vida, la vida es una senda rectilínea marcada por el motor del tiempo, un tiempo que atropella y aparta del arcén los cadáveres de su avance para incrustarlos en la memoria de los demás pasajeros. Eso es la vida.
Decido acercarme a la dama ofreciéndole un cigarro. Me embarga su olor, una esencia limpia y húmeda, demasiado limpia para mi gusto, pero agradable ante el hastío del momento. Me sonríe y acepta el cigarro. Fuma con esa manera que tienen de fumar las mujeres cuando quieren resultar sensuales, atrapando el humo con los labios, succionándolo para luego arrojarlo a los techos de las cantinas con un sugerente ¡Chop! La colilla queda impregnada de carmín y el ambiente cargado de humo. No me apetece hablar, tampoco reír, me limito a sentarme a su lado e imaginarme que ambos somos amantes, ella sigue mi juego. La invito a otra copa, a otro cigarro, ninguno hemos sobrepasado los limites de este extraño juego. Ni una palabra, sólo sexo imaginario, un amor efímero, un sabor dulce en el paladar. Hasta que ella se aburre y abandona. Se marcha por la puerta dejando una colilla con cazmin en el cenicero, una estela limpia y húmeda y un contoneo de caderas perdiéndose en la noche.
Vuelvo a estar solo. Termino el cigarro, pago la cuenta, apuro el culo del vaso, le doy cinco pavos al tipo del piano y salgo del bar. Vuelvo a encender otro cigarro y sigo caminando hasta que me pierdo en la niebla del puerto.

Quisque en el aeropuerto

He visto las nubes bajas que se mezclan con los altos humos de la ciudad. Y, a lo lejos, en el horizonte estaban Ulises y el viaje a Egea de los Caballeros. Nunca estuve allí en cuerpo, pero mi alma vagó por sus calles en la voz de mi padre, cuando aún no era mi padre y buscaba la aventura del viaje. He caminado por las calles de la juventud de pan duro y vino añejo, me he detenido en una plaza donde, aquél que permanece tendido sobre la cama, caminaba y se maravillaba con los Pirineos al fondo. ¡Qué cerca aparecen cuando se quieren ver cerca! Y me he marchado con la chaqueta de lana al hombro, me he marchado lejos de ese lugar al que está condenado a volver en cada palabra. Es solo humo el de la memoria y el de las chimeneas donde se queman las historias. Sólo humo que se aleja de las brasas, que intoxica y hace el mundo distinto. Es sólo humo que se diluye en la maldita realidad de las sábanas y la espera.

Esperar. Maldita palabra. Porque toda espera es una pérdida. Nada volverá si no es mediante el recuerdo y cuando llegue todo habrá desaparecido: el recuerdo y la espera.

Subo al humo del recuerdo para ser consciente de que yo soy aquello que no he vivido, que las chimeneas han quemado en palabras. Soy un Ulises, un viaje en avión y un día nuevo, en blanco, que se abre a esas nubes bajas que se mezclan con el humo bajo de las chimeneas.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Quisque se sincera

Cuando tome el avión en el aeropuerto de Alicante daré un paso muy largo, voy a cruzar por encima de las Baleares y algo se quedará atrás, os echaré de menos, pero seguro que estaréis ahí y en cualquier sitio donde yo esté. No quiero ponerme triste, pero ya os echo de menos y aún no he tomado el autobús hacia el aeropuerto.
Llegaré a Pissa, pero sólo conozco de ella esa torre que está que se cae. Prometo no hacerme la fotografía tonta apoyado en ella, como si la estuviese sujetando. No quiero ir lejos para hacer lo de siempre. Desde Pissa tengo que viajar en tren hasta Florencia y luego a Bolonia. No sé a qué distancia están unas ciudades de otras aunque ya dará igual, todo estará lejos, en otro mundo.
Cuando llegue os diré más cosas de esta aventura.
Un abrazo de Quisque para los amigos del bar.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Mariano echa de menos a Quisque. Confesiones desde la barra


