martes, 29 de septiembre de 2009

crono, qué grande es el cine

Este pueblo está en plena ebullición. Música, cine, literatura. Todo se hace uno en el corto que hicieron estos amigos. Para verlo pincha en CRONO

Hay días que nunca amanece

Hay días que nunca amanece y me quedo dentro de la cama mientras escucho caer la lluvia en las calles y me tapo hasta la cabeza con las sábanas o me masturbo pensando en Jessica Rabbits. Hay Días que anochece demasiado temprano y me tiro al sofá o a todo lo que se menea y me siento feliz o muy triste por perder el control como aquellas noches en las que las calles languidecen rebosantes de gente y de perros callejeros que rebuscan un trozo de carne en los contenedores. Hay días en los que estoy triste y salgo a la calle para comprar cosas que me hagan sonreír como algún libro en Diego Marín o alguna Película o una cajetilla de tabaco o una cerveza o una caja de condones de veinticuatro con sabor a melocotón con almíbar. Hay días que ella se marcha y yo me quedo mirando al techo y pensando que no me gusta que se vaya o momentos en los que abro el frigo y no me apetece nada y lo vuelvo a abrir y sigue sin apetecerme nada de lo que allí encuentro y entro al servicio y mientras orino pienso que me apetece una tarrina de helado pero es invierno y en invierno no se come helado. Hay días que no me funciona el deuvedé y no se que hacer con mi vida y vuelvo a salir a la calle y rebusco en mis bolsillos unas cuantas monedas para tomarme una cerveza y sólo encuentro una vieja fotografía de cuando erá pequeño y coleccionaba gamusinos de colores en las noches de Julio. Hay ocasiones en las que conduzco por la noche y siento mucho frío al ver las gasolineras abandonadas con aquellos grafitis cargados de viejos amores mientras Quique Gonzalez tararea la Backerliner en el radiocedé o un escalofrío intenso al verme sorprendido por las luces de algún puticlub y me imagino a todas aquellas putas apoyadas en la barra con aspecto casado mientras fuman ducados y beben gyntonic y miran al horizonte o a la bragueta del último tipo que acaba de entrar. Hay días que no soy yo mismo y días que si lo soy. Hay momentos en los que me pierdo y otros en los que me encuentro con un viejo amigo que me ayuda a encontrarme y nos tomamos unas cervezas en sucios vasos de cantina. Hay noches que leo a Dostoevsky y no entiendo nada o lo entiendo y disfruto como un enano o sufro por todas las miserias de las que está compuesto el mundo. Hay ocasiones en los que me pierdo en el estribillo de alguna canción y no se regresar o regreso y solo encuentro palabras empañadas por mis propias lágrimas y después me lanzo a escribir porque hay días que escribo y otros que no y días en los que no paro de leer o otros en los que no leo nada y solo paseo la vista por aquellos grandes párrafos en los que no me apetece adentrarme. Hay días que te beso, hay días que te largas, hay días y más días.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Ludopatía I


Fresa-naranja-limón. Son las doce y cinco y Marta no llega, hemos quedado a las once y cuarto y yo estoy esperando desde las diez. Naranja-limón-naranja. Bebo un trago del cubata que se acaba casi sin haberlo probado. Enciendo un cigarro. Siete-sol-naranja. Mis amigos están dentro, en la sala donde Eladio pone los cubatas a tres euros y yo espero, sentado en un taburete. Fresa-naranja-fresa. Yo me he quedado en esta parte, donde Chema sirve las cenas y las cervezas. Naranja-naranja-limón. Prefiero estar cerca de la puerta para verla llegar, para verla entrar con sus zapatos de tacón rosa. Limón-fresa-siete. Espero verla llegar con su pantalón vaquero y su camiseta blanca, ajustada. Fresa-fresa-naranja. Dos avances. La camiseta se ciñe a su cintura, a su pecho y a sus brazos. No puedo dejar de pensar en ella. Fresa-fresa-limón. Bajo los dos avances. Cuatro euros. Las subo a llaves. Bebo el último trago del cubata y pulso el botón. Ya no quedan créditos en la máquina. Me vuelvo a la barra y pido a Chema otro cubata. Pido cambio de diez euros en monedas. La máquina mantiene la última jugada. Limón-sol-naranja.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Ruleta rusa


El humo envolvía todas las esquinas en la trastienda del Dalton´s, un bar donde nada es lo que parece. Alonso Quijano encendió un cigarro y miró al suelo. sudaba en exceso. El sudor descendía de su rostro perdiéndose en el cuello de su camisa mientras en el gramófono sonaban viejos Blues de la polvorienta Luisiana, pero Alonso Quijano no estaba en situación de fijarse en la música. Tenía un revolver apuntando a su cabeza y un cigarrillo en la boca. Frente a él estaba Paco “El Manco” un hombre cuyo historial se veía poblado por turbias anécdotas. En medio de ambos, en la mesa, había diez de los grandes esperando a que el ganador se los llevara. Suerte, solo era cuestión de suerte, una posibilidad entre ocho, una bala para dos cabezas. Alonso Quijano mantenía la pistola apoyada en la sien con la mano temblorosa dando fuertes caladas al cigarro. El Manco comenzaba a impacientarse.


-¡Quieres apretar el gatillo de una puta vez, pedazo de mierda!


