martes, 3 de noviembre de 2009

JAVIER EGEA TAMBIÉN ESTÁ ENTRE NOSOTROS. El poeta del diente de oro.


Javier parecía un señorito andaluz, al menos en la fotografía que tengo en las manos. Un jersey de punto, claro y subrayado por líneas oscuras en la cintura, en los puños y en el cuello de pico, una camisa con el último botón abierto, el pantalón oscuro parecido a un vaquero. Se frota las manos para combatir el frío de una tarde de invierno en la que el sol se contagia de la temperatura del aire. Gafas de sol para proteger sus ojos, desconocidos para mí. Y el pelo negro, casi ondulado, que se separa con una raya en el lado izquierdo y que intenta colonizar la cara recién afeitada con dos anchas patillas hasta el inicio del pabellón auricular. De él conozco menos de lo que me hubiese gustado, pero es uno de mis defectos, no soy omnisciente.

Javier Egea se paseaba por el Zaidín como por su casa, o sin el como por que realmente era su casa. Vivía en Granada con todo lo que esto conlleva. Vivía, bebía, besaba, comía, amaba y escribía en Granada, aunque no dejaba de hacerlo en ninguna de sus salidas. Era hijo de familia acomodada, quizá de ahí le viene ese aspecto señorial de la fotografía, pero se destacó como un ser poco acomodaticio. Luchaba contra el mundo con muchas armas, entre otras, con la poesía. Por que Javier Egea es, ante todo, un poeta. Un ser con capacidad para ver más allá, de sentir y de sufrir de una manera distinta. Sólo él era capaz de ver el mar desde Granada, desde la terraza de su piso por el que cruzaban barcos de todos los confines del mundo, de todos los océanos y de todos los continentes. Y, al pasar junto a él, se oían saludos en idiomas que él sólo conocía pero cualquiera podía comprender el cariño que desprendían. Lo sé por que Belén, que disfrutó más de una travesía marítima en aquel galeón de cemento que flotaba en las entrañas de Granada, me lo ha contado con una sonrisa entre infantil y melancólica.

Belén fue la primera que me llevó de la mano hasta Javier y su poesía. Primero dejó flotando un soneto junto a unas tazas de té, imperial y de melocotón, en su sala de estudio. Aquel soneto se llamaba Poética, si no recuerdo mal el título. Después me habló de Noche Canalla, surgió de casualidad, pero recitó algo así como “esta noche canalla no respondo de mí”. Javier aparecía entre nosotros con asiduidad, como un amigo más del grupo que llega cuando menos se le espera. En este segundo poema vi al poeta de su tiempo, al que tiene que enfrentarse a una realidad no tan feliz como quisiera ni tan pública como para que yo la exponga ante todo el mundo. Creo que ni Belén ni él me lo permitiesen. Luego mis pasos se han marchado por otros poemas, nunca me cansaré de recomendar la lectura de 19 de mayo, por otros libros y, al final, yo también me he enamorado de Javier.

El poeta, que ha sido incluido en el grupo de la poesía de la experiencia, publicó junto a sus amigos Álvaro Salvador y Luis García Montero un pequeño libro al que llamaron La otra sentimentalidad. En él, además de sus poemas, se incluían sus reflexiones poéticas y se mostraba un camino, que según distintos críticos sembraron la semilla para el grupo de la poesía de la experiencia. Aunque dejaré estas reflexiones para los críticos y estudiosos que nos podrán hablar de Ángel González, de Jaime Gil de Biedma y hasta de Machado con menor miedo a confundirse que el que suscribe estas líneas.

Como decía anteriormente, Javier es, o era, como su poesía, un ser vivo, móvil, social, al que se le podía ver en los bares con su vaso sujeto como una tabla de salvación o de perdición, no seré yo quien juzgue al hombre desde estas líneas. Y así era y es su poesía, cercana, social, real, viva al fin y al cabo. Valga la anécdota, triste por su final pero entrañable, en la que Egea cede uno de sus poemas inéditos para la publicación de una revista, Tiempos Modernos, de un grupo de amigos aficionados a la literatura y cual debió de ser su sorpresa cuando poco antes de aparecer la publicación de el poema en la revista se encontraron con la trágica noticia del suicidio del poeta. Un triste final pero hasta ese momento Javier Egea siempre fue además de un escritor un amigo de la literatura a todos los niveles.

En la actualidad, el poeta sigue vivo por y para la poesía, pero también sobrevive en la asociación Diente de Oro en la que sus amigos mantienen la llama de Egea encendida y son los conservadores de su obra poética, además de su memoria personal. Esta asociación, a la que Belén pertenece, presentaron en su momento un pequeño texto, como todos los textos de poesía que no se llamen obras completas, llamado Un día feliz y en el que se incluyen algunos retazos de las obras de Javier con la presentación de cada uno de los textos por parte de algunos de sus amigos y admiradores. En estos textos se nos presenta a un poeta enamorado, amigo, cómplice, pero también a un defensor de sus ideales políticos en los primeros años de la democracia, a un noctámbulo y a un joven que “escribía para ligar”.

Si alguien desea encontrar sus versos, espero que esta vez no vuelvan a aparecer en un mercadillo encerrados en una caja cualquiera porque me moriría de pena. Si tuviera que destacar algún texto, y no lo hago yo que esta recomendación la realiza Belén Sánchez, podríamos repasar los versos de El paseo de los tristes de 1982 o Troppo Mare de 1984.

Como ya sólo nos queda despedirnos de este escritor, poeta o persona, creo que lo mejor será que utilicemos su voz para hacerlo:

Porque a pesar de todo nos hicimos amigos
y me mantengo firme gracias a ti, poesía,
pequeño pueblo en armas contra la soledad

Estos versos del primer soneto que leí, Poética, y que se esconden entre las páginas de La otra sentimentalidad, espero que sirvan de inicio para algunos lectores atrevidos.

1 comentario:

  1. nos cruzamos Claudia. Yo paseando por tu sala, envidiando tus lecturas y tus libros. Envidiando tus papeles. Y al dejar mi casa con la puerta abierta, te me vienes despacio y yo no estoy.
    Me encantan estos paseos estrábicos y estrabiado.
    Saludos

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