martes, 11 de octubre de 2011

Los ajolotes de Cortázar

Cortázar no sé si era un genio, pero logra que me estremezca con muchos de sus cuentos. Hace unos días me hablaron sobre uno de sus relatos, un relato sobre los ajolotes, que me ha hecho pensar mucho, quizá demasiado.


Ahora soy incapaz de ver la televisión, de escuchar a los políticos, sin pensar que esos seres que están ahí, inmóviles, con rasgos humanos, con un pensamiento que intento dilucidar, me están influyendo tanto que cuando hablo parecen sus palabras las que brotan de mis labios.



Vuelvo a buscar la imagen de los ajolotes en la red, en los acuarios, y estos seres a mitad de camino, estos seres en plena metamorfosis, me producen una gran angustia. ¿Serán los políticos monstruos mitológicos? ¿Seré yo también un monstruo en potencia? Creo que voy a tapar todos los espejos de mi casa.

jueves, 8 de septiembre de 2011

EL BIBLIORFANATO: García Márquez

Las esencias y los venenos no se venden a granel. Ir a la librería y comprar libros por peso, a razón de 10 euros el cuarto de kilo, nunca me pareció lógico. Será por eso que en los últimos días me he empeñado en la lectura de obras de pocas páginas y gran calidad. Pero como esto de la calidad se mide por criterios muy personales, dejaré que cada lector se encuentre con ellas y decida.



Como ya he comentado en otras entradas, este verano han pasado por mis manos Infecció y La gran novela sobre Barcelona de Sergio Pamiés, La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, Alma de Javier Moreno, El último encuentro de Sandor Marai, Pedro Páramo de Juan Rulfo y, acabo de terminar de leer, El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez.


De esta última no me voy a detener en mucho más que decir que es buena, muy buena, y que transmite muchas sensaciones en sólo cien páginas. Pero lo que sí quiero anotar aquí son las palabras que su autor le dijo a Manuel Pereira en 1979: “Yo creo que es mi mejor libro, sin lugar a dudas. Además, y esto no es una boutade, tuve que escribir Cien años de soledad para que leyeran El coronel no tiene quien le escriba” ¿Libros de kilo como cebo para los de cuarto? Mi abuelo pescaba al contrario, con pescados pequeños para coger los grandes, pero qué tiene que ver la pesca con la literatura.

martes, 6 de septiembre de 2011

EL BIBLIORFANATO: Juan Rulfo

No podría ser de otro modo. Juan Precioso es hijo de Pedro Páramo. Como sus apellidos indican es un hijo no reconocido legalmente, que crece y vive lejos de su padre. Al morir la madre de Juan Precioso, ésta le indica quién es su padre y el hijo se marcha a su encuentro.



Hagamos un juego con los apellidos. Juan es el hijo deseado, algo precioso, muy estimado que deja la huella de la memoria en su madre. Juan es el hilo de Ariadna que permite a la madre volver, regresar a su pasado, una patria de la que se exilió por algún motivo. Imagino que cuando alguien emigra es para buscar algo mejor o por huir de un mundo del que se ha visto expulsado. Así Juan reconduce los pasos de su madre hacia atrás, lleva el alma de su madre muerta hasta el lugar donde se desarrolló como persona. Pero cualquier regreso es peligroso. Juan se encuentra con el páramo, con el terreno yermo y raso en el que se ha convertido su origen. Juan se encuentra sólo, desabrigado, expuesto al pasado sin saber quién ni desde dónde le habla. Juan Precioso carga el alma de su madre y se ve envuelto en el mar de almas que quedan en Comala.



Pedro Páramo es el agujero negro, el vórtice, el personaje central de este pueblo imaginario. Páramo arrasa con todo: mujeres, tierras, hombres, animales y, en fin, deja asolada la tierra en la que vive. Comala es, desde el primero momento, un páramo. Comala y Pedro Páramo es el lugar arrasado de la memoria.