Alonso Quijano siempre había sentido una tibia sensación al jugar y sentirse preso de las ingrávidas garras del azar y ahora estaba jugando la partida de su vida. Recordó como el juego había arruinado su vida. Un matrimonio de cinco años, un trabajo de abogado. Recordó entonces a Clara, su ex mujer. Tenía el cabello rubio, los ojos pardos y los labios más suaves del mundo. Algunas tardes de lluvia, cuando la ciudad era un mar de plomizos veleros se quedaban en casa. Entonces clara le miraba a los ojos.


-Eres un hombre muy aburrido Alonso Quijano. Eres tan aburrido como esta lluvia de ciudad pero te amo, te amo como a nadie. ¿Tú me amas? No digas nada, no quiero que lo digas, disfrutemos de este silencio pero no dejes de mirarme con tus aburridos ojos y haz que sea parte de tu aburrimiento.


Y entonces hacían el amor, lo hacían bajo un silencio sepulcral, con el sonido de la lluvia golpeando los cristales. Pero eso ya no existía. Cuando Alonso conoció el juego enloqueció y todo dejó de tener sentido. La lluvia, Clara y su aburrimiento, pues el juego había tornado divertida e incierta su vida y eso lo hecho todo a perder.Su ensoñación se vio aplastada por la furibunda mirada del Manco, el cual cada vez se mostraba más irascible. Finalmente se decidió. Tomó un largo trago de Ginebra bebiéndolo directamente de la botella y apretó el gatillo.

El disparo resonó por toda la habitación y Alonso cayó sin vida sobre el suelo. Pronto todo se llenó de sangre y el Manco se apresuró a coger sonriente todo su dinero. Entonces la puerta se abrió y una gélida brisa se apodero de los cuerpos allí presentes. El Turco acababa de entrar.

martes, 22 de septiembre de 2009

Dientes de Buda

al padre de Quisque

Quisque necesita pedir disculpas a los trabajadores del zoco chino de su barrio, desde que surgió la noticia de la venta de diente de dragón no han dejado de llegar compradores, antropólogos, forenses, odontólogos y protésicos dentales a hacerse con las piezas. Han tenido que esconderlas porque la marabunta científica ha arrastrado a la policial y sólo hay un dependiente que pueda atender el negocio, lógicamente el resto no existen en España por falta de documentación. Tras varias semanas de inquietante supervisión policial y científica, estos avispados comerciantes han dejado de vender dientes de dragón y han comenzado a hacer colgantes que llaman “Dientes de Buda”. Quisque teme que los nuevos inquisidores intenten cerrarles el negocio espiritual, pero el centro budista de Valencia ya les ha pedido noventa y cinco ejemplares. Hace dos días que Quisque hizo la última visita al supermercado chino, necesitaba papel de calco y calcetines verdes. Al entrar en el negocio se ha sorprendido al ver que sólo vigilaba uno de los dependientes, Huan, que le ha informado de que el resto de compañeros estaban ocupados atendiendo los pedidos de Valencia. Al marcharse, Huan ha sonreído y en su boca sólo tenía colmillos e incisivos. Sus molares habían desaparecido.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Mi casio F 91

Ya no tengo reloj. Mi viejo compañero, mi amigo, murió, tras una larga agonía. Todo comenzó hace ya muchos años, en un pueblo pequeño, en una mente adolescente. Compré el reloj después de haberlo mitificado durante muchas semanas: un Casio F 91, guaterresistan. Yo lo miraba con los ojos y la boca abierta hasta que conseguí las mil doscientas pesetas que nos separaban. Semana a semana fui acumulando el dinero en una taza de la alacena de casa. Acumulaba cien pesetas a la semana, lo que suponía tres meses aproximadamente para conseguirlo; pero al observar mi comportamiento mi madre hizo surgir de algún lugar una moneda de quinientas pesetas y la espera se acortó. Al mes y medio ya tenía mi Casio.


Hoy he vuelto a ver su imagen en un escaparate y me ha recordado lo que fue para mi aquel reloj, pero yo también me he visto reflejado en el cristal y he tenido que controlarme, he detenido ese impulso que me llevaba a ser niño de nuevo, a querer el Casio F 91 guaterresistan. Frente a ese escaparate he dejado pasar el tiempo mientras observaba su segundero moverse mecánico y digital. Luego me he marchado a hacer unas fotocopias con su imagen aferrada a la memoria.


Mi reloj envejeció a mayor velocidad que yo. Con solo cuatro años comenzó a tener problemas de memoria: a veces se le olvidaba sonar la alarma, otras no emitía aquel pitido que indicaba las horas en punto; también comenzó a tener problemas de visión: sus números se empañaban, como en un cristal sucio, y otras veces se perdía totalmente su visión durante algunos minutos. Mi compañero se estaba haciendo mayor, sufría los problemas típicos de la vejez.

