miércoles, 23 de marzo de 2011

Debajo del mar, debajo del mar....

El domingo como metáfora de liberación. el día en que eres tú, que recuperas tus sueños, el día que no le debes a nadie y que nadie te paga por vivir. El domingo de resaca en el que también tienes tiempo de pensar en lo que no has conseguido, en el que renuevas los votos con tu sueño, con las ansias de vivir, y vas pegando sobre los retazos de días perdidos, las últimas hebras de lo que un día quisiste. Poco más o menos, como la bocanada de aire del buceador, que sale a la superficie, pero cada vez esta mas cansado y aguanta menos bajo el agua. La botella de oxígeno más vacía, el neopreno más gastado, las piernas cansadas y con la sensación de estar olvidando la imagen real del cielo, que siempre lo ve transido por la superficie inversa del agua.



martes, 15 de marzo de 2011

EL BIBLIORFANATO: ARTO PAASILINNA

Arto Paasilinna nació en el 2007. Vio la luz entre las páginas de la revista de Círculo de Lectores. De una camada múltiple, sólo resistieron en la incubadora él y su hermano Fernández Mallo. Como todos los nacidos en aquel hospital circular, ambos vinieron con un libro debajo del brazo: Paasilinna se presentó con Delicioso suicidio en grupo, Fernández Mallo con Nocilla Dream.


El libro de Paasilinna me atrajo de una manera extraña. Extravagante, surrealista, narraba la experiencia de un grupo de suicidas que decide reunirse para llevar a cabo su acción final. Allí se inicia su tránsito por Finlandia, montados en un autobús y buscando el lugar preciso y el método adecuado para acabar con sus vidas. El autor nacía para mí con la muerte, con la intención suicida bajo el brazo. Después de aquello, Paasilinna desapareció. Para mi era un autor suicida.



Cuatro años después, en un hogar de acogida, donde van los autores que ocupan demasiado espacio, me volví a encontrar con él. Esta vez ya no podía nacer. Coño, cómo va a nacer dos veces. Así que pongamos que resurgió en un espacio plano, vertical y de lomo. Había cientos de escritores que, avergonzados por su presencia en un hogar de acogida, daban la espalda a los rescatadores. Entiendo esta posición porque no todos los padres de acogida buscan un niño bello, alto, fuerte e inteligente; no, algunos quieren cinco quilos de niño, otros piden que los niños en conjunto sean bonitos y de colores agradables, otros, en fin, los compran por metros. Dame dos metros y medio de niños que me he comprado una estantería nueva. Bueno, esa es la vida en un bibliorfanato.


En El rastrell, multiorfanato de libros, lámparas, zapatos y camisas, estaba de nuevo Arto Paasilinna. De espalda al mundo y con El bosque de los zorros bajo el brazo. Me lo llevé a casa. Reconozco que estos niños son poco molestos y también se vinieron algunos de sus compañeros: Phillip Roth, Banana Yoshimoto, Kazuo Ishiguro y John Fante. Hoy todos duermen en mi cementerio de libros, a la espera de la mano divina, la mía o la tuya, que les de vida.


El bosque de los zorros es una obra muy interesante. De humor negro. De personajes complejamente humanos. De búsqueda y de soledad. Yo diría que Paasilinna está enamorado de la soledad, de los páramos finlandeses y de las personas al límite. Oiva Juntunen, un ladrón profesional; Sulo Remes, un militar en excedencia, y Naska Mosnikoff, una anciana que se niega a ir al asilo, convivirán en una cabaña aislada en la que irán apareciendo personajes variopintos. Una obra de humor muy seria en la que todo es posible.