La memoria es ese lugar repleto de muertos, de voces, de murmullos que desde el pasado parecen reconocernos. La memoria es lo que nos impulsa a caminar, a regresar; pero también es la memoria homicida, la que nos asesina lentamente por el miedo a lo que fuimos. La memoria, ese lugar mítico donde residen todos nuestros muertos y los muertos de nuestros muertos, es Comala. Regresar a ella tiene sus costes. Regresar supone pagar un peaje.


Juan precioso regresa a Comala, a la memoria, a la historia de la familia y desde allí nos narra la historia de un lugar, de un pueblo, de un modo de vida. Desde Comala nos habla como un muerto que habla con los muertos.



Pedro Páramo, de Juan Rulfo, es el veneno de la escritura. Cien páginas de creación, imaginación, historia y pasado.

miércoles, 17 de agosto de 2011

EL BIBLIORFANATO: Maldito agosto

Agosto me mata, aunque me mata menos que los agostos de Murcia. Aquí hace otro tipo de verano, ni mejor ni peor, sólo menos asesino. Para ocupar el tiempo entre la siesta y el sueño mira las estanterías, hago cábalas y pienso en qué libro será el siguiente que se cambiará de lugar. Los libros son como esas rayas del desfragmentador de disco. Algunos no se pueden mover, dan miedo y permanecen año tras año en la lista de espera, en la zona alta de la lista de pendientes de leer, pero ahí continúan. Otros si que cambian de lugar. Me he dado cuenta que los que más se mueven son los delgados. Miro Alma, La gran novela sobre Barcelona y los veo moverse, ocupando espacios distintos, llenando espacios, vivos. Sin embargo las obras completas no suelen moverse.

Mis estanterías son mi memoria. Se llenan, cambian de lugar, algún día de limpieza todo se mueve de manera definitiva y el cartón acoge al papel y el papel la tinta y la tinta cae en el olvido. Hay obra que no salen de las estanterías, pero otras, otras estoy deseando meterlas en la maleta y alejarlas, para que no contaminen. Son como mensajes spam, como virus que se ejecutan al abrir las hojas. Necesitaría sistematizar mi espacio, pero soy un Diógenes literario. Hoy le rezo a Sergi Pamiés, a Javier Moreno, a Juan Bonilla o a Raymond Carver. Le pondría velas a algunos libros, a los últimos que he leído de García Márquez o de Eduardo Mendoza; pero velas encendidas que transformasen el papel en ceniza y la tinta en humo negro. Diógenes y pirómano. Este agosto me mata, pero me mata menos que los agostos de Murcia.

domingo, 24 de julio de 2011

EL BIBLIORFANATO: Eduardo Mendoza





Hace muchos años que descubrí, bajo una funda de papel que cubría la portada, El misterio de la cripta embrujada. Mi hermano era muy joven y yo casi un niño con necesidad de descubrir, sobre todo lo que estaba en la estantería de los mayores. Leí aquella obra y me gustó. Olvidé el autor, pero su nombre se fue repitiendo. Tiempo después, cuando ya sabía leer, disfruté y adoré La ciudad de los prodigios. Mendoza tomaba nombre en mi biblioimaginario. Un gran libro que me hacía preguntarme porqué no lo leía todo el mundo, porqué no leía todo el mundo. Años más tarde me defraudó con Sin noticias de Gurb y El laberinto de las aceitunas, y ya no me preocupé más por este escritor catalán.


Mendoza dejó espacio a otros, no mejores ni peores, yo diría que distintos. En los huecos leería libros con un humor más fino e inteligente que el de Gurb, novelas más interesantes que El misterio de la cripta embrujada; pero La ciudad de los prodigios no ha podido ser eliminada de mis estanterias del recuerdo. Así que cuando encontré en el rastro de La aventura del tocador de señoras y Mauricio o las elecciones primarias, me vi impulsado a rescatarlos e incluirlos en mi bibliorfanato, aunque fuese por respeto a una gran obra.