Esta mañana ha llegado con la mirada amarillenta, con ese color de final de otoño sin hojas en los árboles, con el desasosiego de la desnudez y me ha mirado. He notado un dolor interno, un vacío que me llevaría a preguntarle, a solicitarle que me lo llenase pero no me atrevo. Mariano está poco hablador esta semana. Creo que ha tenido algún problema en el trabajo que le hace estar triste o quizá haya sido en su casa, pero rápidamente recuerdo que vive sólo y que su casa no es su casa, su casa son sus libros y sus amigos. El vive en los otros. Desde que se marchó Quisque a Bolonia su interés por los demás se está desmoronando, ya no mira como antes, con la intención de conocer o de soñar, ahora su mirada mancha y cansa. He esperado a que me pida algo, quiero comprobar si dejará de tomar zumo de naranja para tomarse un café sólo bien cargado, especialidad de la casa para los amigos tristes, pero no me habla, sólo coge el periódico y lo hojea. En pocos segundos me agobia su postura encorvada sobre la barra y sobre la vida, éste no es Mariano, y le pongo el café con un buen chorro de coñac. Lo dejo junto al periódico.

jueves, 26 de noviembre de 2009

cosas de la guardia civil. Proyecto no-velar


- Mi sargento, mire a la derecha, detrás de ese coche. ¿Ha visto lo mismo que yo?- El guardia Fernández intentaba impresionar al sargento en su primera semana juntos, acababa de salir de la academia y estaba en un periodo de prueba. Aquel era su primer servicio especial y estaba tan ansioso que le parecía encontrar peligros por todos lados.

- No haga caso Fernández. ¿Ha mirado el reloj? Llegamos tarde y no podemos entretenernos en pequeñeces. Quizá otro día para sorprenderme puede hacer un informe de cualquier hallazgo casual, puede incluso detener a los traficantes de armas más importantes del mundo aparcados en el arcén de la carretera, pero hoy no es el día: tenemos trabajo.

- Pero es que hay dos curas sosteniendo un cuerpo por los brazos y las piernas- lo decía volviéndose en su asiento para poder ver la escena mejor- Ahora lo están dejando en el arcén. Tiene la cara ensangrentada y no podemos dejar que suceda como si nada.

- No me digas lo que tenemos que hacer. Aquí el jefe soy yo y si digo que no ha ocurrido nada y que tú no has visto nada en el arcén de la carretera es que no hay nada que ver. Y ahora te giras y miras hacia delante.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

El recuerdo de la carne

¡Oh loado carnicero! Que en buena hora blandió cuchillo y dio muerte a treinta pavos en el día de pascua. Observas los desvencijados brazos y aquel cuerpo marchito que en su día ensartaba las carnes de Manuela, la frutera de orondas manzanas, en aquel camastro que nunca conoció el frío. ¿Qué ven tus ojos? ¿Es quizás el ocaso de tu juventud o simplemente la muerte que acude en tu busca? Recuerdas tus ropajes manchados de tibia sangre, aquel riachuelo rojo que desprendían tus victimas y era colmo de tu dicha. Loado carnicero ahora el tiempo se vuelve en tu contra y ves aquel torrente aproximarse a ti en un baile de sombras. No pienses sanguinario carnicero, ahora el cuchillo lo blande otro. Ya sólo te queda esperar. Tic tac tic tac.
El texto pertenece a un ejercicio literario en el que había que mezclar el estilo de la "Iliada"de Homero con el cuento de Cortázar "Instrucciones para dar cuerda al reloj"

martes, 24 de noviembre de 2009

Quisque piensa en voz alta

Alguien ha inventado una carta en blanco que llega tarde o nunca. Alguien ha inventado el amarillo de los buzones y la nada de los correos electrónicos. Ha inventado el dolor de la espera que se marca en cada paso, a la espera del siguiente. La desesperación por no poder ir un paso más allá. Alguien ha inventado la necesidad de inventar para vivir lo que no llega. Alguien inventó la narración para engañar y engañarse, para salvarse de lo no vivido, y decirse lo que nunca va a escuchar. Alguien inventó a Alguien que inventaba para no saberse solo en el mundo. Para no desesperar ante el siguiente paso