Yo no sabía que una de las mayores debilidades de los ancianos estaba escondida en sus huesos y, sin ser cosnciente, aceleré la muerte de mi Casio: una de sus correas se había agrietado, sus plástico se había endurecido en los últimos tiempos, y yo no había dejado de jugar con aquella correa un día tras otro hasta que llegó su final. La correa se rompió y el reloj quedó casi ciego, casi demente y cojo. Pensé en ponerle una nueva correa o en cambiar la pila, que seguía siendo la original, pero no lo hice. No, me dije, no romperé la esencia de mi reloj. No cambiaré su alma de litio por ninguna otra. No le pondré una prótesis. Ha llegado su final y tengo que aceptarlo. Lo guardé en la misma taza de la alacena donde fui acumulando el dinero, en la misma donde apareció la moneda de quinientas pesetas. Y allí lo dejé olvidado. Mi reloj. Mi Casio F 91 guaterresistan con el alma exhausta terminó sus días en el mismo lugar donde nació como una ilusión.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Recuerdos

Este relato ha sido escrito por Trovador sin Lengua. Desde aquí queremos agradecerle con un fuerte abrazo su brillante aportación
Las gotas que empapaban la ventana distorsionaban la visión de la noche. Amanda se apoyaba mirando la lluvia, buscando la razón de por qué los perros aullaban a la luna. En verdad, nunca supo mantener nada en pie. Incluso en ese momento estaba de rodillas. Su aliento empañó suavemente el vidrio embalsamado, y su mejilla imitó sin perspicacia al cristal empapado. Todo lo que deseaba era que alguien le rozara la piel. Su belleza, un increíble sueño de dioses olvidados. Su vida hacía tiempo que se consumió en las tertulias de los cafés a las cuatro de la tarde. Un ave volaba rabiosa por el cielo encapotado en busca de refugio. Eran aproximadamente las cinco de la madrugada, y la panadería irradiaba luces de trabajo. Si la vida fuera justa, ahora mismo Amanda no se preguntaría por qué los perros aúllan a la luna, ni tampoco lloraría por deseos depositados en el tiempo. Y todo se desvanece con el alba, cuando el cielo es deseo de claridad, y se oye todo tan diferente. Dejó de llover, y abrió la ventana. El olor de la humedad le trajo recuerdos de otoños, recuerdos que inundaban sus ojos cansados del insomnio. El despertador sonó en vano, y entonces sintió que su alma no tenía sentido, y noto un escalofrío en la espalda. En el silencio de la mañana, exprimió dos naranjas y, en el vaso, echó un chorro de ginebra seca. Con la ropa interior se sentía mejor, y odiaba tener que volver a oler el aliento a café del hijo de puta de su jefe. Todo giraba como siempre, y el sol había ocupado por completo la ciudad. Las farolas se apagaron, y antes de salir de casa, volvió a acariciar la ventana. El frío le hizo llorar de nuevo, y entonces suspiró. Recordó sus inviernos de viejos amores rotos, y secó sus lágrimas con la manga de la camisa. Salió de casa, y encontró a un perro muerto en la acera. Sus ojos musitaban callados, y parecía que en cualquier momento iba a lanzar un aullido. Aplastó sus tacones contra un paso de cebra y llegó al otro lado de la calle. En su trabajo, seguía soñando con ser de piedra, y depositarse en un lago abandonado en medio del bosque. Cuando era pequeña, su abuelo le contaba historias sobre la guerra y sobre los tomates de la huerta de su padre. Y entonces, era cuando se sentía viva. Pero hacía tiempo que sus ojos perdieron de vista a su familia. Encontró en un cajón un pañuelo usado, y consiguió oler en él los desechos humanos. Lo único que necesitaba era soñar, soñar junto a la ventana, mientras se apoyaba de rodillas en el radiador. Y un soplo de aire le volvió a cruzar la espalda, mientras su mente viajaba en el tiempo. Y todos la miraban, sí, la miraban como uno de esos libros olvidados que reposan en el fondo de una olvidada estantería. Y entonces, no supo reaccionar. Salió a la calle para encontrar un hueco y fumarse un cigarrillo. Y recordó de nuevo la ventana, mientras soñaba con todo, con que alguien le rozara la piel, y poder llorar. Pero el cielo volvía a mojar las calles, y el escalofrió volvió a acechar su espalda. Todo se manchó de humo, y el bar de enfrente recogió la terraza. Sus ojos eran verdes, como aquellas aceitunas que resbalan entre los dedos. Cuando volvió a casa, la soledad permanecía llorando en una esquina. Y entonces, se acostó junto al radiador.

Dientes de dragón

Quisque ha encontrado una nueva tienda en el barrio: otro supermercado regentado por chinos y que recuerda a un pequeño bazar. Ha entrado a comprar una libreta para lenguaje musical y, sorprendentemente, era el único producto que no tenían a la venta. Ha caminado por entre las estanterías y, mezclado con otras fruslerías “made in Taiwán”, ha visto un nuevo producto: dientes de dragón. A Quisque le suenan a mitología, a medicina tradicional china y al descubrimiento del hombre de Pekín (Sinanthropus Pekinensis). Los revisa uno a uno y reconoce molares humanos, incluso algún colmillo afectado por la caries. No parecen muy antiguos, así que aquí no hay hallazgo paleoantropológico. De cualquier modo se lleva tres dientes de dragón y el dependiente, con sonrisa asiática, le felicita por la compra: “mucha suelte, mucha suelte, chinco ehlos”. Quisque deja el billete sobre la mesa y se marcha. Al entrar en casa los tira con la basura orgánica. Cada vez son más originales estas mafias para hacer desaparecer a sus compatriotas.

jueves, 17 de septiembre de 2009

¡Maldito Septiembre!