Mauricio aun ocupa el espacio de los no leídos. Me decidí iniciar la revisión con La aventura del tocador de señoras y, ¡oh, sorpresa!, de nuevo humor. Un novela policiaca de humor con personajes cogidos de los pelos, con un recién salido de un manicomio que investiga y participa de un asesinato. Una comedia de enredo con alcalde, empresario, abogado, hijas y padres desconocidos, mujer rica y mucho descaro en el lenguaje. No me gusta la novela, la trama, la historia; pero tiene detalles salvables, muy interesantes. Veamos: el lenguaje, independientemente de poco creíble, es un juego descarado de cultura en un mundo de incultos, frases equivocadas, palabras utilizadas con un significado poco apropiado y giros totalmente inadecuados forman parte de las conversaciones de esas gentes de libros de plástico. Por otro lado están las escenas de carácter teatral, pura comedia de enredo, en la que en una habitación se acumulan personajes, historias entrecruzadas, que terminan escondidos debajo de la cama, en el armario o el aseo. Incluso detrás de la cortina. Mientras que suena un timbre que da paso al siguiente personaje. Dos momentos muy interesantes de la obra. Por último, la resolución al estilo clásico de novelas de Christie, con reunión en una habitación mientras el investigador desentraña toda la trama, con acusaciones cruzadas y cómicos cambios de asesinos y móviles. El final, extraño y casi prescindible.


En resumen, Mendoza con esta obra no me hace volver a aquella satisfacción de mis primeras aventuras como lector; pero me reconcilia con el lector que soy ahora. Disfrutar de pequeñas cosas, detalles, técnica, estilo y dejar pasar algunos errores, al menos para mi, que no desprestigian al escritor consagrado.

martes, 21 de junio de 2011

EL BIBLIORFANATO: Pedro Zarraluki

Hacía mucho tiempo que no sentía la pérdida de tiempo mientras leía una novela. Siempre parece hay algo que aprender en ellas: historia, técnica, personajes, trama… Siempre algo al acecho para sorprender al lector; pero esta vez no he sido buen cazador, he esperado en la retaguardia durante más de cien páginas, casi la mitad del libro, y salvo algunas frases que quise apropiarme, nada.



Llegué a Zarraluki por un pálpito. Aquel apellido me atraía. Lo encontré en un rastro cerca de la Ciudad del Aprendiz. Parecía una premonición. Compré dos de sus libros: Un encargo difícil y Las fantásticas aventuras del barón Bóldan. Del segundo aun no sé nada. El primero es el motivo de estas palabras. Una historia de postguerra civil en Cabrera. Una isla pequeña, con personajes desterrados, un asesinato en ciernes, una ataque por mar sobre la isla que no llega, la memoria de personajes que rondan la isla. No está nada mal para crear una historia, pero las pinceladas no crean el cuadro. La historia no atrapa. El uso de los tiempos, de los narradores o el orden de la historia se encargan de obligarme a dejarlo. Ahí se quedó, en mitad del Mediterráneo, en mitad de la historia.



De las frases que me atrajeron:

- … la vida es estar incómodo en algún sitio.

- … lo peor de las guerras es que, para el común de la gente, un buen día terminan y no se nota la diferencia salvo por los estragos que dejan.

- El mundo sólo era feo a ratos.

- Las niñas empezaban a hacerse mujeres por los hombros.

Algunas otras frases permanecen marcadas a lápiz entre las páginas. Quizá estas palabras sean suficientes.

miércoles, 15 de junio de 2011

EL BIBLIORFANATO: Bukowski y Harrison

Hay domingos extraños, en los que amanece temprano y el rastro de Valencia aun tiene olor a cajas desembaladas y a polvo de almacén. A esas horas salí a la caza de libros huérfanos y por sorpresa me encontré con Harrison y Bukowski. No eran personajes para dejarlos tirados sobre el asfalto y los recuperé para mi bibliorfanato. Si Harrison era un madrugador, a Bukowski no podría pensar más que lo había encontrado en plena retirada nocturna.

El primer libro, Principios de Medicina Interna (16ª ed.) del profesor Harrison, estaba aún envuelto en su plástico primigenio y allí, abandonado a su suerte, lo encontré por el misérrimo precio de diez euros. Un regalo para los que estudian medicina. Sabía que no era su lugar y ahora me mira desde las estanterías.