lunes, 23 de noviembre de 2009

Domingo de zapatos tristes

Hay personas que siempre están tristes y que al mirarlas esa tristeza parece contagiarte de una especie de frío. Yo conocí a un hombre triste. Lo conocí una mañana en la autovía mientras pensaba en mis cosas. Sucedió que lo encontré allí, caminando de espaldas a los coches, esperando una muerte segura. Nunca pude ver su rostro. No lo hice porque llevaba una gabardina blanca con capucha. Pero al verle allí, en mitad de la autovía, me embargó una gran tristeza. Di un volantazo para no llevármelo por delante y seguí mirando por el retrovisor. Sentí miedo, miedo al pensar en la proximidad de la muerte, al pensar que podía haber sido yo el que pusiera fin a su vida. Ni siquiera sabía su nombre y estuve a punto de matarlo. Pensé que la vida no es siempre agradable para todos, que hay personas que necesitan caminar por la autovía para poner fin a su existencia. Un amor desgraciado, unas deudas que nunca podría pagar, o simplemente la desgana por vivir. Nunca sabré los motivos que empujaron a ese hombre a tomar esa determinación. Si yo hubiera sido el causante de su muerte posiblemente ahora andaría por la autovía esperando el final . Si no hubiera podido esquivarlo quizás aquella persona me lo hubiera agradecido pero yo no quería ser cómplice de eso. Poco a poco lo fui dejando atrás bajo esa estela gris que a veces nos envuelve y llamé a los servicios de emergencia. No me dejaron hablar, me preguntaron si llamaba por lo del hombre de la autovía. Dije que sí y me comunicaron que una patrulla de la guardia civil se dirigía al lugar. Después se creó un silencio incómodo y yo seguí conduciendo durante toda la mañana. Al llegar a casa busqué en la prensa alguna noticia sobre aquel tipo, indagué en los hospitales y volví de nuevo al lugar del encuentro en busca de alguna mancha de sangre o algo que me indicara cual había sido el final de aquel tipo. No encontré nada. No había sangre, los periódicos no lo mencionaban. En los hospitales no tenían constancia de aquello. Nadie sabía nada. Ahora que ha pasado un tiempo y pienso en aquello no encuentro ningún motivo que justifique terminar así con la vida. Tengo ganas de vivir, los tengo desde que aquel hombre me mostró la cercanía de la muerte, desde que me hizo cómplice de su tristeza. Siempre que paso por aquel lugar me pregunto dónde estará el hombre que bailaba con la muerte.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Quisque se marcha


Al final ha sido Bolonia. No me pidas una explicación. No sé por qué motivo he comprado el vuelo a Italia: creo que hay decisiones que no necesitan un motivo. Lo real es este billete de avión (digo real por decir algo), porque este billete no es más que una ciudad envuelta números que no tengo claro qué significan. Espero que cuando llegue al aeropuerto nadie me tome por loco, ni que me devuelvan para el pueblo, porque creo que no lo soportaría y me quedaría allí, en el aeropuerto, para siempre. Sé que esta decisión significa mucho más que un viaje, que este salir huyendo tiene más significados; pero ahora mismo no soy capaz de pensar mucho más, así que te iré informando de todo conforme transcurran los días. Cuando llegue a Italia no sabré dónde estoy, mis únicas referencias hasta ahora son dos: el albergo Pallone y la Vía Pallone. No te puedo decir nada de ellos, sólo que están en Bolonia.

jueves, 19 de noviembre de 2009

La poesía de los perros


He escuchado rumores de poesía. Al caminar junto al museo he oído palabras altisonantes en el viejo baúl que es la bodega y he entrado. Aprovechando una ráfaga de aire y de silencio me he hecho presente entre vacíos y poetas. Ascensión al estrado, rumor de guitarra, palabras que caen sueltas. Algunas palabras caen con estrépito de sombra mientras otras rebotan contra las paredes y permanecen. Se vuelve al pensar poético, al me toca a mi o al me marcho cuando lea la siguiente. El recital es pura tensión. Ascensión al estrado de la poesía, huída a la realidad, obligación de escucha. Entonces se rompe una cuerda de la guitarra. Tensión musical. Un silencio que muestra caminos. El baño, la puerta, fumar un cigarro y volver. Allí se ha quedado sola María, con su guitarra enferma, en plena cirugía. Finalizado el implante, afina su nueva voz y comienza a tocar Asturias de Albéniz. Los libros escuchan y se revuelcan por el suelo de placer. Las fotocopias de poemas que han quedado mudos. Suena la guitarra en el silencio. Poesía. Cuando van volviendo a la bodega los supervivientes todo se diluye en tensión. Las bajas se han sumado al nuevo silencio. Calla la poesía y comienza el recital. Me marcho con las notas de Albéniz en el oído y en la mirada las manos sobre la guitarra. Me llevo la poesía que necesitaba y continúo caminando calle abajo en busca de la poesía de los perros.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Sonido de campanas o ¿qué es la realidad?


