lunes, 25 de abril de 2011

Agentes comerciales y Paul Auster

Cuando suena el timbre de la puerta siempre pregunto quién es. No suelo recibir visitas en esta ciudad, así que he dispuesto esta pregunta para preparar mi puesta en escena.

- ¿Quién requiere mi atención?

- Información comercial de Ono – me dice una voz femenina desde el otro lado del telefonillo y yo aprovecho el ascenso hasta el séptimo piso para colocarme el batín de seda y las zapatillas del hotel Juan Carlos I de Barcelona que compré un mercadillo de segunda mano. Si tengo tiempo enciendo un cigarrillo perfumado de canela y permanezco en la puerta, a la espera de la llegada de la información comercial.

Sin embargo, si la respuesta es: Internet de movistar, con voz masculina y americana, me dejo el pijama, voy al baño a despeinarme con gomina y me sirvo un vaso de agua. Espero al comercial desde el parapeto de la puerta y antes de que pulse el timbre deslizo un papel bajo la puerta: no estoy en casa, y a un palmo de distancia me carcajeo y observo su rostro alucinado. La puerta, que maravilloso muro.

Otras veces dicen que es correo comercial, el cartero o simplemente demuestran su mala educación no contestando. Cómo me molesta el silencio al otro lado del telefonillo. Pero una vez preguntaron por la Agencia de Detectives Pinkerton. Ese día salí corriendo por los tejados de la ciudad.

domingo, 24 de abril de 2011

EL BIBLIORFANATO: Nikita Lalwani

He paseado por Valencia sin rumbo y, como siempre, he acabado en la puerta de una librería. Puede que sea una obsesión, un destino obligatorio o puede que en esta ciudad sean demasiados los lectores y vendedores de libros. Quizá lo interesante no sea dilucidar estos temas, ya que también hay cientos de bares, tiendas de ropa y gimnasios. ¿Definen los establecimientos a una ciudad? Otro día me haré antropólogo urbano y hablaré sobre ello.

La cuestión es que paré mis pasos frente a uno de los centros comerciales literarios más importantes de Valencia que, para redundar, se llama París Valencia, y en el que, además del mercado de libro nuevo, se acumulan ejemplares descatalogados. Es sorprendente ver qué libros se eliminan del mercado y a qué velocidad. De entre esas pilas, de ese orfanato de libros recién nacidos, decidí indultar Raíces cuadradas de Nikita Lalwani. Había sido el debut de esta escritora de origen indio. Había sido finalista del Booker 2007. Había sido traducido en el 2008 al castellano y en solo dos años había pasado a ocupar su espacio en el olvido. ¿Quién conoce a Lalwani?


Atraído por el tema general: una niña india superdotada que quiere ingresar en la universidad inglesa con quince años, me sumerjo en un mundo de palabras monótonas. Los capítulos tengo que unirlos yo, la autora no se molesta en hacer una transición entre escenas e incluso me desubica en los cambios. La niña, con una especial inclinación a las matemáticas, hace uso de esa capacidad en los momentos más insospechados, de manera insulsa, y su padre le impone un régimen de estudio brutal que ella, como niña adolescente, se salta para hacer nada especialmente interesante. Ya veis, voy por la mitad del libro y no seré yo quien lo defienda.


Escribo esto para desembarazarme de él. Para escribirme lo que siento y para darme el placer de dejar el libro huérfano de nuevo, sin pedir permiso a nadie, ni a mi mismo. Lo dejaré en el lugar de los libros que pudieron ser y que me hicieron soñar hasta el mismo momento en que abrí sus páginas.

Volveré a pasear por Valencia.

lunes, 11 de abril de 2011

Recuerdo a la infancia, canto a la vejez...


A veces tiene el amanecer como un brillo extraño, no sé, como si resurgiera de entre el cielo de cenizas un sol joven, un sol de infancia que te lleva de nuevo a los pupitres de las aulas, a los cielos azules. Y te recuerdas joven y vigoroso contemplando un mundo extraño que no llegabas a comprender. Y sonreías al salir de clase, caminando por esas calles donde hacíamos la vida, retrasando el momento exacto de volver de nuevo a casa, porque allí, en la calle, es donde estaba la vida. Y conociste el amor, el primer amor que con los años se fue convirtiendo en una mansa nostalgia, y conociste la amistad, esa que a veces desaparece, o sigue intacta hasta hoy. Perder a un amigo, sentir ese clavo ardiendo en el alma, el peso de esa ausencia que nunca te abandona, que te va consumiendo por dentro como una hoguera en la noche. A veces tiene el amanecer como un brillo extraño que te hace contemplarte en el espejo para ver el hombre en que te has convertido y te sorprendes descubriendo a un extraño, porque a veces la vida, el destino, nos hace alejarnos de ese camino que teníamos idealizado como armónico y perfecto. Y el mundo te sigue pareciendo un lugar extraño, un sitio poblado de recuerdos, de bares cerrados y calles donde quedaron impresos nuestros pasos. Y miras al frente y te imaginas con las manos arrugadas, con el rostro ajado por los años, quizás solitario, o quizás no. Un cuerpo que sigue recorriendo las mismas calles, que tiene los mismos recuerdos, pero nada es lo mismo, porque nunca lo es, porque todo cambia y el mundo te sigue pareciendo un lugar extraño hasta que un día, ante el amanecer quizás, sientes que el corazón se detiene, que un ultimo aliento lucha por escapar de ti, y allí quedamos, una masa de carne inerte, que tuvo una vida llena de recuerdos, a veces felices, a veces no, pero que siempre se enfrentó a los días con la predisposición de ganar y que fue ganando hasta que la vida, con su embate incesante, nos priva de su presencia y ya sólo nos queda cerrar los ojos y esperar que el viento no borre nuestras huellas...........

jueves, 7 de abril de 2011

EL BIBLIORFANATO: DeLILLO

El hombre del salto es un signo, un símbolo del vacío. DeLillo estaba allí, por casualidad, en el cabecero de mi cama vacía. Hacía tanto tiempo que no entraba en aquella habitación que me recordó a otro mundo, a un lugar donde los sueños eran posibles. Tomé el libro y lo exilié al mi vida. En hombre que cae al vacío, sujeto por un arnés de fabricación casera. Alguien que sufre en una torre de marfil golpeada por aviones. Una mujer que duda, que teme. Una pareja de ancianos que se desconocen día a día. El póquer como metáfora de la vida. Un niño que no comprende o, quizá sepa demasiado. Unos prismáticos para controlar el movimiento en el cielo. La vida como vacío. DeLillo se transforma en terremoto, en sacudida, en agua fría en los días de resaca.


El libro se acaba. Lo dejo en la estantería, junto a otros libros rescatados. Lo dejo y me lavo las manos. Necesito no volver a él. Eliminar todo los restos. No quiero el miedo ni el vértigo. La literatura no siempre nos deja tranquilos. El dios de los otros. Nuestro futuro. Las manos. Pólvora. Me lavo las manos. Arrojo agua a mi cara. Pero el libro sigue allí, latiendo entre los demonios.