El segundo libro, Hollywood de Bukowski, debía sentirse en su ambiente. Rodeado de libros viejos, objetos antiguos, personas desahuciadas y oliendo a encierro, sentí que lo sacaba de su entorno. El libro es una obra muy interesante. Una novela sobre el guionista de una película que busca medios para ser grabada, montada y estrenada en la ciudad del cine. Una visión ácida y crítica del mundo del séptimo arte que Bukowski deja en el lugar que, según él, le corresponde. Un conjunto de personajes caprichosos, cambiantes, en plena lucha y que son capaces de jugar con los sueños del escritor. Actores volubles, productores timadores, escritores indefensos ante las circunstancias y allegados de todo tipo tienen cabida entre sus páginas.


En algunos momentos la novela recuerda a la obra Burton Fink de Joel Cohen. En otros momentos nos lleva al tan manido tema de la literatura de los escritores, pero sabe salir de ella gracias a un guionista muy particular y que huye constantemente del entorno erudito y literario. El protagonista, alter ego de Bukowski, nos lleva a los bajos fondos de la ciudad y del cine. Una obra que ocupa un puesto importante en este bibliorfanato.


lunes, 23 de mayo de 2011

Robando poesías ayer madre me perdí

Todo comenzó con este poema que robé en el blog lasgafasdemicke.blogspot.com:

Cuando los tranvías te visiten de noche
dirás que todo fue mentira, mientras bebes
esa luz que muere en la mirada.
Y recordarás los viejos libros

donde guardabas rojas amapolas
entre sus páginas de primavera,
y no quedará nada,
sólo un polvo violeta

manchando de melancolía sus páginas.
Porque el tiempo,
no conoce más pausa que la muerte.


Y acabó con éste:

Cuando los tranvías te visiten
dirás que todo fue mentira,

mientras bebes esa luz

que muere en la mirada.
Y recordarás los libros
donde guardabas amapolas
entre páginas de primavera,
y no quedará nada,
sólo un polvo violeta
manchado de melancolía.
Porque el tiempo,
no conoce más pausa que la muerte.

jueves, 12 de mayo de 2011

Huyendo con Corto Maltés

Aún tengo el temblor en las piernas, desde el dos mil cinco, cuando mi casa comenzó a moverse y vi que estaba en un lugar demasiado pequeño. Ayer, cuando supe que todo volvía tambalearse por mi tierra, cuando comprobé en la televisión (a pesar de los periodistas morbosos) que algunos edificios se venían abajo en Lorca, sentí la necesidad de buscar un espacio inmenso. Busqué en mi bibliorfanato personal. Saqué los cómics de Corto Maltés y viajé. De isla en isla, buscando puertos, encontrando pueblos aislados por Sudamérica y la Polinesia. Navegué con Boca Dorada, el Monje, con Rasputín y, aunque nada podía hacer por combatir contra la naturaleza, al menos encontré un lugar más amplio que mi patio estrecho o mis calles retorcidas de casco viejo.


Después encontré algún comentario en las redes sociales. Eugenio escribía en su perfil: “curarse en la literatura…” Creo que, de algún modo, todos estamos conectados, más allá del FB.


Desde aquí, un abrazo a los lorquinos y a todos los que se arriesgan a vivir sobre una falla.


viernes, 6 de mayo de 2011

EL BIBLIORFANATO: Raúl del Pozo

Dicen que no valgo para nada, pero eso es mentira, al menos soy un mal ejemplo. Más o menos éstas fueron las palabras que me dijo Óscar, y ahora que dejo sobre la estantería el libro de Raúl del Pozo “Noche de tahúres”, me han venido a la memoria.



A Raúl lo recogí de la miseria en El Rastrell. Allí agonizaba, entre el polvo, junto a Marvin Harris o Paco Ignacio Taibo II. Qué extrañas compañías se hacen en estos lugares. Me los llevé todos a casa, además de la calderilla que me dieron del billete de diez euros.

