lunes, 31 de agosto de 2009

Lágrimas de barro


Llueve mansamente, con delicadeza, como si las nubes fueran de algodón y vomitaran pelusilla cristalina de sus costuras. Llueve durante toda la noche, durante toda la semana, llueve siempre que te marchas o me marcho. Llueve cada vez que abro los ojos y siento la ausencia y el recuerdo de tu mirada como consuelo después de un beso. Llueve siempre que está nublo y que los pájaros vuelan bajo como queriendo soterrar la vida en las entrañas de la tierra. Llueve toda la noche y amanece mojado, con olor a hierba húmeda y los caminos repletos de charcos que alborotan los coches al pasar y lanzan sobre las piedras lágrimas de barro. Así llueve en mi pueblo, un lugar cualquiera, pero mi pueblo.

domingo, 30 de agosto de 2009

No sé pasear



No sé pasear. Salgo de casa y doy un paso tras otro por las calles. Camino e intento pensar en nada, o mejor, intento reflexionar sobre lo que volvió el día nublado, pero no me siento cómodo. Tampoco puedo pasear para fumarme un cigarrillo, porque ya no sería un paseo si no un cigarro caminando sin saber a donde ir. Así mis pasos siempre salen a Calvo Sotelo y, uno tras otro, descienden junto a una residencia y pienso que ellos si deben de saber pasear, porque son ancianos y los ancianos, por definición, piensan y caminan sin necesidad de llegar a ningún sitio. Qué paradoja, sé lo que piensan los ancianos sin haberles preguntado en ningún momento. Me retracto de lo dicho y confieso que he visto a muchos de ellos caminando con rumbo claro, buscando los pavos reales del parque de San Francisco.
Así, pensando en ellos, se me ha acabado la compañía del parque y estoy frente al teatro Campoamor. Lo confieso, no me gusta su imagen y huyo de ella. Quiebro hacia la izquierda, hacia la derecha y otra vez a la izquierda. Ando sin rumbo. Estoy por fin paseando, divagando, pero no, no es así, sólo estoy huyendo del teatro y su presencia gris. Huyo de la gorda de Botero, de esta maldita llovizna y de mi pobreza mental. Con treinta años no he aprendido a pasear. Aunque hoy parece que me he acercado.
No he resuelto el motivo de este día gris, pero he caminado sin dirección entre las calles de esta ciudad. Las calles están llenas de bares y zapaterías y gente que toma café o compra zapatos. Como dijo Allen, ésta es una ciudad limpia y buena para pasear. Quizá no dijo esto o sí, qué más da. He paseado por la ciudad y cuando pensaba que había superado la prueba, caminar sin un destino fijo, me he encontrado de nuevo frente a la librería Cervantes. Vaya nombre poco agraciado para una librería de lance, pienso. Este es un nombre de quinta mano, casi transparente de lo usado, pero allí está, oculta en un pasillo a modo de galería comercial que me protege de la lluvia.
Entro, saludo y comienzo a mirar libros en los estantes: novedades, música, novela negra, literatura asturiana. Mis ojos recorren nombres de autores, títulos. Cojo algún libro y leo la contraportada. Todo es una trampa para osos lectores. No caigo en ellas y me siento libre. Ahora me doy cuenta. El día es gris porque aun no me has llamado. Son las seis de la tarde y el teléfono parpadea, agonizante de energía. Vuelvo corriendo a casa y busco las compras que hice ayer. También me sentí perdido y gris. También intenté pasear y terminé en el mismo lugar. Como antes de ayer y el día anterior. No se andar por las calles sin un destino. Pero me encanta pasear entre las estanterías repletas de libros.

viernes, 28 de agosto de 2009

El piso fantasma: primer aviso

Hoy me he dado cuenta de que no existo. Vivo en un piso de estudiantes en el que no tengo contrato y no puedo dejar rastro a la hora de pagarle al casero porque yo no existo, en el piso no está viviendo nadie y cuando hay alguna fiesta en casa nadie viene a llamarnos la atención: en alguna ocasión se han escuchado golpes contra el suelo de nuestro piso (el piso deshabitado) pero, lógicamente, no han obtenido respuesta; otras veces ha llegado la policía (lo sé porque alguien ha utilizado la mirilla de la puerta para comprobarlo) y no ha contestado nadie. Hemos salido sin hacer ruido y ni los propios compañeros se han dado cuenta. Así es un piso de estudiantes, casi virtual, o podría decir que totalmente virtual porque más que un piso somos una IP dinámica, antes no lo sabía pero lo he tenido que aprender para poder ver las películas en el cinetube y que no me salte la señal de 72 minutos y quedarme con la película a medias. Debemos ser cuatro o cinco ordenadores conectados al router con IP dinámica que quedamos para cenar por el Messenger: yo voy a cenar ensalada, yo sopa, yo no lo sé pero me fumaré un cigarro, silencio, silencio; dos deben de haber salido.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Llueve en Galicia