Y ahora que Paasilinna da sus últimas bocanadas de aire fuera de mi cementerio de libros, aprovecho para escribir: si eres una persona, ten cuidado, esto es una trampa para lectores.

lunes, 14 de marzo de 2011

Más noticias de los "200 gramos de literatura"

Desde su blog, gomesycia, Antonio Parra Sanz nos dedica estas palabras:

CRÍTICAS LITERARIAS - PEDRO Gª MARTÍNEZ, ANTONIO PÉREZ ABRIL

GRANDES RELATOS

Dos amigos no se unen para hacer literatura por casualidad, dos escritores publican juntos cuando compart6en la forma de mirar el mundo, cuando beben de los relatos hispanoamericanos, del cine, de Poe, de una fantasía común capaz de crear un universo íntimo y propio. Eso han hecho Pedro García Martínez y Antonio Pérez Abril con estos gramos que enseguida se vuelven kilos de calidad en relatos como ‘Quince segundos’ o ‘Make my day’, relatos que nos zarandean y nos agarran del cuello para no soltarnos más que en el punto final.


‘200 gramos de literatura’. Pedro García Martínez, Antonio Pérez Abril.

Editorial: Culturajos. Murcia, 2010. 156 páginas.


Antonio Parra Sanz es escritor y crítico en el suplemento Ababol de La Verdad de Murcia. Ha escrito libros de relatos como El sueño de Tántalo, en novela publico Ojos de Fuego y en crítica de cine el libro La linterna mágica.

viernes, 4 de marzo de 2011

La sed mortal

A veces mi madre llora por las tardes. Es algo que nunca me ha contado pero que yo sé, porque algunas cosas se saben sin más. Lo hace por las tardes, apoyada en el poyo de la cocina, mientras mira la ventana repleta de geranios rojos y el sol de la tarde que termina de filtrarse por los cristales. Y yo creo que es normal que llore, porque a veces mi padre tarda demasiado tiempo en llamar cuando está de viaje por Europa, como él dice, al volante de un camión repleto de frutas. Y yo me imagino esa Europa como un país lejano de asfalto y nieve y comprendo que mi madre llore por las tardes. Es quizás por eso que a veces me gusta largarme de casa y pasar el tiempo en los bares, por unos bares oscuros donde ponen la música que tanto me gusta y la cerveza no es muy cara. A veces también salgo solo, porque mis amigos se van echando novias, porque a veces la vida es un lugar extraño y todo cambia, como lo hacen mis amigos, pero yo me siento siempre igual, quizás porque nunca he tenido novia, o porque ahora mismo son las cuatro de la mañana y todo me es indiferente, incluso yo mismo, y miro a mi alrededor y veo que ya sólo quedamos lo peor de cada casa. Al alzar la mirada me encuentro en el otro extremo de la barra a Paquita que me sonríe y se acerca a mi lado para invitarme a un cigarrillo y yo me quedo mirando sus ojeras de perdida y esas manos secas y tristes con las que aparta la bruma de su rostro. Entonces el dueño del bar, que arrastra cajas de quintos vacíos, nos lanza una mirada y Paquita y yo nos vamos, y nos tambaleamos por las calles como si fuéramos trapecistas de un circo inútil hasta que en algún portal me abraza y yo busco entre las miserias de su falda aquella chispa de luz que a veces le falta a la vida, pero nunca encuentro nada, porque Paquita está vacía, porque yo estoy vacío, y no pasa nada, y nos quedamos dormidos hasta que unas horas después me despierto con el sol del alba golpeando en mi cara y vuelvo a casa arrastrando los pies. Y ya no existe el día, porque lo paso entero en coma y cuando despierto allí está mi madre apoyada en el poyo de la cocina, con los ojos vidriosos. Y al verme entrar me sonríe, como siempre hace, como si la sonrisa reflejara un bien estar continuo que a mi me parece frágil, una mueca oscura como la noche que ya ha llegado y el teléfono sigue sin sonar. Entonces mi madre se pone a preparar la cena mientras yo pongo la mesa y cenamos en silencio porque hace tiempo que no tenemos nada que decirnos, mientras de fondo se escucha el rumor del telediario y del frigorífico. Después vuelvo a la cama y cuando estoy apunto de dormirme suena el teléfono y escucho en el dormitorio de mi madre el crujir de los muelles al levantarse, el murmullo de su voz y después, de nuevo el silencio.