La lluvia ha llegado con este final de verano, con septiembre agonizante y bucólico y como hago siempre en estas fechas salgo a pasear para empaparme de lluvia. Nunca me he sentido más vivo que cuando siento la lluvia devorar mi cuerpo y deformar mi ropa. Enciendo un cigarro y sonrío ¿qué ironía verdad? Sentirme vivo mientras dosifico muerte a mi cuerpo, siempre me gustaron las contradicciones. Veo a una mujer que pasea arropada bajo un paraguas, una dama de generosos atributos y vestido rojo y vuelvo a rendirme ante la contradicción: gris de lluvia, rojo de vestido y locura, locura momentánea que me hace transportarme a la Italia del siglo XIX donde me veo paseando por aquellas calles pictóricas mientras una dama llamada Julia Reis me espera en la terraza de algún café fumando un cigarrillo. Sigo paseando, recibiendo lluvia hasta que encuentro en una esquina un osito de peluche sucio y desecho con aquellos ojos negros derrumbados en el olvido y me pregunto por mi niñez, por mis sueños y me doy cuenta de que la vida está llena de mierda y me acuerdo de Bob Dylan. Cojo el peluche y sigo caminando, fumando bajo la lluvia, mientras en mi cabeza comienzan los ecos de un viejo tango y de una ciudad sumida en la lluvia. ¡Maldito seas Septiembre, pero que bien me sientan tus calles!

martes, 15 de septiembre de 2009

Feliz 1000

El Ateneo abre sus puertas de cinco a siete. Es el tiempo necesario para revisar sueños, libros y acabar con medio paquete de tabaco. Allí nació todo, como una broma, hagamos algo juntos. Ya veremos.

En Vasundhara nació el nombre. ¿Cómo llamarías a esas morcillas que meten algunos en las conversaciones para parecer más cultos? No sé, debería de ser algo despectivo. Algo que termine en ajos. Después Juana me dijo algo así como Culturajos. Me gustó. Nos gustó. Lo comentamos con el Perita, con Ana. Parecía una buena idea.

Después fue Libros y libretas, que cerró y nos abrió el camino a la red. ¿Por qué no hacemos un blog y escribimos juntos? Algo abierto, un lugar en el que encontrarnos. Bien, pero no llegaremos muy lejos. Da igual, lo importante es reírse. Y todo se puso en marcha. Crea el blog tú, que yo no sé. Toma la contraseña y ya puedes meter cosas. Nos han leído diez, cincuenta, doscientos. Hostia que esto va funcionando. Hasta ahora que cumplimos mil. Todo un lujo.

Gracias a los que nos habeis visitado. Gracias a los amigos. A Javi Moreno, a Antonio Parra, a Nono García. Gracias a Marcos, a Maxi, a Paco, a Antonio y todos los que estabais en los recitales. Gracias por regalarnos sueños.

Y que cumpla muchos más.

Black’s works

Quisque se levanta todas las mañanas a las siete, incluso los domingos. Se levanta, entra en el baño a orinar y después se pesa. Es un modo de comprobar que su cuerpo existe, que sigue siendo atraído por la Tierra. No le importaría hacer la comprobación mediante un salto mortal pero a esas horas no se encuentra de humor. Además, ¿qué haría si se quedase flotando en el aire? Después de comprobar que los dígitos de la báscula no llegan a ser tres, se viste satisfecho, comprueba que el cinturón le sigue llegando hasta el mismo agujero, que la camisa no le roza y que los zapatos le entran perfectamente. Hecha la comprobación matinal de que nada ha cambiado durante la noche, Quisque entra en la cocina y se prepara el desayuno. Leche con mucho cacao y tres opciones de acompañamiento: tostadas con mantequilla y mermelada, tostadas con aceite y sal o cereales. Se asoma a la ventana y comprueba que hace sol. Ésa es la señal de que va a comenzar un buen día. Desayuna leche con opción dulce. La opción salada queda para los días grises y la fibra cereal para los días lluviosos o de niebla. Pone la televisión para comprobar que la vida le sigue doliendo. Son las mismas noticias de ayer. Piensa en Borges y acepta que no hay tantos hechos importantes como para hacer tres noticiarios al día. Las temperaturas se mantienen, la economía sufre una leve mejoría, no habrá cambios en la selección de fútbol y tres muertos más a la lista. Se molesta y apaga la televisión. Coge la chaqueta y sale de casa. Al llegar a su coche, Quisque llama al cristal de la puerta delantera: Jorge, necesito el coche para ir a la oficina. Jorge es un mendigo que duerme todos los días en el coche de Quisque. Se baja y coge las llaves del piso. A solas, mientras Quisque permanece en la redacción del periódico, Jorge escribe los artículos de opinión y las críticas literarias en el portátil, en una carpeta que llama Black’s Works. A las tres de la tarde, cuando Quisque llega a casa, Jorge se pone los guantes raídos y la gabardina. Coge el cartón y la taza de cinz y se marcha a la puerta de unos grandes almacenes. Al caer la noche Jorge regresa al coche, Quisque manda los trabajos a los periódicos por correo electrónico. ¿De dónde saca las ideas para tantos artículos y el tiempo para las críticas literarias? A veces le preguntan en la redacción, y él con una sonrisa les responde que cada uno tiene sus fuentes.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Feliz cumpleaños feliz.