Dicen que en Galicia se puede comer buen marisco y siempre acompañado de un sabroso Ribeiro bien frío. También dicen que en Galicia siempre llueve y que sus calles son grises y tristes, pero también comentan que no te creas lo que dicen y que siempre has de averiguar el porqué de las cosas. Yo así lo hice, no a propósito, si no por casualidad y ocurrió hace cosa de un mes cuando pasé una semana en Galicia. Sucedió que en el casco viejo de ACoruña uno se ve acribillado por las ofertas de marisco que tan apeteciblemente burbujean en tristes peceras de aguas semiturbias y claro si vas a Galicia ya se sabe… una buena mariscada te tienes que comer si no ¿para qué hemos subido? El caso es que nos sentamos en una de aquellas terrazas cuyas mesas siempre cojean al no estar bien calzadas sobre los empedraos del casco viejo y un camarero demasiado agradable nos ofreció una oferta especial de treinta y cinco euros la mariscada para dos personas. Nosotros éramos seis y decidimos que con dos de aquellas mariscadas tal vez quedaríamos satisfechos y así lo hicimos. Cuando vimos sobre la mesa aquellas dos bandejas repletas de percebes, gambas, navajas, mejillones, nécoras, cangrejos y demás se nos hizo la boca agua. Entonces el camarero nos sirvió dos botellas de Ribeiro bien frío que en pocos segundos quedaron vacías. No sabría decir si fue la sed o tal vez simplemente porque nos apetecía pero aquel vino blanco semiespumoso no me desagradó demasiado al principio, es como si hubiera sido creado con la única finalidad de provocar sonrisas a los comensales pero a pesar de aquello me encontré ante un vino vacío, sin argumento, un líquido ámbar dispuesto a hacerte feliz durante un segundo. El marisco también me decepciono y lo hizo por el simple hecho de la carencia de sabor y por lo poco que te llenaba aquello. Todos llegamos a esa conclusión y creímos que tal vez nuestros paladares no estaban a la altura de aquellos manjares, que la miel no estaba hecha para la boca del asno. También pensamos que donde esté un buen chuletón acompañado por un tintorro de la tierra que se quitara aquellos mariscos y vinos sin fundamento y todos añoramos con gran pasión nuestra tierra, nuestro Bullas. Después de aquella cena nos paseamos por un mercadillo medieval y empecé a pensar en las grandes mentiras de nuestra historia y me pregunté que quién sería ese tipo que se dedica a recorrer comunidades y catalogar como único e inigualable algún producto para que los turistas que visitemos dicha comunidad nos sintamos engañados. Quizás si aquel tipo no hubiera nacido nosotros hubiéramos sido más felices en Galicia y todos nos hubiéramos dado cuenta de que el clima de ese lugar es una obra de arte ya que cuando dice de salir el sol todo el mundo mira al cielo y sonríe y se queda admirando aquellos destellos furtivos entre las cenizas que envuelven a la ciudad y yo pienso que quizás el sol debería ser declarado denominación de origen de Galicia y que tal vez los turistas que vengan a Bullas atraídos por el sabor de sus vinos se lleven la misma desilusión y se fijen en algún detalle de nuestro pueblo que no aparece en las guías turísticas y entonces si seamos un lugar único para ellos. Aquella noche de la mariscada empezó a llover y nos arropamos en el interior de una cafetería y allí mientras la lluvia caía por los cristales y el mar rugía raudo en los acantilados mis amigos empezaron a hablar de fútbol y yo me escapé, huí de aquella conversación para adentrarme en mis pensamientos donde me imaginé que era un detective destrozado por el alcohol, por el vino de Galicia y tenía que resolver el asesinato de la chica de ojos tristes que había aparecido muerta bajo la estatua de María Pita. A la mañana siguiente amaneció nublado y mientras descansábamos en un banco carcomido por las palomas vi un rayo de sol refractarse sobre un vidrio azul que había sobre el césped mojado y en ese segundo me sentí tremendamente feliz y con ganas de volver a mi pueblo.

martes, 11 de agosto de 2009

Orangutanes de ciudad

Hoy, por primera vez en mucho tiempo, el Fumador ha empezado a trabajar y como la última vez, volvió a darle diarrea. El Fumador sabe que todo lo que lleve o conlleve la palabra mierda suele dar asco por eso cree que se acerca con gran precisión ante lo que siente en el trabajo. Hoy por primera vez en mucho tiempo el Fumador ha estado en un atasco y se ha dado cuenta de la forma tan particular que tenemos los humanos de detener el tiempo, quizás si todos fuéramos un poco gandules no existirían los atascos ya que nadie iría corriendo a trabajar y el exceso de velocidad no provocaría accidentes y por consiguiente...ATASCOS. El Fumador preferiría estar durmiendo con sus sueños, con su forma personal de detener el tiempo, así por lo menos se hubiera ahorrado una terrible diarrea que tardará mucho tiempo en abandonarle.

