El golpe contra el suelo hizo que Quisque dejase de pensar. El descenso hasta el aeropuerto de Bolonia le había reservado una imagen que ya conocía. Se volvió hacia VLM y le dijo que aquello era como el Google Earth. Su vecino de asiento le miró aterrorizado. La aeronave rebotaba contra el suelo de la pista. Un sonido que recordaba a los viajes en coche con la ventanilla bajada precedió a la frenada. El avión se detenía y se confundía con el resto.
Quisque caminó por la pista. Miraba hacia todos lados. Quizá un poco más pequeño, pensó, pero no sabría diferenciar aquel edificio del de Alicante. Palabras en extrañas lenguas se cruzaban con la mirada perdida. Por un instante tuvo la necesidad de comer lentejas. Eso significa fortuna, dinero, le dijo VLM mientras se alejaba hacia la salida. Con su bolsa al hombro, se perdió entre la marabunta de taxis, viajeros y maletas. Quisque recordaba en aquel momento la sensación de pérdida que sufrió en su primer viaje. Mamá, me he comida las lentejas, eran lo único que me recordaban a la casa. Esas palabras se interrumpieron en un llanto desconsolado. Tenía diez años, estaba en Los Urrutias. En aquel viaje Quisque se había mezclado con un montón de desconocidos. Todos hablaban un extraño idioma con palabras acabadas en ese y en “ado” e “ido”. Eran como los seres que aparecían en la televisión después de cenar. Sólo entre personas desconocidas, Quisque buscó en el olfato un atisbo de seguridad. En Los Urrutias fueron las lentejas, en Bolonia aún no lo había encontrado. Se olió el suéter y comprobó que aún desprendía la fragancia del suavizante para la ropa. Se sintió perdido, como en casa.
Quisque caminó por la pista. Miraba hacia todos lados. Quizá un poco más pequeño, pensó, pero no sabría diferenciar aquel edificio del de Alicante. Palabras en extrañas lenguas se cruzaban con la mirada perdida. Por un instante tuvo la necesidad de comer lentejas. Eso significa fortuna, dinero, le dijo VLM mientras se alejaba hacia la salida. Con su bolsa al hombro, se perdió entre la marabunta de taxis, viajeros y maletas. Quisque recordaba en aquel momento la sensación de pérdida que sufrió en su primer viaje. Mamá, me he comida las lentejas, eran lo único que me recordaban a la casa. Esas palabras se interrumpieron en un llanto desconsolado. Tenía diez años, estaba en Los Urrutias. En aquel viaje Quisque se había mezclado con un montón de desconocidos. Todos hablaban un extraño idioma con palabras acabadas en ese y en “ado” e “ido”. Eran como los seres que aparecían en la televisión después de cenar. Sólo entre personas desconocidas, Quisque buscó en el olfato un atisbo de seguridad. En Los Urrutias fueron las lentejas, en Bolonia aún no lo había encontrado. Se olió el suéter y comprobó que aún desprendía la fragancia del suavizante para la ropa. Se sintió perdido, como en casa.
El viaje de Quisque es en realidad un viaje interior, como todos los viajes. Me queda claro sobre todo a raíz de la última frase. Nosotros frente a nosotros mismos.
ResponderEliminarbienhallado. Bienvenido a éste, el viaje, la búsqueda. Un viaje iniciático o quizá final. Nunca se sabe. Todo depende de vosotros, de los que Quisque se vaya encontrando.
ResponderEliminarSalud Eastriver
El texto tiene marras, amigos. Me ha traspasado como una flecha. Y su ternura me deja el alma calentita.
ResponderEliminarTendremos que arropar a Quisque, que le estoy cogiendo cariño y es ya como de mi familia. Le mandaré un caldico con pelota a Bolonia.
"Perdido, como en casa". Cómo entiendo esto. Vuestra filosofía es honda, ¡qué narices! Me sois insustituibles.
Joer Isabel. Solo me sale un Gracias como una catedral barroca.
ResponderEliminarquisque
También yo me decanto por el viaje interior.
ResponderEliminarA veces no hace falta estar a miles de kilometros para sentirse solo.
Hay días en que me pregunto quién soy en realidad, la que ven los que me rodean o la que yo creo que soy.
Bueno qué más da, ahora mismo resulta que el Barça va por el segundo gol, cuestión de segundos todo.
Isabel que rico el caldo con este frío, yo lo hago con "pilota"
Vuelve, a casa vuelve...
ResponderEliminarHola Madison. Esa soledad nos ataca en todos lados y siempre buscamos un asidero. Quisque no ha llegado a Bolonia, solo continúa con su viaje. Gracias por la compañía.