al Pobrecito Hablador del s. XXI,
que provocó esta reflexión y propietario de la campana



Las campanas tienen la clave. Tenían que ser ellas el fin de la pregunta, ya que habían sido el origen. He buscado las campanas que me han acompañado y las he recordado con atención. Hace tiempo que no escucho una campana. No puedo negar que las oiga y cada hora suenan en la torre de la iglesia, pero no las he escuchado hasta ahora. Me detengo en su vibración y me recuerdan a la infancia. Las campanas me suenan a infancia. Las campanas suenan a pantalón corto y a heridas en las rodillas. Las campanas han sonado en la memoria, en la infancia. Ya no hay más campanas.
Me detengo ante el recuerdo. Busco otras campanas, pero no las encuentro. Sólo perviven aquellas de la iglesia. Las que nunca me dejaron tocar. Las que tenían la cuerda muerta en el hueco de la escalera. Fue un desencuentro: saber que la cuerda había muerto, que había sido sustituida por un botón y un sonido grabado, fue un desencuentro. Dejé de escuchar las campanas con la fascinación de la niñez. Ya no hay más campanas en la infancia.
Un momento, aún podría rescatar de mis viajes otras dos. Permanecen por insospechadas, por insoportables. Cada una, a su modo, se ha quedado en la memoria. La de la iglesia de San Francesco en Bolonia es la insospechada. Una melodía clásica. Sonaba de fondo. Sobre las hojas amarillas del otoño. Mezclada con la lluvia y la alfombra dorada, frente al Hospital Sant’Orsola. Una melodía que se enredaba entre los radios de la bicicleta. Al parar en el semáforo de la Porta Santo Stefano encontramos la hora en punto. Eran las siete de una noche de noviembre, hace dos años, y sonó la melodía. Con el pie sobre la acera me despertó el sonido de los coches que aceleraban a mi lado. La otra campana. La insoportable. Es la de Oviedo. No sé desde dónde surge el “Asturias patria querida”, si acaso es éste el nombre. Soportable al inicio. Simpático, si soy sincero. Simpático, hasta que suena y resuena cada media hora, y la broma se vuelve pesada.
Me vuelvo a hacer la pregunta que originó esta reflexión: ¿Qué es la realidad? Es una mezcla de lo sensible y de lo emotivo. De lo que se capta por los sentidos y las emociones que provoca. ¿Habrá más campanas en mi historia? Puede que sí, pero no son reales. No son parte de mi emotividad. Al menos ahora no son reales. Se pierden en el mundo de los sentidos, saturados, que no trascienden a la emoción. ¿Qué es la realidad? No sé. Puede que sea un sonido de campanas.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Los asesinos

Hace tiempo encontré este video por youtube. Es la adaptación del cuento "Los asesinos" de Ernest Hemingway. Aunque los autores no son muy buenos a mi me gustó. Espero que lo disfruten.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Malena