Hoy quisiera rendirle un homenaje al que es mi compañero de blog, mi amigo. Lo hago porque ayer fue su cumpleaños y porque se lo merece. A veces uno no encuentra palabras para exaltar la grandeza de una persona, hoy compañero lo he intentado pero creo que me he quedado corto. Un abrazo y como siempre… gracias por salvarme.

Lo puedes encontrar entre libros, sueños y vasos de cerveza. Con el pelo repeinao y los alpargates limpios sonreirá al verte entrar mientras sostiene algún ejemplar de Vazquez-Montalban o Lorenzo Silva e iniciara con entusiasmo alguna tertulia trepidante con voz arreglada y elegante. Podrás escuchar su risa con sabor a café y cigarrillos nobel. Hombre de palabra es este personaje, Alcapone de tinta china y gabán soñoliento. Entusiasta del arte buen amigo, lector insaciable, escritor de mundos, gamberrillo. En sus negras cejas puedes ver balancearse la voz de Sabina y algún incipiente Jazz trasnochado. Le oirás susurrar a las musas exquisiteces del tiempo y lo perverso que resulta imaginar desnudas las almas del mundo. Se quitará el sombrero, te enseñará el revólver, sonreirá de nuevo y se largará caminando por las aceras mojadas entre la luz de faroles y con el botín en una bolsa de plástico de la última librería que atracó mientras piensa que el mundo está lleno de sorpresas. Luego llegará a casa y entre cajas de ídolos pensará en su Juana y en lo bien que huele la literatura de tercera mano y será parte de aquella esencia y se perderá entre sus páginas hasta que sacie su hambre y vuelva a salir, pero hoy no, quizás cuando no llueva.

jueves, 10 de septiembre de 2009

La infancia de Quisque


Quisque vendía aire. De niño, mientras el resto de niños hablaban, reían o corrían tras un balón, Quisque los contemplaba. Había observado lo que les faltaba a aquellos infantes y así fue como comenzó a vender aire a cambio de esfuerzo físico. Él hacía los ejercicios en clase a cambio de no correr en clase de gimnasia. Quisque resumía los libros de lengua española y evitaba las caminatas de los días de excursión. Siempre había un compañero dispuesto a respaldar su debilitada situación física y los profesores, sabiendo el juego que tenía entre manos, le decían que tenía alma de truhán. Él los miraba marcharse en sus coches hacia la ciudad y contaba los días que le faltaban para alejarse del pueblo de las antenas.

Durante la comida, mientras sonaban las palabras de sus padres o de la televisión, Quisque buscaba la forma de salir del pueblo. Preguntó el precio del billete de tren para la ciudad. Tras hacer los cálculos necesarios decidió cambiar su negocio, dejó de vender aire y comenzó a vender humo. Sería un negocio más rentable y menos cansado. Recogía el humo de los coches de los profesores para vender los tarros de cristal a sus compañeros de colegio. Éste es el aire de la ciudad, les decía y todos mostraban un gran interés por saber qué se sentía al respirarlo. Mientras sus compañeros tosían y escupían tras respirar aquel aire, Quisque iba acumulando monedas para el tren que lo alejaría del pueblo.

martes, 8 de septiembre de 2009

Quiero dejar el trabajo: primer intento.

La pregunta ha sido lanzada esta mañana por un compañero de trabajo. ¿Qué harías si te tocara la primitiva? Si hicieran un ranking de preguntas típicas creo que esa encabezaría las listas junto con ¿Me quieres? O ¿Se puede fumar? El caso es que a pesar de haberla respondido varias veces siempre me pilla por sorpresa. Después de pensarlo durante un minuto y pasar por mi cabeza grandes fiestas, orgias, mansiones repletas de oro y demás banalidades he respondido sinceramente: Compraría todas las acciones de esta empresa y me despediría a mi mismo para cobrar el finiquito y poder dedicarme tranquilamente a terminar mis estudios. Claro que es normal la cara que ha puesto porque él no sabe que deseo largarme de allí y dedicarme completamente a terminar la carrera, es más, nadie lo sabe todavía y todos los días que acudo al trabajo pienso en qué podría hacer para que me despidan. He descartado dejar de ir directamente ya que me han comentado que las repercusiones pueden ser muy desfavorables hacia mi persona y por eso la primera medida a tomar es mearme todos los días en los setos que hay en la entrada. Y así lo he venido haciendo las últimas semanas pero el problema es que mis compañeros han visto con gracia el asunto y ahora todos lo hacemos allí mientras decimos ese lema de “picha española nunca mea sola”. La única esperanza que me queda es esperar a que mi jefe vuelva de vacaciones y así mis compañeros dejen de hacerlo y me quede solo en esta personal cruzada. La verdad es que todo el mundo me dice que estoy loco por querer de dejar el trabajo en esta época de crisis pero yo pienso: ¿Qué vale más el dinero o los sueños? Yo lo tengo bastante claro y mientras dependa de mí seguiré intentándolo. A sí que si ustedes me pueden ayudar con alguna sugerencia yo estaría dispuesto a escucharles e incluso a pagarles una cerveza si la cosa diera resultado. De momento voy a ir a echar la primitiva para probar un poco de suerte. Seguiré informándoles.