lunes, 10 de agosto de 2009

El coliseo

Quisque ha regresado de sus vacaciones de hora y media. A través de televisor había llegado a Roma sin pagar billete de ida y había obtenido un guía para poder descubrir la ciudad. Le pareció interesante el destino y fue al baño para no interrumpir la visita. Mientras orinaba no sabía si lo hacía en Roma o en su casa y es que encontró muy poca diferencia. A la vuelta del baño, el guía estaba situado frente al Coliseo Romano: “Ante usted se encuentra el Anfiteatro Flavio, más conocido desde el Medievo como Colisseum. Pensará usted que su nombre es un canto a sus enormes proporciones y, aunque no lo crea, no es así. El emperador Nerón erigió una estatua de más de treinta metros junto al anfiteatro, una majestuosa representación de su persona que llamó el Coloso de Nerón y que después, ya remodelada, fue dedicada a Helios. Cuando en la Edad Media decidieron fundir el bronce del Coloso, el Anfiteatro pasó a conocerse con el nombre actual: Colisseum”
Quisque escuchó un clic y, de pronto, se vio paseando por las profundidades del mar. Se habrían solapado dos documentales. Aguantó la respiración mientras se solucionaba el problema pero no, la aparición de Bob Esponja a su lado fue la comprobación de que algún sobrino habría cambiado de canal. Cuando ya no pudo soportar más tiempo sin respirar y había pasado por el color rojo, blanco y morado, miró el reloj y decidió interrumpir su ruta turística. Aun le quedaban veinte minutos para superar la depresión postvacacional.

sábado, 8 de agosto de 2009

Estocástica mente

Quisque cree que la vida está basada en el caos. Una pequeña galleta en la garganta adecuada y todo podría devenir en locura. Supongamos que una galleta en forma de avión se incrustara en la garganta del World Trade Center. ¿Sería posible? ¿Cambiaría el mundo?

La sonrisa de Pi

Quisque se sorprende cuando alguien le dice que la vida no es exacta como las matemáticas. Concretamente se sorprente ante: "La vida no son matemáticas, Quisque", dicho con un tono burlón. Dentro de su ignorancia, Quisque busca la exactitud del número Pi y se pierde en la infinitud de sus decimales. La circunferencia es, por tanto, tan precisa como Pi, pero a las pelotas de tenis no se les escapa el aire de su interior. Quisque pasea por esa precisa inexactitud y piensa que la vida es un continuo caos que los matemáticos intentan comprender de una manera más o menos concreta. Después exhala tranquilo el aire de sus pulmones al aumentar la presión en su caja torácica

miércoles, 5 de agosto de 2009

La sonrisa de Lucifer


El fumador se ha quedado sin mechero y se siente el hombre más miserable del mundo. Después de rebuscar en todos los rincones de casa ha decidido bajar al estanco que hay en su calle para comprar uno. Para colmo de su desdicha el hombre le dice que están agotados aunque le puede ofrecer una caja de cerillas. Sin atisbo de duda el Fumador acepta las cerillas y vuelve a casa. Una vez allí observa que en la caja de cerillas hay una pequeña leyenda sobre el origen de estas, el texto dice lo siguiente: “En 1826 el farmacéutico inglés John Walker inventó la cerrilla de ficción que llegó a conocerse por el nombre de cerilla-Lucifer o simplemente Lucifer. Lucifer es la traducción al latín de la palabra griega Fósforos o que lleva la luz”
El fumador no puede soportar más la espera, agarra una de las cerillas y la raspa en la lija hasta que prende fuego. El fumador acerca la llama al cigarrillo y soltando una gran bocanada de humo sonríe como el que acaba de hacer un pacto con el mismísimo diablo.