Conocí a Malena en la Filmoteca Regional. La conocí en aquella época en la que trabajaba de prostituta y todos la llamaban “Ojos de fuego”. Ocurrió una noche en la que proyectaban Casablanca. Se me acercó y con una voz rota me susurró al oído que por tres euros me la cascaba y por cinco me besaba mientras lo hacía. Yo no quise probar sus labios. No sabré si fue por pena o porque sé de los peligros que esconden los labios tristes, pero sí disfruté de sus manos y de su aliento frío y perfumado, lo disfruté porque mientras me acariciaba fui presa de su mirada de fuego. Malena no siempre fue una puta triste, ella antes vivía en un pueblo del sur de Italia. Malena estaba casada y vivía feliz hasta que estalló la guerra y a su marido le dieron muerte en las trincheras. Malena se quedó sola. Malena era bella, tan bella que pronto fue odiada por todas las mujeres y deseada por los hombres hoscos del pueblo. Malena era un rayo de luz entre los refajos grises, era perfume entre paja y estiércol, Malena era feliz hasta que se acabó el dinero y tuvo que explotar su belleza. La podías ver paseando por los empedraos del pueblo o en las ensoñaciones masturbatorias de todos los mozos, la podías ver de boca en boca, de cama en cama, la podías ver pero nunca sería tuya porque Malena era mujer de un solo amor y su amor se consumió en la guerra. Malena tuvo que marcharse del pueblo después de recibir las pedradas de la envidia, se marchó a un lugar solitario, a un lugar donde sólo viajan las personas tristes y desechas. Se perdió en los cines donde rebuscaba el calor efímero de un extraño, donde pasaba las noches esperando aquel instante en el que le fuera pagada la deuda por ser tan bella. Malena nunca supo, o quizás sí, de que su esposo no murió en la guerra y que volvió al pueblo a buscarla pero ella ya no estaba, porque Malena se perdió en el cielo como lo hacen las nubes o la volutas de tabaco. Nunca le pagaron su deuda.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Ha sido un odradek

A Javier Moreno, por sus ideas, por su paternidad,
por palabras como metempsicosis


- Señora, ha tenido usted un odradek.
- ¿Pero sobrevivirá?
- Todo depende de usted.

El pediatra se marchó del paritorio y volvió a la sala de descanso, junto al libro que había dejado abierto sobre un sillón.

- Enfermera, ¿qué ha querido decir el médico?
- Nada, que el niño está perfectamente.

La enfermera acompañó a la madre a la sala de recuperación y, al regresar pasó por la sala de espera.

- Doctor, ¿qué es un odradek? ¿Es algo congénito?
- Sí. El niño es un ser único, al menos genéticamente es muy poco probable que haya otro ser igual sobre la tierra. Además tendrá rasgos de las distintas familias, pero no sabemos para qué les servirán.
- Pero, ¿por qué le ha dicho a la señora que dependía de ella el que sobreviviese?
- Porque será ella y su familia la que determinen si el niño seguirá siendo único o será un individuo más, un clon social. Seguirá siendo único genéticamente, pero podría no distinguirse del resto de la comunidad.

Al marcharse la enfermera, el pediatra consultó la definición de odradek: estrella de cinco puntas (brazos, piernas, cabeza) con un conjunto de hilos (rasgos familiares) y un saliente metálico (cordón umbilical), con un elemento transversal en él (pinza del cordón). Entonces sonrió y decidió ir a hablar con la familia del recién nacido. Las tres de la madrugada no era un buen momento para bromas.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Aceitunas sin hueso: proyecto no-velar

En mitad de la carretera, con la cara ensangrentada, pudo ver como aquel Mercedes clase A frenaba con gran estrépito junto a su cuerpo. Marco era un cristiano confeso y practicante, o al menos lo era antes de ocurrir el accidente. Todos los domingos iba a misa de siete, todos los martes y jueves hacía dos horas de gimnasio, los lunes y miércoles de ocho a diez de la noche asistía a su curso de dramatización y los fines de semana volvía al pueblo para ver a la familia, base de su vida. Era un hombre normal, con sus rutinas y sus pequeñas manías, como desayunar tres nueces del Brasil o no tomar nunca leche o no mezclar el huevo con el queso porque según las directrices de una cuñada que era naturópata, consideraba aquella unión una bomba de colesterol y proteínas. Pero continuemos. Los sábados como ese día salía a correr por los alrededores del pueblo, para mantener el contacto con la naturaleza y los músculos elásticos y saludables. Hacía trece kilómetros en honor a los doce apóstoles y a Jesucristo y regresaba entre imágenes de la Biblia y el Kamasutra. No es fácil correr ventiseis kilómetros sin parar y estar concentrado en ser una persona de bien. Pero esa mañana, en el kilómetro veintidós comenzó a sentirse mareado y doscientos metros después se desmayó en mitad de la carretera.

