Qué razón tienen las palabras de Quique González. ¡Qué razón! Polvo en el aire, asientos vacios. Esas palabras que no paro de escuchar. Palabras que me repito una y otra vez. Polvo en el aire, asientos vacios. La despedida, la ausencia clavándose en la piel. Porque cuando alguien cercano se marcha, cuando algo se termina, sólo nos queda polvo en el aire, una estela de recuerdo, aquel tiempo vivido. Polvo en el aire, asientos vacios. La soledad intranquila, las casas vacías, las noches sin dormir, un coche alejándose en el horizonte fundiéndose en el sol del atardecer. Quizás Quique González compuso esa canción después de una despedida o tras terminar un buen libro, como me pasó a mí con El Extranjero de Camus, o tras ver una buena película, como me sucedió a mí con El Ladrón de Bicicletas. O tras una conversación con un viejo amigo en la barra del polígono, o tras cualquier cosa. No sé porqué escribió Quique González esas palabras pero para mí representan la esencia de lo vivido, del recuerdo. Ese escalofrío que te recorre la piel cuando vemos finalizado algo en lo que hemos disfrutado. Polvo en el aire, asientos vacios.
martes, 29 de junio de 2010
viernes, 25 de junio de 2010
El tio Petros
Hace unos meses me interesé por la literatura escrita por matemáticos. Ya veis, pequeñas excentricidades que tiene el lector. De esa curiosidad ha salido la reseña de Apóstolos Doxiadis que podeis leer en librosylibretas
miércoles, 23 de junio de 2010
Lo que un día me dijo mi padre
Hoy mi padre llegó a casa con su nueva peluca. Entró en la cocina mientras mi madre bajaba el fuego a las sardinas y yo terminaba de poner la mesa. Mi padre se quedó bajo el marco de la puerta con su nueva peluca. Era una peluca de pelo lacio, morena, una peluca que cubría su calva por completo terminando en un gracioso flequillo sobre la frente. En el momento que entró pareció como si el tiempo se detuviera, como si todo quedara en suspensión, a oscuras, como si el mundo dejara de girar y los rayos de sol se centraran todos en la nueva peluca de mi padre. Todo eso ocurrió mientras mi padre nos miraba desde el marco de la puerta. Serio. Con las manos en los bolsillos. Entonces mi madre lanzó un grito y yo no pude evitar reírme. Mi padre, ante los gritos de mi madre, frente a mi risa histérica, comenzó a ruborizarse y arrancándose la peluca de la cabeza liberó su calva que ahora relucía repleta de pelusilla negra. Se dio la vuelta dispuesto a marcharse pero antes de hacerlo me lanzó la peluca a la cara increpando aquello que yo comprobaría más tarde: La calvicie es hereditaria. Se marchó dando un portazo.
martes, 8 de junio de 2010
Feo, fuerte y formal

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