No sé pasear. Salgo de casa y doy un paso tras otro por las calles. Camino e intento pensar en nada, o mejor, intento reflexionar sobre lo que volvió el día nublado, pero no me siento cómodo. Tampoco puedo pasear para fumarme un cigarrillo, porque ya no sería un paseo si no un cigarro caminando sin saber a donde ir. Así mis pasos siempre salen a Calvo Sotelo y, uno tras otro, descienden junto a una residencia y pienso que ellos si deben de saber pasear, porque son ancianos y los ancianos, por definición, piensan y caminan sin necesidad de llegar a ningún sitio. Qué paradoja, sé lo que piensan los ancianos sin haberles preguntado en ningún momento. Me retracto de lo dicho y confieso que he visto a muchos de ellos caminando con rumbo claro, buscando los pavos reales del parque de San Francisco.
Así, pensando en ellos, se me ha acabado la compañía del parque y estoy frente al teatro Campoamor. Lo confieso, no me gusta su imagen y huyo de ella. Quiebro hacia la izquierda, hacia la derecha y otra vez a la izquierda. Ando sin rumbo. Estoy por fin paseando, divagando, pero no, no es así, sólo estoy huyendo del teatro y su presencia gris. Huyo de la gorda de Botero, de esta maldita llovizna y de mi pobreza mental. Con treinta años no he aprendido a pasear. Aunque hoy parece que me he acercado.
No he resuelto el motivo de este día gris, pero he caminado sin dirección entre las calles de esta ciudad. Las calles están llenas de bares y zapaterías y gente que toma café o compra zapatos. Como dijo Allen, ésta es una ciudad limpia y buena para pasear. Quizá no dijo esto o sí, qué más da. He paseado por la ciudad y cuando pensaba que había superado la prueba, caminar sin un destino fijo, me he encontrado de nuevo frente a la librería Cervantes. Vaya nombre poco agraciado para una librería de lance, pienso. Este es un nombre de quinta mano, casi transparente de lo usado, pero allí está, oculta en un pasillo a modo de galería comercial que me protege de la lluvia.
Entro, saludo y comienzo a mirar libros en los estantes: novedades, música, novela negra, literatura asturiana. Mis ojos recorren nombres de autores, títulos. Cojo algún libro y leo la contraportada. Todo es una trampa para osos lectores. No caigo en ellas y me siento libre. Ahora me doy cuenta. El día es gris porque aun no me has llamado. Son las seis de la tarde y el teléfono parpadea, agonizante de energía. Vuelvo corriendo a casa y busco las compras que hice ayer. También me sentí perdido y gris. También intenté pasear y terminé en el mismo lugar. Como antes de ayer y el día anterior. No se andar por las calles sin un destino. Pero me encanta pasear entre las estanterías repletas de libros.
Así, pensando en ellos, se me ha acabado la compañía del parque y estoy frente al teatro Campoamor. Lo confieso, no me gusta su imagen y huyo de ella. Quiebro hacia la izquierda, hacia la derecha y otra vez a la izquierda. Ando sin rumbo. Estoy por fin paseando, divagando, pero no, no es así, sólo estoy huyendo del teatro y su presencia gris. Huyo de la gorda de Botero, de esta maldita llovizna y de mi pobreza mental. Con treinta años no he aprendido a pasear. Aunque hoy parece que me he acercado.
No he resuelto el motivo de este día gris, pero he caminado sin dirección entre las calles de esta ciudad. Las calles están llenas de bares y zapaterías y gente que toma café o compra zapatos. Como dijo Allen, ésta es una ciudad limpia y buena para pasear. Quizá no dijo esto o sí, qué más da. He paseado por la ciudad y cuando pensaba que había superado la prueba, caminar sin un destino fijo, me he encontrado de nuevo frente a la librería Cervantes. Vaya nombre poco agraciado para una librería de lance, pienso. Este es un nombre de quinta mano, casi transparente de lo usado, pero allí está, oculta en un pasillo a modo de galería comercial que me protege de la lluvia.
Entro, saludo y comienzo a mirar libros en los estantes: novedades, música, novela negra, literatura asturiana. Mis ojos recorren nombres de autores, títulos. Cojo algún libro y leo la contraportada. Todo es una trampa para osos lectores. No caigo en ellas y me siento libre. Ahora me doy cuenta. El día es gris porque aun no me has llamado. Son las seis de la tarde y el teléfono parpadea, agonizante de energía. Vuelvo corriendo a casa y busco las compras que hice ayer. También me sentí perdido y gris. También intenté pasear y terminé en el mismo lugar. Como antes de ayer y el día anterior. No se andar por las calles sin un destino. Pero me encanta pasear entre las estanterías repletas de libros.
Muy bueno si señor. Me ha encantado.
ResponderEliminarun abrazo.
no sé desde dónde me escribes, pero te agradezco la felicitación. Esta será la colaboración para la revista La Tercia que se edita en Bullas. Espero que haya muchos de tu opinión.
ResponderEliminarGracias de nuevo