No sabía cuánto tiempo llevaba en aquella posición, ni porqué sentía la cara pegajosa. Al abrir los ojos, después de la frenada de aquel coche, pudo ver a dos jóvenes vestidos de uniforme gris que descendían del coche. Rápidamente pudo reconocer sus hábitos del Opus. Después de una mirada más precisa, y tras reconocer los anillos de oro, el corte del pantalón y los zapatos relucientes, concluyó que estaba salvado, que Dios había dispuesto su salvación en aquella mañana a través de los hermanos de la obra. Entonces se relajó y se despreocupó de su cuerpo y comenzó a dar gracias con los ojos elevados al cielo.

Los dos jóvenes sacerdotes habían bajado por las puertas delanteras del automóvil. Muy erguidos, el conductor miró al interior del coche e hizo un gesto de tranquilidad, acompañado de unas palabras que relativizaban el hecho ocurrido. No se preocupe usted, no es nada que no podamos resolver en breves instantes, con la ayuda de Dios. El copiloto había dirigido su mirada hacia el cuerpo tendido en el suelo y tras tocarle en la carótida y comprobar su pulso, tras medir la frecuencia respiratoria, el ritmo cardiaco y la reactividad pupilar con movimientos mecánicos, asintió con la cabeza en dirección al conductor. Hermano, este hombre está vivo y podrá sobrevivir sin nuestra ayuda. Después de dar un pequeño parte, eso sí, siempre en voz baja, del estado del accidentado, tenían que tomar una decisión y el tiempo se les agotaba.

La misa en la catedral era a las doce del mediodía, estaría el obispo y los máximos representantes de la ciudad. Era la celebración del patrón de las empresas conserveras de aceitunas sin hueso, la industria más pujante de la zona. Después de la misa, todos los representantes de la obra comerían juntos tras una pequeña visita por las distintas fábricas. Todas serían bendecidas con agua del Jordán que llevaban en un pequeño recipiente de cerámica china, pero como no sabían el número preciso de las fábricas conserveras, habían llevado dos litros de agua embotellada bajo un rito que permite a los obispos transformar el agua Bezoya en agua bendita del Jordán, siempre que el agua sea sin gas y con una adecuada concentración de calcio y magnesio.

Un par de minutos tardaron en valorar la situación y la indecisión les llevó a consultar con el ocupante del coche. El accidentado, que estaba viendo y oyendo todo lo que ocurría a su alrededor por una estrecha rendija de sangre que se abría frente a sus ojos continuaba rezando y encomendándose a Dios. Cuando escuchó la voz de uno de los sacerdotes que decía: Señor obispo, tenemos un problema, hemos encontrado a un hombre tirado en la carretera. Según dice el hermano Felipe, no presenta ninguna lesión importante, pero le preocupa la sangre que cubre su cara. ¿Qué debemos hacer? La ventanilla del coche descendió unos quince centímetros y por ella surgió una mano con tres grandes anillos de oro y una botella de agua Bezoya. Lávenle la cara y comprueben que no es más que una herida superficial. Aquellas palabras llevaban implícito el resultado de su valoración. Y apresúrense que aún nos quedan veinte minutos de viaje.

Cuando el hermano Felipe cogió la botella de agua y comenzó a lavar la cara del accidentado observó un hematoma alrededor del ojo que no le gustó, pero decidió no darle más importancia tras mirar el reloj y ver que llegaban tarde a la misa. Entre los dos sacerdotes apartaron el cuerpo en la cuneta y juntando las manos en posición de rezo encomendaron aquel cuerpo a la divina providencia. El accidentado no podía creer lo que estaba escuchando, los dos hombres se montaban de nuevo en el coche y ponían el motor en marcha. Felipe guardó la botella bajo su asiento y explicó al obispo todo lo que había ocurrido. Éste les felicitó y les habló de los designios del Señor, de la inescrutabilidad del destino divino y de la necesidad de llegar a la misa para no crear mal ambiente. Pero antes de dejar aquel cuerpo en la cuneta, desde la ventanilla del coche bendijo al accidentado y en un gesto rápido y preciso arrojó unas gotas de agua del Jordán sobre la cara, un poco más amoratada que unos segundos antes, del accidentado. Después pidió al hermano Santiago que condujese rápido, sin tener ningún problema con los límites de velocidad, ya se encargaría él de interceder ante Dios y el catecismo, para que no contaran estos pecados en su hoja de servicios. Los tres se rieron y continuaron el veloz viaje hasta La Roda, la ciudad de las aceitunas sin hueso.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Hombre lento


