
Las maletas son recogidas. La cinta se queda vacía y él gira. Hacia la derecha, en dirección contraria al tiempo, en busca del amanecer. Solo. Ya nadie le mira, no se alborotan frente a su particular tiovivo. Todo parece detenerse y en segundos se informa por megafonía de un nuevo aterrizaje. De nuevo el giro, los ojos ansiosos, la relajación, la mano que aferra la maleta como un salvavidas y el olvido. Mira mamá, hay un señor en la cinta de las maletas. No hagas caso, tienes que estar atenta a tu maleta azul, cuando aparezca la tienes que coger fuerte. Pero la niña no deja de mirar a Quisque. Se reconocen. La señora que la acompaña busca con desesperación la maleta. No aparece. Corre hacia el puesto de la policía y la niña se queda frente a la cinta. Mira a Quisque. Se sube y comienza a girar. Mira mamá, es muy divertido. Sube. La madre mira a Quisque como a un degenerado. Cuando la niña se acerca, la madre la toma del brazo y la arrastra como una maleta. Quisque espera paciente a que alguien haga lo mismo con él. Mientras tanto gira y disfruta de la cara de los viajeros.