Noche de tahúres” me atrajo por su temática. Hojeé el libro antes de sumarlo a la compra y era un repaso a los personajes de la noche, del juego y las relaciones extrañas que se crean entre ellos. La historia es sencilla: reconstruir la partida en la que despluman a un jugador y las horas en torno a su muerte. Para ello utiliza un recurso sencillo: dos policías, uno versado en estos ambientes y un joven inexperto. No era novedoso pero sí interesante. Pues eso, que me llevé el libro. Y mientras lo leía surgieron todos los lados negativos: la trama era difícil de seguir, se pasaba de un personaje a otro de modo brusco y sin avisar al lector ni siquiera con un doble espacio; hacía alarde de una jerga del juego que impedía que comprendiese frases completas o que me obligaban a volver a la página en que la había utilizado por primera vez. Vaya, que el libro obligaba a leerlo con una libreta al lado para hacer un vocabulario, una lista de personajes que no estaban del todo diferenciados y para saber los movimientos de los policías, que por cierto, no descansan ni un solo día de la semana y tampoco tienen más caso que el que tienen entre manos. Todo un lujo para los tiempos que corren.


En definitiva, que la novela de Raúl del Pozo se queda ahí, en un manual de errores que habría que evitar. Interesante sí, pero habría que reescribirla. Y lo mejor de todo es que sales de ella pensando que has aprendido muchas cosas.

lunes, 25 de abril de 2011

Agentes comerciales y Paul Auster

Cuando suena el timbre de la puerta siempre pregunto quién es. No suelo recibir visitas en esta ciudad, así que he dispuesto esta pregunta para preparar mi puesta en escena.

- ¿Quién requiere mi atención?

- Información comercial de Ono – me dice una voz femenina desde el otro lado del telefonillo y yo aprovecho el ascenso hasta el séptimo piso para colocarme el batín de seda y las zapatillas del hotel Juan Carlos I de Barcelona que compré un mercadillo de segunda mano. Si tengo tiempo enciendo un cigarrillo perfumado de canela y permanezco en la puerta, a la espera de la llegada de la información comercial.

Sin embargo, si la respuesta es: Internet de movistar, con voz masculina y americana, me dejo el pijama, voy al baño a despeinarme con gomina y me sirvo un vaso de agua. Espero al comercial desde el parapeto de la puerta y antes de que pulse el timbre deslizo un papel bajo la puerta: no estoy en casa, y a un palmo de distancia me carcajeo y observo su rostro alucinado. La puerta, que maravilloso muro.

Otras veces dicen que es correo comercial, el cartero o simplemente demuestran su mala educación no contestando. Cómo me molesta el silencio al otro lado del telefonillo. Pero una vez preguntaron por la Agencia de Detectives Pinkerton. Ese día salí corriendo por los tejados de la ciudad.

domingo, 24 de abril de 2011

EL BIBLIORFANATO: Nikita Lalwani

He paseado por Valencia sin rumbo y, como siempre, he acabado en la puerta de una librería. Puede que sea una obsesión, un destino obligatorio o puede que en esta ciudad sean demasiados los lectores y vendedores de libros. Quizá lo interesante no sea dilucidar estos temas, ya que también hay cientos de bares, tiendas de ropa y gimnasios. ¿Definen los establecimientos a una ciudad? Otro día me haré antropólogo urbano y hablaré sobre ello.

La cuestión es que paré mis pasos frente a uno de los centros comerciales literarios más importantes de Valencia que, para redundar, se llama París Valencia, y en el que, además del mercado de libro nuevo, se acumulan ejemplares descatalogados. Es sorprendente ver qué libros se eliminan del mercado y a qué velocidad. De entre esas pilas, de ese orfanato de libros recién nacidos, decidí indultar Raíces cuadradas de Nikita Lalwani. Había sido el debut de esta escritora de origen indio. Había sido finalista del Booker 2007. Había sido traducido en el 2008 al castellano y en solo dos años había pasado a ocupar su espacio en el olvido. ¿Quién conoce a Lalwani?