Working on a dream

Desde que comenzó en el nuevo proyecto Fernández ha estado postergando una charla con su conciencia. Dos semanas de rutinario trabajo han pasado ya. Comprobación de los protocolos de los componentes electrónicos de una parte del sistema de transmisiones. Él no verá el Producto Final, su empresa sólo se ocupa de una fracción del ingente trabajo que éste conlleva. El Producto Final. El Producto Final es lo que es. Él ha tratado de no pensar en el Producto Final, si bien, su conciencia le ha obligado a elevar los ojos de la pantalla, y buscar lo más parecido a un horizonte que tuviera a mano. Su vista desenfocada se clava al final del pasillo para mirar sin ver, mientras su conciencia se empeña en que vea sin mirar. Jamás pensó que trabajaría revisando componentes de misiles. Por un momento piensa que un camello tampoco pensaría en ser camello, ni una puta, ni un ladrón, ni un asesino, ni tan siquiera el enterrador del cementerio se veía con 15 o 16 años metiendo muertos y sacando huesos de los nichos. La vida a veces es como esos pasatiempos infantiles en los que se van uniendo puntitos con líneas… al final aparece el dibujo de nuestra vida. Y a veces no nos gusta demasiado.
El hilo musical deja caer desde el techo gastadas melodías en versiones no originales. Alimentan tan poco al oído como la fotografía de un pan al estómago. El sonido de los teclados de sus compañeros se escapa entre las paredes prefabricadas de los compartimentos. El siguiente proyecto será distinto, estará relacionado con los GPS de una conocida empresa de automóviles. Hay que joderse, cómo se parecen en el fondo ambos trabajos, técnicamente hablando. Si no fuera por los documentos que firmaron al principio de comenzar con este trabajo, casi ni se habría dado cuenta de que el Producto Final era lo que era. Es lo que es.
La vista vuelve al teclado, fugazmente fantasea con la idea de ponerlo todo al revés y que al primero que lo lance le reviente en los morros el puto cohete. Poco después se da cuenta de que lo ha imaginado con la estética de los viejos dibujos de Tom y Jerry. La justicia poética se le rebajó a la forma irreal de un dibujo animado de los años 50. Fernández se conmueve al pensar que a su cuadriculado cerebro de ingeniero le han faltado cojones para ponerle imagen real a su imaginaria venganza. Su cabeza sabe perfectamente que cualquier pequeño fallo es depurado en 10 líneas simultáneas de comprobación de errores. Su cerebro se ha negado a darle imagen real a un error que no puede ocurrir. Nunca. Jamás.
Se acerca la hora de comer, pero Fernández no tiene hambre. Mira con triste expresión la consola que parpadeando espera ansiosa que le introduzca algún comando, como un perrillo que quisiera jugar. Apaga el terminal, se levanta y sale por el pasillo de las entrañas del edificio. La charla de dos compañeros llega hasta él. “¿Estos no matan a gente?” “No, dicen que son para satélites”. Respira Fernández aliviado, tratando de que lo imite su conciencia, que recela.

Este texto es de un colaborador que prefiere el anonimato, desde aquí agradecemos su trabajo.

Luz de septiembre


Ha terminado septiembre con un suspiro y un palpitar de bolígrafos sobre la mesa. Sí, para mi ha terminado septiembre y comienza ese espacio que se abre al final de los exámenes. Creo que me he teñido de color libro, de color escritorio y necesito ver la luz del sol. Aún no me atrevo a buscarla en la calle y, con el síndrome de Estocolmo a cuestas, la busco en la red. Pongo luz en el Google y nada me convence. Luz. Luz del día. Y no aparece lo que busco. Me tiro sobre la cama, cansado y los ojos se me cierran. No. No. NO. No no. Entre la nebulosa me despierto y busco los ojos de un amigo. Una mirada que encuentra el azul del cielo como ninguna otra. Busco en la red a Nono García, y su blog Proceso Creativo. Allí veo el cielo que me ha faltado. Ese azul que se esconde tras las nubes y las casas ocres. Ahora sí estoy dispuesto a salir a la calle y comprobar que todo sigue igual. Pero abro la ventana y es de noche. Me quedaré paseando por el blog del artista.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Guarda dietro la porta

Hace ya casi un año que me enviaron, desde el Magacine Paralelo, esta imagen de un ilustrador de prestigio llamado Raúl. Me pidieron que les narrase la historia que encerraba la imagen. Ésta fue mi aportación, y la publico aquí ya que parece que se ha diluido en el mundo virtual. Forma parte de la misma revista en la que debía aparecer la entrada anterior: Literatura sonora.