El viejo no sabía lo que iba a ocurrir. Circulaba en bicicleta pensando en viejas fotografías cuando el coche lo lanzó por los aires. Fue un momento incierto, un viaje efímero por los cielos hasta que despertó en el hospital y le dijeron que le sería amputada una de sus piernas. ¿Qué hacer? Se preguntó mientras el doctor y una enfermera estudiaban el lugar exacto de la incisión. Su vida había cambiado. Después de rechazar cualquier prótesis existente y de negarse en rotundo a toda terapia volvió a casa. Volvió sin pierna y completamente solo, porque él siempre había estado solo pero no sin pierna. No quiso aceptar su desdicha, no quiso observar la vida desde aquella perspectiva vertical que amenazaba con derribarlo en cualquier momento ¿Quizás si se fuera de putas? No, no podía desplazarse. La muletas descansaban sobre las doloridas muñecas, ya no creía en nada. Fue una mañana, cuando los servicios sanitarios de Adelaila le enviaron una enfermera sin su consentimiento, cuando descubrió que los defectos humanos se esconden en los gestos más rutinarios y así, una a una, fue rechazando a las enfermeras que acudían en su ayuda. Pero ¿Existe alguien más perfecto? Se preguntó al ver entrar por la puerta a Marijana Jokic. La triste Marijana viajaba con una maleta llena de lágrimas y un silencio perpetuo acariciado por aquellas manos dulces que embriagaban al viejo. Se había enamorado, era un viejo enamorado de aquella triste enfermera casada y con hijos. Pronto vendrían las dudas y el insomnio, el palpitar constante de una pasión desenfrenada y no correspondida. ¿Era acaso el final de su desdicha o solamente el principio? Más tarde, cuando encontró un ejemplar del “Hombre lento” de J.M.Coetzee aquellas preguntas le fueron respondidas.

martes, 3 de noviembre de 2009

JAVIER EGEA TAMBIÉN ESTÁ ENTRE NOSOTROS. El poeta del diente de oro.


Javier parecía un señorito andaluz, al menos en la fotografía que tengo en las manos. Un jersey de punto, claro y subrayado por líneas oscuras en la cintura, en los puños y en el cuello de pico, una camisa con el último botón abierto, el pantalón oscuro parecido a un vaquero. Se frota las manos para combatir el frío de una tarde de invierno en la que el sol se contagia de la temperatura del aire. Gafas de sol para proteger sus ojos, desconocidos para mí. Y el pelo negro, casi ondulado, que se separa con una raya en el lado izquierdo y que intenta colonizar la cara recién afeitada con dos anchas patillas hasta el inicio del pabellón auricular. De él conozco menos de lo que me hubiese gustado, pero es uno de mis defectos, no soy omnisciente.

Javier Egea se paseaba por el Zaidín como por su casa, o sin el como por que realmente era su casa. Vivía en Granada con todo lo que esto conlleva. Vivía, bebía, besaba, comía, amaba y escribía en Granada, aunque no dejaba de hacerlo en ninguna de sus salidas. Era hijo de familia acomodada, quizá de ahí le viene ese aspecto señorial de la fotografía, pero se destacó como un ser poco acomodaticio. Luchaba contra el mundo con muchas armas, entre otras, con la poesía. Por que Javier Egea es, ante todo, un poeta. Un ser con capacidad para ver más allá, de sentir y de sufrir de una manera distinta. Sólo él era capaz de ver el mar desde Granada, desde la terraza de su piso por el que cruzaban barcos de todos los confines del mundo, de todos los océanos y de todos los continentes. Y, al pasar junto a él, se oían saludos en idiomas que él sólo conocía pero cualquiera podía comprender el cariño que desprendían. Lo sé por que Belén, que disfrutó más de una travesía marítima en aquel galeón de cemento que flotaba en las entrañas de Granada, me lo ha contado con una sonrisa entre infantil y melancólica.

