viernes, 18 de septiembre de 2009

Recuerdos

Este relato ha sido escrito por Trovador sin Lengua. Desde aquí queremos agradecerle con un fuerte abrazo su brillante aportación
Las gotas que empapaban la ventana distorsionaban la visión de la noche. Amanda se apoyaba mirando la lluvia, buscando la razón de por qué los perros aullaban a la luna. En verdad, nunca supo mantener nada en pie. Incluso en ese momento estaba de rodillas. Su aliento empañó suavemente el vidrio embalsamado, y su mejilla imitó sin perspicacia al cristal empapado. Todo lo que deseaba era que alguien le rozara la piel. Su belleza, un increíble sueño de dioses olvidados. Su vida hacía tiempo que se consumió en las tertulias de los cafés a las cuatro de la tarde. Un ave volaba rabiosa por el cielo encapotado en busca de refugio. Eran aproximadamente las cinco de la madrugada, y la panadería irradiaba luces de trabajo. Si la vida fuera justa, ahora mismo Amanda no se preguntaría por qué los perros aúllan a la luna, ni tampoco lloraría por deseos depositados en el tiempo. Y todo se desvanece con el alba, cuando el cielo es deseo de claridad, y se oye todo tan diferente. Dejó de llover, y abrió la ventana. El olor de la humedad le trajo recuerdos de otoños, recuerdos que inundaban sus ojos cansados del insomnio. El despertador sonó en vano, y entonces sintió que su alma no tenía sentido, y noto un escalofrío en la espalda. En el silencio de la mañana, exprimió dos naranjas y, en el vaso, echó un chorro de ginebra seca. Con la ropa interior se sentía mejor, y odiaba tener que volver a oler el aliento a café del hijo de puta de su jefe. Todo giraba como siempre, y el sol había ocupado por completo la ciudad. Las farolas se apagaron, y antes de salir de casa, volvió a acariciar la ventana. El frío le hizo llorar de nuevo, y entonces suspiró. Recordó sus inviernos de viejos amores rotos, y secó sus lágrimas con la manga de la camisa. Salió de casa, y encontró a un perro muerto en la acera. Sus ojos musitaban callados, y parecía que en cualquier momento iba a lanzar un aullido. Aplastó sus tacones contra un paso de cebra y llegó al otro lado de la calle. En su trabajo, seguía soñando con ser de piedra, y depositarse en un lago abandonado en medio del bosque. Cuando era pequeña, su abuelo le contaba historias sobre la guerra y sobre los tomates de la huerta de su padre. Y entonces, era cuando se sentía viva. Pero hacía tiempo que sus ojos perdieron de vista a su familia. Encontró en un cajón un pañuelo usado, y consiguió oler en él los desechos humanos. Lo único que necesitaba era soñar, soñar junto a la ventana, mientras se apoyaba de rodillas en el radiador. Y un soplo de aire le volvió a cruzar la espalda, mientras su mente viajaba en el tiempo. Y todos la miraban, sí, la miraban como uno de esos libros olvidados que reposan en el fondo de una olvidada estantería. Y entonces, no supo reaccionar. Salió a la calle para encontrar un hueco y fumarse un cigarrillo. Y recordó de nuevo la ventana, mientras soñaba con todo, con que alguien le rozara la piel, y poder llorar. Pero el cielo volvía a mojar las calles, y el escalofrió volvió a acechar su espalda. Todo se manchó de humo, y el bar de enfrente recogió la terraza. Sus ojos eran verdes, como aquellas aceitunas que resbalan entre los dedos. Cuando volvió a casa, la soledad permanecía llorando en una esquina. Y entonces, se acostó junto al radiador.

2 comentarios:

  1. grande trovador, muchas gracias por dejarnos ver lo que hay escondido en ti. Sigue por el camino de la ginebra seca, todo sabrá mejor con unas gotas de absenta.

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  2. Sin palabras sencillamente extraordinario

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