En Oviedo visité la catedral, la zona de sidras (la Gascona), la zona de vinos (junto a la estación de tren) y, entre otros lugares, me llevaron de la mano a una librería de lance que estaba en un pasadizo comercial. El escaparate mostraba libros a treinta euros y pensé: no, éste no es mi sitio; pero entré y me sorprendió. En otro momento hablaré de esta librería. Paseando entre las estanterías, aquel nombre volvió a mí, como un recuerdo remoto: Félix J Palma. Había escuchado su nombre en El público lee, un programa literario de Canal Sur. No recordaba su cara, ni los títulos de sus obras. Félix J. Palma era un vacío en mi memoria. Compré el libro La hormiga que quiso ser astronauta y me marché.
De vuelta a casa abrí el libro. Prólogo de Juan Bonilla con palabras como: “He aceptado escribir este prólogo por dos razones: la primera, porque la novela, releída ahora, me sigue pareciendo lo que me pareció cuando la leí. La segunda: porque Palma es amigo desde hace ya muchos años”. Casi para finalizar Bonilla afirma: “Quien no lea por mero placer, no tiene mucho que hacer aquí”. Después de frases como éstas, y otras, me tengo que replantear la finalidad de un prólogo.
Ya dentro de la novela, repleta de humor en sus cien primeras páginas (aún no la he acabado), encuentro este inicio de capítulo: “Me encontraba viendo Los Simpson cuando Blanca telefoneó para anunciarme que iba a quitarse la vida ingiriendo un tubo entero de somníferos. Le aconsejé que tuviese cuidado, no fuera a tragarse también el tapón, y colgué”, o un poco más adelante una frase propia de mi vecino de blog: “Pedí una caña y le propiné un trago largo, de ésos que si cierras los ojos te producen un orgasmo dorado y frío en la garganta”.
Voy a seguir leyendo. Pero tenía que compartir con alguien estos momentos. La literatura es capaz de hacerme reír y Palma lo ha logrado en muchas ocasiones, hasta ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario