Hace muchos años que descubrí, bajo una funda de papel que cubría la portada, El misterio de la cripta embrujada. Mi hermano era muy joven y yo casi un niño con necesidad de descubrir, sobre todo lo que estaba en la estantería de los mayores. Leí aquella obra y me gustó. Olvidé el autor, pero su nombre se fue repitiendo. Tiempo después, cuando ya sabía leer, disfruté y adoré La ciudad de los prodigios. Mendoza tomaba nombre en mi biblioimaginario. Un gran libro que me hacía preguntarme porqué no lo leía todo el mundo, porqué no leía todo el mundo. Años más tarde me defraudó con Sin noticias de Gurb y El laberinto de las aceitunas, y ya no me preocupé más por este escritor catalán.
Mendoza dejó espacio a otros, no mejores ni peores, yo diría que distintos. En los huecos leería libros con un humor más fino e inteligente que el de Gurb, novelas más interesantes que El misterio de la cripta embrujada; pero La ciudad de los prodigios no ha podido ser eliminada de mis estanterias del recuerdo. Así que cuando encontré en el rastro de La aventura del tocador de señoras y Mauricio o las elecciones primarias, me vi impulsado a rescatarlos e incluirlos en mi bibliorfanato, aunque fuese por respeto a una gran obra.
Mauricio aun ocupa el espacio de los no leídos. Me decidí iniciar la revisión con La aventura del tocador de señoras y, ¡oh, sorpresa!, de nuevo humor. Un novela policiaca de humor con personajes cogidos de los pelos, con un recién salido de un manicomio que investiga y participa de un asesinato. Una comedia de enredo con alcalde, empresario, abogado, hijas y padres desconocidos, mujer rica y mucho descaro en el lenguaje. No me gusta la novela, la trama, la historia; pero tiene detalles salvables, muy interesantes. Veamos: el lenguaje, independientemente de poco creíble, es un juego descarado de cultura en un mundo de incultos, frases equivocadas, palabras utilizadas con un significado poco apropiado y giros totalmente inadecuados forman parte de las conversaciones de esas gentes de libros de plástico. Por otro lado están las escenas de carácter teatral, pura comedia de enredo, en la que en una habitación se acumulan personajes, historias entrecruzadas, que terminan escondidos debajo de la cama, en el armario o el aseo. Incluso detrás de la cortina. Mientras que suena un timbre que da paso al siguiente personaje. Dos momentos muy interesantes de la obra. Por último, la resolución al estilo clásico de novelas de Christie, con reunión en una habitación mientras el investigador desentraña toda la trama, con acusaciones cruzadas y cómicos cambios de asesinos y móviles. El final, extraño y casi prescindible.
En resumen, Mendoza con esta obra no me hace volver a aquella satisfacción de mis primeras aventuras como lector; pero me reconcilia con el lector que soy ahora. Disfrutar de pequeñas cosas, detalles, técnica, estilo y dejar pasar algunos errores, al menos para mi, que no desprestigian al escritor consagrado.