Atraído por el tema general: una niña india superdotada que quiere ingresar en la universidad inglesa con quince años, me sumerjo en un mundo de palabras monótonas. Los capítulos tengo que unirlos yo, la autora no se molesta en hacer una transición entre escenas e incluso me desubica en los cambios. La niña, con una especial inclinación a las matemáticas, hace uso de esa capacidad en los momentos más insospechados, de manera insulsa, y su padre le impone un régimen de estudio brutal que ella, como niña adolescente, se salta para hacer nada especialmente interesante. Ya veis, voy por la mitad del libro y no seré yo quien lo defienda.


Escribo esto para desembarazarme de él. Para escribirme lo que siento y para darme el placer de dejar el libro huérfano de nuevo, sin pedir permiso a nadie, ni a mi mismo. Lo dejaré en el lugar de los libros que pudieron ser y que me hicieron soñar hasta el mismo momento en que abrí sus páginas.

Volveré a pasear por Valencia.

lunes, 11 de abril de 2011

Recuerdo a la infancia, canto a la vejez...


A veces tiene el amanecer como un brillo extraño, no sé, como si resurgiera de entre el cielo de cenizas un sol joven, un sol de infancia que te lleva de nuevo a los pupitres de las aulas, a los cielos azules. Y te recuerdas joven y vigoroso contemplando un mundo extraño que no llegabas a comprender. Y sonreías al salir de clase, caminando por esas calles donde hacíamos la vida, retrasando el momento exacto de volver de nuevo a casa, porque allí, en la calle, es donde estaba la vida. Y conociste el amor, el primer amor que con los años se fue convirtiendo en una mansa nostalgia, y conociste la amistad, esa que a veces desaparece, o sigue intacta hasta hoy. Perder a un amigo, sentir ese clavo ardiendo en el alma, el peso de esa ausencia que nunca te abandona, que te va consumiendo por dentro como una hoguera en la noche. A veces tiene el amanecer como un brillo extraño que te hace contemplarte en el espejo para ver el hombre en que te has convertido y te sorprendes descubriendo a un extraño, porque a veces la vida, el destino, nos hace alejarnos de ese camino que teníamos idealizado como armónico y perfecto. Y el mundo te sigue pareciendo un lugar extraño, un sitio poblado de recuerdos, de bares cerrados y calles donde quedaron impresos nuestros pasos. Y miras al frente y te imaginas con las manos arrugadas, con el rostro ajado por los años, quizás solitario, o quizás no. Un cuerpo que sigue recorriendo las mismas calles, que tiene los mismos recuerdos, pero nada es lo mismo, porque nunca lo es, porque todo cambia y el mundo te sigue pareciendo un lugar extraño hasta que un día, ante el amanecer quizás, sientes que el corazón se detiene, que un ultimo aliento lucha por escapar de ti, y allí quedamos, una masa de carne inerte, que tuvo una vida llena de recuerdos, a veces felices, a veces no, pero que siempre se enfrentó a los días con la predisposición de ganar y que fue ganando hasta que la vida, con su embate incesante, nos priva de su presencia y ya sólo nos queda cerrar los ojos y esperar que el viento no borre nuestras huellas...........

jueves, 7 de abril de 2011

EL BIBLIORFANATO: DeLILLO

El hombre del salto es un signo, un símbolo del vacío. DeLillo estaba allí, por casualidad, en el cabecero de mi cama vacía. Hacía tanto tiempo que no entraba en aquella habitación que me recordó a otro mundo, a un lugar donde los sueños eran posibles. Tomé el libro y lo exilié al mi vida. En hombre que cae al vacío, sujeto por un arnés de fabricación casera. Alguien que sufre en una torre de marfil golpeada por aviones. Una mujer que duda, que teme. Una pareja de ancianos que se desconocen día a día. El póquer como metáfora de la vida. Un niño que no comprende o, quizá sepa demasiado. Unos prismáticos para controlar el movimiento en el cielo. La vida como vacío. DeLillo se transforma en terremoto, en sacudida, en agua fría en los días de resaca.


El libro se acaba. Lo dejo en la estantería, junto a otros libros rescatados. Lo dejo y me lavo las manos. Necesito no volver a él. Eliminar todo los restos. No quiero el miedo ni el vértigo. La literatura no siempre nos deja tranquilos. El dios de los otros. Nuestro futuro. Las manos. Pólvora. Me lavo las manos. Arrojo agua a mi cara. Pero el libro sigue allí, latiendo entre los demonios.


miércoles, 23 de marzo de 2011

Debajo del mar, debajo del mar....