Belén fue la primera que me llevó de la mano hasta Javier y su poesía. Primero dejó flotando un soneto junto a unas tazas de té, imperial y de melocotón, en su sala de estudio. Aquel soneto se llamaba Poética, si no recuerdo mal el título. Después me habló de Noche Canalla, surgió de casualidad, pero recitó algo así como “esta noche canalla no respondo de mí”. Javier aparecía entre nosotros con asiduidad, como un amigo más del grupo que llega cuando menos se le espera. En este segundo poema vi al poeta de su tiempo, al que tiene que enfrentarse a una realidad no tan feliz como quisiera ni tan pública como para que yo la exponga ante todo el mundo. Creo que ni Belén ni él me lo permitiesen. Luego mis pasos se han marchado por otros poemas, nunca me cansaré de recomendar la lectura de 19 de mayo, por otros libros y, al final, yo también me he enamorado de Javier.

El poeta, que ha sido incluido en el grupo de la poesía de la experiencia, publicó junto a sus amigos Álvaro Salvador y Luis García Montero un pequeño libro al que llamaron La otra sentimentalidad. En él, además de sus poemas, se incluían sus reflexiones poéticas y se mostraba un camino, que según distintos críticos sembraron la semilla para el grupo de la poesía de la experiencia. Aunque dejaré estas reflexiones para los críticos y estudiosos que nos podrán hablar de Ángel González, de Jaime Gil de Biedma y hasta de Machado con menor miedo a confundirse que el que suscribe estas líneas.

Como decía anteriormente, Javier es, o era, como su poesía, un ser vivo, móvil, social, al que se le podía ver en los bares con su vaso sujeto como una tabla de salvación o de perdición, no seré yo quien juzgue al hombre desde estas líneas. Y así era y es su poesía, cercana, social, real, viva al fin y al cabo. Valga la anécdota, triste por su final pero entrañable, en la que Egea cede uno de sus poemas inéditos para la publicación de una revista, Tiempos Modernos, de un grupo de amigos aficionados a la literatura y cual debió de ser su sorpresa cuando poco antes de aparecer la publicación de el poema en la revista se encontraron con la trágica noticia del suicidio del poeta. Un triste final pero hasta ese momento Javier Egea siempre fue además de un escritor un amigo de la literatura a todos los niveles.

En la actualidad, el poeta sigue vivo por y para la poesía, pero también sobrevive en la asociación Diente de Oro en la que sus amigos mantienen la llama de Egea encendida y son los conservadores de su obra poética, además de su memoria personal. Esta asociación, a la que Belén pertenece, presentaron en su momento un pequeño texto, como todos los textos de poesía que no se llamen obras completas, llamado Un día feliz y en el que se incluyen algunos retazos de las obras de Javier con la presentación de cada uno de los textos por parte de algunos de sus amigos y admiradores. En estos textos se nos presenta a un poeta enamorado, amigo, cómplice, pero también a un defensor de sus ideales políticos en los primeros años de la democracia, a un noctámbulo y a un joven que “escribía para ligar”.

Si alguien desea encontrar sus versos, espero que esta vez no vuelvan a aparecer en un mercadillo encerrados en una caja cualquiera porque me moriría de pena. Si tuviera que destacar algún texto, y no lo hago yo que esta recomendación la realiza Belén Sánchez, podríamos repasar los versos de El paseo de los tristes de 1982 o Troppo Mare de 1984.

Como ya sólo nos queda despedirnos de este escritor, poeta o persona, creo que lo mejor será que utilicemos su voz para hacerlo:

Porque a pesar de todo nos hicimos amigos
y me mantengo firme gracias a ti, poesía,
pequeño pueblo en armas contra la soledad

Estos versos del primer soneto que leí, Poética, y que se esconden entre las páginas de La otra sentimentalidad, espero que sirvan de inicio para algunos lectores atrevidos.