martes, 4 de agosto de 2009

Por quién doblan las campanas

Estamos, quizás, ante el mejor libro escrito por Ernest Hemingway. Es bien conocida la rama periodística por la que siempre destacó el escritor Norteamericano, siendo de gran calidad tanto dichos artículos periodísticos como la larga colección de cuentos que nos dejó como legado. Muchos críticos aseguraron que la verdadera esencia de Ernest Hemingway se hallaba en los relatos cortos o “Cuentos” y que sus novelas nunca habían alcanzado el nivel de perfección que tenían estos. Pero después de haberme leído este libro he de mostrar mi desacuerdo con esta afirmación. Sí diré que algunas novelas como “Adiós a las armas” o “El jardín del edén” vemos trasfigurado un poco el estilo por el que siempre destacó el maestro: El dialogo directo y personajes perdedores que durante toda la trama están enzarzados en alguna batalla saliendo siempre derrotados.
En esta narración, de unas cuatrocientas páginas, se transmite la esencia del escritor en cada párrafo. Ernest Hemingway trabajó como reportero durante la guerra civil Española e ideológicamente se mostró a favor de la causa republicana. Es por ello que este libro narra la historia de un grupo de guerrilleros de la república asediados en las montañas donde esperan la llegada de un dinamitero “Robert Jordan”. Dicho personaje es un americano que participa en la guerra como voluntario y es alistado por la República para volar un puente. Dicho puente consiste en un punto estratégico utilizado por el bando nacional para atravesar la montaña y que tras el desconcierto provocado por su derivo, las tropas Republicanas aprovecharían para contraatacar desde el aire. Robert Jordan llega al campamento guiado por Anselmo, un viejo cazador que se vio atrapado en la revuelta y que conoce todos los rincones de aquellas montañas. Con la llegada del dinamitero, Pablo, que es el cabecilla de la guerrilla muestra una total desconfianza hacia el americano. El resto de la guerrilla, por su parte, desconfían de Pablo, quien últimamente se comporta como un cobarde y no hace más que beber. Este conflicto entre personajes crea un hilo argumental bastante interesante, pero la verdadera tensión argumental la encontramos en el transcurso del tiempo, es decir, conforme se acerca el día en que hay que volar el puente. Entre toda esta tensión surgirá el amor entre Robert Jordan y María, una joven que fue rescatada del bando fascista por el grupo de guerrilleros.
Desde mi punto de vista este libro nos muestra una versión muy objetiva de lo que realmente fue el conflicto bélico, pues a pesar de estar el autor inclinado ideológicamente hacía la República, es capaz de mostrarnos el lado más cruel de ambos bandos y sus formas de actuar. Por otra parte los personajes, en forma de monólogo interior, nos muestran sus temores ante la batalla, ante la muerte, el dilema que supone tener que matar a alguien y sobre todo una constante duda ante la imagen del futuro ¿Cómo será el futuro cuando todo termine? La obra es un reflejo fiel de cómo era la vida en los últimos años de 1930, la relación entre guerrillas, la forma de vestir, de comer, de amar y de sentir en los tiempos de guerra. Una gran novela sazonada con el inconfundible estilo de Ernest Hemingway.
Sinceramente, una novela que recomiendo a todos que lean.

En PALMA uno (La hormiga que quiso ser astronauta)

En Oviedo visité la catedral, la zona de sidras (la Gascona), la zona de vinos (junto a la estación de tren) y, entre otros lugares, me llevaron de la mano a una librería de lance que estaba en un pasadizo comercial. El escaparate mostraba libros a treinta euros y pensé: no, éste no es mi sitio; pero entré y me sorprendió. En otro momento hablaré de esta librería. Paseando entre las estanterías, aquel nombre volvió a mí, como un recuerdo remoto: Félix J Palma. Había escuchado su nombre en El público lee, un programa literario de Canal Sur. No recordaba su cara, ni los títulos de sus obras. Félix J. Palma era un vacío en mi memoria. Compré el libro La hormiga que quiso ser astronauta y me marché.

De vuelta a casa abrí el libro. Prólogo de Juan Bonilla con palabras como: “He aceptado escribir este prólogo por dos razones: la primera, porque la novela, releída ahora, me sigue pareciendo lo que me pareció cuando la leí. La segunda: porque Palma es amigo desde hace ya muchos años”. Casi para finalizar Bonilla afirma: “Quien no lea por mero placer, no tiene mucho que hacer aquí”. Después de frases como éstas, y otras, me tengo que replantear la finalidad de un prólogo.

Ya dentro de la novela, repleta de humor en sus cien primeras páginas (aún no la he acabado), encuentro este inicio de capítulo: “Me encontraba viendo Los Simpson cuando Blanca telefoneó para anunciarme que iba a quitarse la vida ingiriendo un tubo entero de somníferos. Le aconsejé que tuviese cuidado, no fuera a tragarse también el tapón, y colgué”, o un poco más adelante una frase propia de mi vecino de blog: “Pedí una caña y le propiné un trago largo, de ésos que si cierras los ojos te producen un orgasmo dorado y frío en la garganta”.

Voy a seguir leyendo. Pero tenía que compartir con alguien estos momentos. La literatura es capaz de hacerme reír y Palma lo ha logrado en muchas ocasiones, hasta ahora.