jueves, 24 de septiembre de 2009

Ruleta rusa


El humo envolvía todas las esquinas en la trastienda del Dalton´s, un bar donde nada es lo que parece. Alonso Quijano encendió un cigarro y miró al suelo. sudaba en exceso. El sudor descendía de su rostro perdiéndose en el cuello de su camisa mientras en el gramófono sonaban viejos Blues de la polvorienta Luisiana, pero Alonso Quijano no estaba en situación de fijarse en la música. Tenía un revolver apuntando a su cabeza y un cigarrillo en la boca. Frente a él estaba Paco “El Manco” un hombre cuyo historial se veía poblado por turbias anécdotas. En medio de ambos, en la mesa, había diez de los grandes esperando a que el ganador se los llevara. Suerte, solo era cuestión de suerte, una posibilidad entre ocho, una bala para dos cabezas. Alonso Quijano mantenía la pistola apoyada en la sien con la mano temblorosa dando fuertes caladas al cigarro. El Manco comenzaba a impacientarse.


-¡Quieres apretar el gatillo de una puta vez, pedazo de mierda!


Alonso Quijano siempre había sentido una tibia sensación al jugar y sentirse preso de las ingrávidas garras del azar y ahora estaba jugando la partida de su vida. Recordó como el juego había arruinado su vida. Un matrimonio de cinco años, un trabajo de abogado. Recordó entonces a Clara, su ex mujer. Tenía el cabello rubio, los ojos pardos y los labios más suaves del mundo. Algunas tardes de lluvia, cuando la ciudad era un mar de plomizos veleros se quedaban en casa. Entonces clara le miraba a los ojos.


-Eres un hombre muy aburrido Alonso Quijano. Eres tan aburrido como esta lluvia de ciudad pero te amo, te amo como a nadie. ¿Tú me amas? No digas nada, no quiero que lo digas, disfrutemos de este silencio pero no dejes de mirarme con tus aburridos ojos y haz que sea parte de tu aburrimiento.


Y entonces hacían el amor, lo hacían bajo un silencio sepulcral, con el sonido de la lluvia golpeando los cristales. Pero eso ya no existía. Cuando Alonso conoció el juego enloqueció y todo dejó de tener sentido. La lluvia, Clara y su aburrimiento, pues el juego había tornado divertida e incierta su vida y eso lo hecho todo a perder.Su ensoñación se vio aplastada por la furibunda mirada del Manco, el cual cada vez se mostraba más irascible. Finalmente se decidió. Tomó un largo trago de Ginebra bebiéndolo directamente de la botella y apretó el gatillo.

El disparo resonó por toda la habitación y Alonso cayó sin vida sobre el suelo. Pronto todo se llenó de sangre y el Manco se apresuró a coger sonriente todo su dinero. Entonces la puerta se abrió y una gélida brisa se apodero de los cuerpos allí presentes. El Turco acababa de entrar.

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