miércoles, 17 de agosto de 2011

EL BIBLIORFANATO: Maldito agosto

Agosto me mata, aunque me mata menos que los agostos de Murcia. Aquí hace otro tipo de verano, ni mejor ni peor, sólo menos asesino. Para ocupar el tiempo entre la siesta y el sueño mira las estanterías, hago cábalas y pienso en qué libro será el siguiente que se cambiará de lugar. Los libros son como esas rayas del desfragmentador de disco. Algunos no se pueden mover, dan miedo y permanecen año tras año en la lista de espera, en la zona alta de la lista de pendientes de leer, pero ahí continúan. Otros si que cambian de lugar. Me he dado cuenta que los que más se mueven son los delgados. Miro Alma, La gran novela sobre Barcelona y los veo moverse, ocupando espacios distintos, llenando espacios, vivos. Sin embargo las obras completas no suelen moverse.

Mis estanterías son mi memoria. Se llenan, cambian de lugar, algún día de limpieza todo se mueve de manera definitiva y el cartón acoge al papel y el papel la tinta y la tinta cae en el olvido. Hay obra que no salen de las estanterías, pero otras, otras estoy deseando meterlas en la maleta y alejarlas, para que no contaminen. Son como mensajes spam, como virus que se ejecutan al abrir las hojas. Necesitaría sistematizar mi espacio, pero soy un Diógenes literario. Hoy le rezo a Sergi Pamiés, a Javier Moreno, a Juan Bonilla o a Raymond Carver. Le pondría velas a algunos libros, a los últimos que he leído de García Márquez o de Eduardo Mendoza; pero velas encendidas que transformasen el papel en ceniza y la tinta en humo negro. Diógenes y pirómano. Este agosto me mata, pero me mata menos que los agostos de Murcia.