Dos gin tonics. Fue ayer por la tarde. ¿Llevas fuego? Disculpe, ¿me puede acercar ese vaso vacío? Hablamos del arte como aquello que trasciende. Lo siento, no fumo. Éramos siete y estábamos borrachos. Guarda. Un Brugal cola. En la playa, fue genial. Ya te he dicho que no fumo. ¿Tienes fuego? Con dos hielos por favor. El próximo vuelo para Florencia es a las tres. Un café solo. El amanecer en Rimini fue precioso. Ahora mismo se lo traigo. No fumo y no llevo fuego. Disculpe, disculpe. El arte te hace sentir un vacío bajo los pies. Aun recuerdo cuando Miguel Poveda ganó la lámpara minera. Aquí tiene su café. El mar nos cubría hasta la cintura y las olas nos empujaban. Dietro. ¿Me puede decir la hora? Fue la policía la que nos sacó del agua. Su brugal cola. Sus gin tonics. Nunca verás a un gitano tocar unas sevillanas. Los artes de pesca nos confunden. Última llamada para el vuelo de Berlín. Perdone, me puede mostrar su pasaporte. Ni fuego ni pasaporte, ya está bien la broma. Y los Piñana tocando hicieron que todo cambiara a nuestro alrededor. Guarda dietro. Nos pusieron las esposas, no pudimos salir corriendo. Las playas en Rimini son poco profundas. Perdone señora, su pasaporte. Son diecisiete con cincuenta. Ni pasaporte ni hostias. Aquella mañana dormimos en la playa. Embarque para el vuelo de Bergamo en la puerta siete. La porta. En los aeropuertos no se puede fumar. La cafetería cierra a las siete. Puñetazo en la mesa. ¡¡¡No me toqueis más los cojones!!! Ruido de vasos. La porta. Y nos despertamos a las tres. ¿Qué está pasando? La porta. No lo sé. Perdone camarero. Son siete con treinta. Dos sillas que caen al suelo. ¿Qué ocurre? Dos cuerpos que huyen. La zona de embarque no tiene salida. Cristales rotos. Carreras entre las mesas. Guarda dietro la porta.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Mile Davis


Anoche, cuando entre la bruma de mi cigarrillo la agenda quedó exhausta de palabras incoherentes tuve el sueño de un fugaz instante. Anoche, cuando la calle tiritaba de miedo y los portales arrancaban besos y promesas, dejé que la luna acariciara los peldaños amarillos de la fachada y vislumbrara en el blanco velo de mi memoria una imagen de la infancia, tuve un sueño. Fue un sueño grácil, efímero podría decirse, pero allí le vi a usted, vomitando notas desde el tejado con la vieja trompeta de su locura, con los gatos como testigos de la pasión que usted ponía intentado ahuyentar los fantasmas de las calles. Señor Davis, nunca fue fácil aceptar que la soledad es un mal trago, un baile de sombras y silencios, pero íntima al fin y al cabo. La disposición de las cosas cambian su rutinaria verticalidad dejando espacio a la nada, así es la soledad del que habita los mundos y cantinas. Esta noche, antes de tener este sueño, mis versos eran flacos y tristes, manchados de la ignorancia propia que sólo se encuentran en las gestas perdidas, pero allí apareció usted, dejando caer las notas que se enredan en las chimeneas y en los geranios de balcón y creí que el mundo se derrumbaba . Señor Davis, siempre le ha gustado naufragar en las sabanas de niñas inmaduras y caras. No le culpo, me considero miembro fiel de sus deslices y no le puedo negar el gran placer que se siente al verse gratamente convidado por unos labios furtivos en las noches de invierno. Pero ambos sabemos que aquello no hace más que avivar la enfermedad y empujarte hacia el abismo, ese por el que tantas veces nos la hemos jugado sin mirar al fondo, sólo disfrutando de la ingravidez y el riesgo de lo incierto. La vida es así señor Davis, pero no decaiga, siga con su trompeta anidando oscuras golondrinas en las costuras de su rostro y yo seguiré martilleando la agenda, buscando aquella palabra que me ayude a escabullirme de mi mismo. Estamos vivos señor Davis y yo brindo por ello.

martes, 1 de septiembre de 2009

Literatura sonora

Hace unos meses, un amigo me pidió que relatase alguna historia cuyo eje central fuese el ruido. Unos días después le mandaba este ejercicio, que no deja de serlo.


HISTORIA SUSURRADA AL OÍDO
Susurro (RAE): Ruido suave y remiso que resulta de hablar quedo.


Marcó el número de teléfono. Escuchó un tono, dos tonos. Sabía que era tarde pero él estaría esperando la llamada. Eran las dos de la mañana. El camión de la basura cargaba los restos de la ciudad. Tres tonos, cuatro tonos. La cena había sido un éxito. Había cerrado el acuerdo para la exposición. Cinco tonos. La última copa de vino de la reunión había terminado a las doce. Fin de la reunión. Acuerdo. Firma. Ahora tomaremos una copa como amigos. Seis tonos. Otro vino. La exposición de Barcelona fue fantástica. Me ruborizo con los comentarios del marchante. Llevo siguiéndote desde hace dos años. Siete tonos. Desde aquella exposición en Quintanar del Río. Yo ya no me acordaba de aquel pueblo, ni de la obra. Sonreí. Aquel montaje de acero y celofán. Pasa un coche de policía con las luces girando. Ocho tonos. No me contesta. Qué extraño. Un coche acelera por la avenida. Y aquella videoinstalación de Salamanca: una obra maestra. Comenzamos con los cubatas. Nunca quisimos llamar tu atención. Queríamos verte trabajar. Saber que apostábamos sobre seguro. Noveno tono. El silencio de la noche. Confiamos en ti. Te necesitamos en nuestra galería. Tienes un hueco en nuestro catálogo desde hace cinco semanas. Nuestros diseñadores están esperando tu respuesta. Espera un momento, voy a llamarles. Las dos de la mañana. La soledad. La calma después de la tormenta. Dicen que ya han montado las páginas del catálogo. Dicen que confiaban en el proyecto. Dicen que sabían que aceptarías. El móvil deja de sonar. Nadie en la otra parte de la línea. Solo. Con un contrato millonario en el bolsillo. Sin un lugar donde dormir. Sin un coche con el que salir huyendo. Amigo, perdona amigo. ¿Llevas hora? Escondo el móvil y la cartera. La copia del contrato en el interior de la chaqueta. Perdona amigo. Comienzo a caminar rápido. Necesito escapar. Amigo. Hijodeputa amigo. Vuelvo a llamar por teléfono. El móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura en estos instantes… Me desplomo sobre un banco de un jardín. El efecto del vino y la ginebra se marchan en el frío de la mañana. Otro camión de la basura. Una pareja que se besa en un portal. Un coche de policía que pasa. Amigo. Amigo hijodeputa. Una navaja en el cuello. Amigo hijodeputa, dame todo o te rajo.