ResponderEliminarQuisque
Dentro de unos años (así te lo deseo) volverás a oler aquel suavizante de antaño y desearías, con toda el alma, no haberlo perdido. Por mi tierra se dice "Tarde piaches"
ResponderEliminar(Tarde piaste,le dijeron al pollo en la cazuela)
Dyhego, entre lo de Junterones y esto me tienes un tanto descolocado. Ya no sé si estoy en donde debo.
ResponderEliminarSalud y, no sé, quizá esperes también una sonrisa.
Quisque
Bienvenida Mariajesus. Quisque ha olido muchas veces el suavizante de su niñez y lo recuerda en cada viaje. El olfato es el camino más recto entre la mente y el recuerdo. Espero no perder nunca la raíz. Dale tiempo a Quisque. Necesita viajar.
ResponderEliminarSalud.
Ayyy es que no hay nada mejor que esos olores cotidianos que nos transportan...
ResponderEliminarPara mi el olor a café es un olor familiar, por eso me atraen las cafeterías. Imagina una donde no hubiese humo y sólo se oliese el café recien nacido. Uhmmm. Soñar.
ResponderEliminarQuisque
Quisque, esa soledad la llebamos con nosotros allá adonde marchemos, ya sabes: la ciudad va contigo.
ResponderEliminarImagino que conoces el poema de Kavafis "La ciudad" si no es así, te recomiendo su lectura.
Me gusta la frase del viaje en coche con las ventanillas bajadas. Es de esas frases aparentemente sencillas y que los que no sabemos escribir, ni bien ni mal, sabemos valorar.
Y recuerda que si vas a emprender el viaje hacia Ítaca, pide que tu camino sea largo. Llegar allí es tu meta. Más no apresures el viaje.
Gracias Thornton. He releído a Kavafis y, ¿qué decir? Él lo dice todo.
ResponderEliminarEn cuanto a las frases sencillas sólo te puedo decir que eres tú, lector, el que les da sentido. Yo me limito a dejar rastros para quien quiera seguirlos.
Salud Thornton. Volveré a tu club y hablaremos largo y tendido. Tú también formas parte de este viaje.
Amigos, busqué por vuestro mare magnum un correo donde dirigirme, pero no lo veo, así que os he aceptado la invitación y deseando estoy de conoceros.
ResponderEliminarEntre tanto bla, bla, bla y bla, brilláis con luz propia, porque vuestra lengua es la comprometida con el ser humano y vuestra empatía un lujo al que espero corresponder.
Charlaremos sobre Miguel Espinosa, que ya vi que os gusta (soy aplicada y me leo todas las entradas de los que me interesan; por eso, a veces, me estreso y no llego a todos). Tuve el placer de conocer a Miguel. Me enseñó mucho sobre esto de estar en la escritura.
Mi asignatura pendiente es Vicente Luis Mora, que sé que andáis recomendándomelo. Llegaré a él, no os quepa duda. No desaprovecho ni una sola recomendación vuestra.
Y ¡viva el Mediterráneo!
Un lujo para nosotros el recibirte en nuestro terruño, que es el tuyo.
ResponderEliminarAy! Conocer a Miguel Espinosa debió de ser fantástico. Yo andaba con la Nocilla cuando le sobrevino aquel fatídico mal cardiaco, cuando Eloy llamó al periodico para comunicar su muerte. Era un niño y después tuve la suerte de conocer a Juan Espinosa. Un regalo. Es lo más cerca que estuve de Miguel. Un grande con falta de reivindicación.
En cuanto a VLM te diré que aparece en el texto por su distanciamiento con los mutantes (la generación nocilla, vamos) Antes que a VLM te diría el nombre de Javier Moreno (murciano de La Cueva y residente un tiempo en Santa Eulalia) Javi es un gran escritor. Busca Click o Atractores extraños si eres de narración. Cortes publicitarios o Renacimiento si eres de poesía. Si como Murcia, tienes algo de Barroca, consigue la Hermogeniada que la tendrán en Itaca, supongo.
Un abrazo Isabel y gracias por tu apoyo. Quisque nota tu aliento por la ciudad, aunque vuelva a estar en el aeropuerto
Josú, qué de recomendaciones y deberes llevo en la carpeta. Piano y a ello. Poco a poco y todo se andará. Si tuviera más tiempo del que dispongo... Dadme cuerda y estaré en la onda completa. Ahora ando dividida entre el Derecho -que es la puta que me mantiene-, la literatura -mi amante de toda la vida-, las marujerías propias de mi casa -de las que es imposible librarse- y de la Navidad -item más-. Me voy a pillar un estrés de la leche. Pero piano para evitarlo.
ResponderEliminarHablaremos, amigos.
La entrada a la que no he llegado aún, me la guardo para después, que ahora no puedo leer con tranquilidad (sí, el trabajo).
Os quiero, murcianicos.