La siguiente entrada la ha escrito el ya conocido Potro de la Venta el Pino.
Como siempre es un orgullo para esta casa contar con sus escritos.
Culturajos.
Me mantengo despierto a horas intempestivas, con la vista cansada tras leer miles de comics de dudoso gusto. Mientras, suenan sin parar, las memorias del espantapájaros de Mclan. Al llegar casi al límite de la extenuación, siempre cierro los ojos y me sumerjo en el océano de mis recuerdos. Un viaje que, ni mucho menos, es nuevo para mí, pero su desarrollo siempre varía a merced del capricho de mi estado de ánimo. A veces se trata de un agradable baño en las aguas tranquilas del Pasico de Ucenda, cuando el calor del verano se encuentra en su máximo exponente. Otras, es el mismísimo relato de un naufrago con el que García Márquez consiguió que nunca volviese a aproximarme a ningún vehiculo de transporte marítimo. Pero hoy todo es distinto. Mi estado es completamente neutro. Mi corazón no alberga ni amor ni odio. Parece que, por fin, la guerra entre mis sueños y pesadillas, entre mis anhelos y mis miedos, se ha tomado esa necesaria jornada de bandera blanca. Tal vez por esto no me zambullo entre mis recuerdo como tantas veces antes. Hoy solo me dispongo a disfrutar como un mero espectador, tal como hacía el caminante sobre el mar nubes, protagon
ista de aquel cuadro cuyo autor nunca puedo recordar.
Los recuerdos se van sucediendo ante mis ojos con el embriagador ritmo de un jazz de Coltrane. Aquellos primeros amores, aquellos primeros besos que nunca olvidaremos, las miradas cómplices, los encuentros nocturnos… a la par, también encontramos esos desamores de antaño, con sus lágrimas, desesperación, tristeza y abandono. Es gracioso ver como, al igual que en la vida misma, siempre ambos van de la mano. Pero no solo de amor vive el hombre, aunque a veces sea tan difícil así creerlo. También las imágenes de familiares y amigos tienen cabida dentro de este film en el que me encuentro embebido. Todo tiene cabida dentro del singular argumento, desde esas visitas a casa de la abuela, en las que los huevos fritos y los bocadillos de nocilla eran el más exquisito de los manjares, hasta largas horas de barra en las que, al menos uno de los parroquianos, tenía algo que contar.
Las imágenes pasan una tras otra mientras me limito a disfrutar de su visionado. Hoy no es un día para evaluar el recorrido, solo para disfrutar del paisaje. Así podré meterme en la cama sin pensar en el tiempo perdido, solo en el ansia de gritar a los cuatro vientos: ¡Confieso que he vivido!
La imagen se titula: "Caminante sobre el mar de nubes" de Caspar David Friedrich.