HISTORIA (blablabla) CON RUIDO (grinnntrassplún)

Ruido (RAE): En semiología, interferencia
que afecta a un proceso de comunicación.

Marcó el número de teléfono (BIP, BIP, BIP, BAP, BUP, BIP, BEP, BUP, BAP). Escuchó un tono (PIIIIII), dos tonos (PIIIIII). Sabía que era tarde pero él estaría esperando la llamada. Eran las dos de la mañana (DIN DON, DIN DON). El camión de la basura cargaba los restos de la ciudad (TOC, NIIIIIC, TOC, PLOM, NIIIIC). Tres tonos (PIIII), cuatro tonos (PIIIII). La cena había sido un éxito. Había cerrado el acuerdo para la exposición (TRA TRA TRA CLIIIN). Cinco tonos (PLIIII). La última copa de vino de la reunión había terminado a las doce (NO ESPEREN LAS DOCE CAMPANADAS). Fin de la reunión. Acuerdo. Firma. Ahora tomaremos una copa como amigos (JAJAJA). Seis tonos (EL PUTO MÓVIL ME ESTÁ PONIENDO DE MALA HOSTIA). Otro vino. La exposición de Barcelona fue fantástica. Me ruborizo con los comentarios del marchante. Llevo siguiéndote desde hace dos años (BLA BLA BLA). Siete tonos (PLIIIIS). Desde aquella exposición en Quintanar del Río. Yo ya no me acordaba de aquel pueblo, ni de la obra (QUE DESPISTE CON EL VINO). Sonreí. Aquel montaje de acero y celofán (DONG SHIP, DONG SHIP). Pasa un coche de policía con las luces girando. Ocho tonos (PLIIIIS). No me contesta (ME CAGO EN LA PUTA). Qué extraño. Un coche acelera por la avenida (BRRRRRUUUUMMMM). Y aquella videoinstalación de Salamanca: una obra maestra. Comenzamos con los cubatas (JAJAJA JIJIJI). Nunca quisimos llamar tu atención. Queríamos verte trabajar. Saber que apostábamos sobre seguro (PIMPAMPÚN). Noveno tono (PLEASE!!!!). El silencio de la noche (………). Confiamos en ti. Te necesitamos en nuestra galería. Tienes un hueco en nuestro catálogo desde hace cinco semanas. Nuestros diseñadores están esperando tu respuesta. Espera un momento, voy a llamarles (DIIIIIIC DIIIIIIIC). Las dos de la mañana (PERO SI YA HABÍAN SONADO LAS CAMPANADAS). La soledad. La calma después de la tormenta. Dicen que ya han montado las páginas del catálogo (OHHH). Dicen que confiaban en el proyecto (AHHHH). Dicen que sabían que aceptarías (HALAAAA). El móvil deja de sonar. Nadie en la otra parte de la línea. Solo. Con un contrato millonario en el bolsillo (€€€€€€€). Sin un lugar donde dormir (ARRRGGG). Sin un coche con el que salir huyendo. Amigo, perdona amigo. ¿Llevas hora? (SALAMALEICUM ALEICUMSALAM) Escondo el móvil y la cartera. La copia del contrato en el interior de la chaqueta. Perdona amigo (SALAMALEICUM). Comienzo a caminar rápido. Necesito escapar. Amigo. Hijodeputa amigo (DIOSSSSSS). Vuelvo a llamar por teléfono. El móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura en estos instantes… (PUF PLAM DIONGG) Me desplomo sobre un banco de un jardín. El efecto del vino y la ginebra se marchan en el frío de la mañana (TACHANNNNN). Otro camión de la basura. Una pareja que se besa en un portal (MUAK MUAK MUAK). Un coche de policía que pasa. Amigo. Amigo hijodeputa. Una navaja en el cuello. Amigo hijodeputa, dame todo o te rajo (AAAAJJJJJJJ).

Ardor de libro


Quisque tiene una caja enorme para guardar los libros prescindibles y una caja de cerillas para las ideas geniales. Un día tras otro enciende uno de los fósforos para dejar espacio libre en la caja de los libros, pero cada vez hay menos espacio en la caja enorme y más vacío en la caja de cerillas.