El domingo como metáfora de liberación. el día en que eres tú, que recuperas tus sueños, el día que no le debes a nadie y que nadie te paga por vivir. El domingo de resaca en el que también tienes tiempo de pensar en lo que no has conseguido, en el que renuevas los votos con tu sueño, con las ansias de vivir, y vas pegando sobre los retazos de días perdidos, las últimas hebras de lo que un día quisiste. Poco más o menos, como la bocanada de aire del buceador, que sale a la superficie, pero cada vez esta mas cansado y aguanta menos bajo el agua. La botella de oxígeno más vacía, el neopreno más gastado, las piernas cansadas y con la sensación de estar olvidando la imagen real del cielo, que siempre lo ve transido por la superficie inversa del agua.



martes, 15 de marzo de 2011

EL BIBLIORFANATO: ARTO PAASILINNA

Arto Paasilinna nació en el 2007. Vio la luz entre las páginas de la revista de Círculo de Lectores. De una camada múltiple, sólo resistieron en la incubadora él y su hermano Fernández Mallo. Como todos los nacidos en aquel hospital circular, ambos vinieron con un libro debajo del brazo: Paasilinna se presentó con Delicioso suicidio en grupo, Fernández Mallo con Nocilla Dream.


El libro de Paasilinna me atrajo de una manera extraña. Extravagante, surrealista, narraba la experiencia de un grupo de suicidas que decide reunirse para llevar a cabo su acción final. Allí se inicia su tránsito por Finlandia, montados en un autobús y buscando el lugar preciso y el método adecuado para acabar con sus vidas. El autor nacía para mí con la muerte, con la intención suicida bajo el brazo. Después de aquello, Paasilinna desapareció. Para mi era un autor suicida.



Cuatro años después, en un hogar de acogida, donde van los autores que ocupan demasiado espacio, me volví a encontrar con él. Esta vez ya no podía nacer. Coño, cómo va a nacer dos veces. Así que pongamos que resurgió en un espacio plano, vertical y de lomo. Había cientos de escritores que, avergonzados por su presencia en un hogar de acogida, daban la espalda a los rescatadores. Entiendo esta posición porque no todos los padres de acogida buscan un niño bello, alto, fuerte e inteligente; no, algunos quieren cinco quilos de niño, otros piden que los niños en conjunto sean bonitos y de colores agradables, otros, en fin, los compran por metros. Dame dos metros y medio de niños que me he comprado una estantería nueva. Bueno, esa es la vida en un bibliorfanato.


En El rastrell, multiorfanato de libros, lámparas, zapatos y camisas, estaba de nuevo Arto Paasilinna. De espalda al mundo y con El bosque de los zorros bajo el brazo. Me lo llevé a casa. Reconozco que estos niños son poco molestos y también se vinieron algunos de sus compañeros: Phillip Roth, Banana Yoshimoto, Kazuo Ishiguro y John Fante. Hoy todos duermen en mi cementerio de libros, a la espera de la mano divina, la mía o la tuya, que les de vida.


El bosque de los zorros es una obra muy interesante. De humor negro. De personajes complejamente humanos. De búsqueda y de soledad. Yo diría que Paasilinna está enamorado de la soledad, de los páramos finlandeses y de las personas al límite. Oiva Juntunen, un ladrón profesional; Sulo Remes, un militar en excedencia, y Naska Mosnikoff, una anciana que se niega a ir al asilo, convivirán en una cabaña aislada en la que irán apareciendo personajes variopintos. Una obra de humor muy seria en la que todo es posible.


