viernes, 6 de noviembre de 2009

Aceitunas sin hueso: proyecto no-velar

En mitad de la carretera, con la cara ensangrentada, pudo ver como aquel Mercedes clase A frenaba con gran estrépito junto a su cuerpo. Marco era un cristiano confeso y practicante, o al menos lo era antes de ocurrir el accidente. Todos los domingos iba a misa de siete, todos los martes y jueves hacía dos horas de gimnasio, los lunes y miércoles de ocho a diez de la noche asistía a su curso de dramatización y los fines de semana volvía al pueblo para ver a la familia, base de su vida. Era un hombre normal, con sus rutinas y sus pequeñas manías, como desayunar tres nueces del Brasil o no tomar nunca leche o no mezclar el huevo con el queso porque según las directrices de una cuñada que era naturópata, consideraba aquella unión una bomba de colesterol y proteínas. Pero continuemos. Los sábados como ese día salía a correr por los alrededores del pueblo, para mantener el contacto con la naturaleza y los músculos elásticos y saludables. Hacía trece kilómetros en honor a los doce apóstoles y a Jesucristo y regresaba entre imágenes de la Biblia y el Kamasutra. No es fácil correr ventiseis kilómetros sin parar y estar concentrado en ser una persona de bien. Pero esa mañana, en el kilómetro veintidós comenzó a sentirse mareado y doscientos metros después se desmayó en mitad de la carretera.

No sabía cuánto tiempo llevaba en aquella posición, ni porqué sentía la cara pegajosa. Al abrir los ojos, después de la frenada de aquel coche, pudo ver a dos jóvenes vestidos de uniforme gris que descendían del coche. Rápidamente pudo reconocer sus hábitos del Opus. Después de una mirada más precisa, y tras reconocer los anillos de oro, el corte del pantalón y los zapatos relucientes, concluyó que estaba salvado, que Dios había dispuesto su salvación en aquella mañana a través de los hermanos de la obra. Entonces se relajó y se despreocupó de su cuerpo y comenzó a dar gracias con los ojos elevados al cielo.

Los dos jóvenes sacerdotes habían bajado por las puertas delanteras del automóvil. Muy erguidos, el conductor miró al interior del coche e hizo un gesto de tranquilidad, acompañado de unas palabras que relativizaban el hecho ocurrido. No se preocupe usted, no es nada que no podamos resolver en breves instantes, con la ayuda de Dios. El copiloto había dirigido su mirada hacia el cuerpo tendido en el suelo y tras tocarle en la carótida y comprobar su pulso, tras medir la frecuencia respiratoria, el ritmo cardiaco y la reactividad pupilar con movimientos mecánicos, asintió con la cabeza en dirección al conductor. Hermano, este hombre está vivo y podrá sobrevivir sin nuestra ayuda. Después de dar un pequeño parte, eso sí, siempre en voz baja, del estado del accidentado, tenían que tomar una decisión y el tiempo se les agotaba.

La misa en la catedral era a las doce del mediodía, estaría el obispo y los máximos representantes de la ciudad. Era la celebración del patrón de las empresas conserveras de aceitunas sin hueso, la industria más pujante de la zona. Después de la misa, todos los representantes de la obra comerían juntos tras una pequeña visita por las distintas fábricas. Todas serían bendecidas con agua del Jordán que llevaban en un pequeño recipiente de cerámica china, pero como no sabían el número preciso de las fábricas conserveras, habían llevado dos litros de agua embotellada bajo un rito que permite a los obispos transformar el agua Bezoya en agua bendita del Jordán, siempre que el agua sea sin gas y con una adecuada concentración de calcio y magnesio.

Un par de minutos tardaron en valorar la situación y la indecisión les llevó a consultar con el ocupante del coche. El accidentado, que estaba viendo y oyendo todo lo que ocurría a su alrededor por una estrecha rendija de sangre que se abría frente a sus ojos continuaba rezando y encomendándose a Dios. Cuando escuchó la voz de uno de los sacerdotes que decía: Señor obispo, tenemos un problema, hemos encontrado a un hombre tirado en la carretera. Según dice el hermano Felipe, no presenta ninguna lesión importante, pero le preocupa la sangre que cubre su cara. ¿Qué debemos hacer? La ventanilla del coche descendió unos quince centímetros y por ella surgió una mano con tres grandes anillos de oro y una botella de agua Bezoya. Lávenle la cara y comprueben que no es más que una herida superficial. Aquellas palabras llevaban implícito el resultado de su valoración. Y apresúrense que aún nos quedan veinte minutos de viaje.

Cuando el hermano Felipe cogió la botella de agua y comenzó a lavar la cara del accidentado observó un hematoma alrededor del ojo que no le gustó, pero decidió no darle más importancia tras mirar el reloj y ver que llegaban tarde a la misa. Entre los dos sacerdotes apartaron el cuerpo en la cuneta y juntando las manos en posición de rezo encomendaron aquel cuerpo a la divina providencia. El accidentado no podía creer lo que estaba escuchando, los dos hombres se montaban de nuevo en el coche y ponían el motor en marcha. Felipe guardó la botella bajo su asiento y explicó al obispo todo lo que había ocurrido. Éste les felicitó y les habló de los designios del Señor, de la inescrutabilidad del destino divino y de la necesidad de llegar a la misa para no crear mal ambiente. Pero antes de dejar aquel cuerpo en la cuneta, desde la ventanilla del coche bendijo al accidentado y en un gesto rápido y preciso arrojó unas gotas de agua del Jordán sobre la cara, un poco más amoratada que unos segundos antes, del accidentado. Después pidió al hermano Santiago que condujese rápido, sin tener ningún problema con los límites de velocidad, ya se encargaría él de interceder ante Dios y el catecismo, para que no contaran estos pecados en su hoja de servicios. Los tres se rieron y continuaron el veloz viaje hasta La Roda, la ciudad de las aceitunas sin hueso.

2 comentarios:

  1. Interesante comienzo. ¿Piensas hacer una novela en marcha, algo así como una novela on-line? En cualquier caso, te animo a que continúes.
    Un saludo,
    Gonzalo

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  2. Muchas gracias Gonzalo. La idea surgió en Italia, una novela que comenzaba con este capítulo y que tiene continuación. Quería comprobar el impacto que tenía, pero al ver que nadie decía nada sobre este texto me desanimé un poco. El proyecto tiene unos ocho capítulos y está en espera de ser abordado. Tus ánimos consiguen hacer su efecto y veo el proyecto no-velar como algo más próximo. Espero que este espíritu se mantengan.
    Gracias de nuevo
    Pedro

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