Y ahora que Paasilinna da sus últimas bocanadas de aire fuera de mi cementerio de libros, aprovecho para escribir: si eres una persona, ten cuidado, esto es una trampa para lectores.

lunes, 14 de marzo de 2011

Más noticias de los "200 gramos de literatura"

Desde su blog, gomesycia, Antonio Parra Sanz nos dedica estas palabras:

CRÍTICAS LITERARIAS - PEDRO Gª MARTÍNEZ, ANTONIO PÉREZ ABRIL

GRANDES RELATOS

Dos amigos no se unen para hacer literatura por casualidad, dos escritores publican juntos cuando compart6en la forma de mirar el mundo, cuando beben de los relatos hispanoamericanos, del cine, de Poe, de una fantasía común capaz de crear un universo íntimo y propio. Eso han hecho Pedro García Martínez y Antonio Pérez Abril con estos gramos que enseguida se vuelven kilos de calidad en relatos como ‘Quince segundos’ o ‘Make my day’, relatos que nos zarandean y nos agarran del cuello para no soltarnos más que en el punto final.


‘200 gramos de literatura’. Pedro García Martínez, Antonio Pérez Abril.

Editorial: Culturajos. Murcia, 2010. 156 páginas.


Antonio Parra Sanz es escritor y crítico en el suplemento Ababol de La Verdad de Murcia. Ha escrito libros de relatos como El sueño de Tántalo, en novela publico Ojos de Fuego y en crítica de cine el libro La linterna mágica.

viernes, 4 de marzo de 2011

La sed mortal

A veces mi madre llora por las tardes. Es algo que nunca me ha contado pero que yo sé, porque algunas cosas se saben sin más. Lo hace por las tardes, apoyada en el poyo de la cocina, mientras mira la ventana repleta de geranios rojos y el sol de la tarde que termina de filtrarse por los cristales. Y yo creo que es normal que llore, porque a veces mi padre tarda demasiado tiempo en llamar cuando está de viaje por Europa, como él dice, al volante de un camión repleto de frutas. Y yo me imagino esa Europa como un país lejano de asfalto y nieve y comprendo que mi madre llore por las tardes. Es quizás por eso que a veces me gusta largarme de casa y pasar el tiempo en los bares, por unos bares oscuros donde ponen la música que tanto me gusta y la cerveza no es muy cara. A veces también salgo solo, porque mis amigos se van echando novias, porque a veces la vida es un lugar extraño y todo cambia, como lo hacen mis amigos, pero yo me siento siempre igual, quizás porque nunca he tenido novia, o porque ahora mismo son las cuatro de la mañana y todo me es indiferente, incluso yo mismo, y miro a mi alrededor y veo que ya sólo quedamos lo peor de cada casa. Al alzar la mirada me encuentro en el otro extremo de la barra a Paquita que me sonríe y se acerca a mi lado para invitarme a un cigarrillo y yo me quedo mirando sus ojeras de perdida y esas manos secas y tristes con las que aparta la bruma de su rostro. Entonces el dueño del bar, que arrastra cajas de quintos vacíos, nos lanza una mirada y Paquita y yo nos vamos, y nos tambaleamos por las calles como si fuéramos trapecistas de un circo inútil hasta que en algún portal me abraza y yo busco entre las miserias de su falda aquella chispa de luz que a veces le falta a la vida, pero nunca encuentro nada, porque Paquita está vacía, porque yo estoy vacío, y no pasa nada, y nos quedamos dormidos hasta que unas horas después me despierto con el sol del alba golpeando en mi cara y vuelvo a casa arrastrando los pies. Y ya no existe el día, porque lo paso entero en coma y cuando despierto allí está mi madre apoyada en el poyo de la cocina, con los ojos vidriosos. Y al verme entrar me sonríe, como siempre hace, como si la sonrisa reflejara un bien estar continuo que a mi me parece frágil, una mueca oscura como la noche que ya ha llegado y el teléfono sigue sin sonar. Entonces mi madre se pone a preparar la cena mientras yo pongo la mesa y cenamos en silencio porque hace tiempo que no tenemos nada que decirnos, mientras de fondo se escucha el rumor del telediario y del frigorífico. Después vuelvo a la cama y cuando estoy apunto de dormirme suena el teléfono y escucho en el dormitorio de mi madre el crujir de los muelles al levantarse, el murmullo de su voz y después, de nuevo el silencio.