domingo, 12 de julio de 2009

LA SOMBRA DEL VIENTO o como ahorrar energía

El ser humano evoluciona para conservar la energía. Los homínidos adoptaron la posición bípeda para poder hacer grandes desplazamientos con un mínimo esfuerzo. A finales del Neolítico se inventó la rueda. Y después, el hombre, aunando esa energía que permanecía latente, fue obteniendo resultados que le hacían la vida más fácil. Pero demos un gran salto histórico y acerquémonos a la Edad Windows y al prestigiado “cortar y pegar”. ¿Cuántas horas no nos habrá ahorrado este sencillo gesto?
He dado este pequeño rodeo para llegar a un lugar común: la literatura. Y más concretamente a La sombra del viento. Es extraño que aún queden personas en esta sociedad de la prisa que lean. Es extraño que no esperemos a que aparezca la película que nos resuma en dos horas un libro de cuatrocientas páginas. Es extraño que alguien haga el esfuerzo de pasar una semana leyendo una historia que no le reporta más que placer estético. A pesar de tanta circunstancia adversa, Ruiz Zafón logró invertir el ritmo de la Historia y provocó que millones de personas estuvieran dispuestas a gastar su energía y su tiempo en la lectura de una novela. Críticas a favor o en contra de estos superventas de la literatura universal, no cabe más que darle la enhorabuena al escritor por su obra y su efecto social.
Yo soy de esos individuos reticentes a la moda, quizá por eso vista camisetas desgastadas por el uso, pantalones de la temporada anterior y se me pueda ver leyendo alguno de los libros que triunfaron hace unos años. Sí, yo soy de esa rara especie que prefiere no hacer lo que hace la mayoría, y mientras en del dos mil cinco al dos mil siete parecía que todo el mundo tenía que leer La sombra del viento, ver Gran Hermano u Operación Triunfo, yo buscaba en las librerías novelas que en algún momento habían sido importantes. Fue así como encontré Marina, novela juvenil del ya citado Ruiz Zafón y que leí con gran interés en su momento. Marina era una novela de intriga, con paisajes oscuros de Barcelona, con personajes juveniles y grandes mansiones. Disfrute su lectura pero no llegó a suponer el impacto que esperaba. El mito Ruiz Zafón, en ese momento, cayó algún peldaño. Meses después pensé que el escritor podría haber realizado una novela menor y que La sombra del viento fuese una historia con dobles o triples lecturas que dejasen el sabor del mejor de los calderos murcianos. Incluso logré dejar de pensar en esa historia, a pesar de que a mi alrededor el libro crecía como las setas en otoño.
Ahora, en el dos mil nueve, he terminado de leer el ingenio del escritor catalán. El libro estaba oculto en las estanterías de una amiga que limpiando el polvo lo sacó a la luz. Parece que el libro también me eligió a mí. Lo tomé en préstamo y lo leí con interés. Mientras iba transcurriendo la historia, la memoria me traía retazos del libro que ya había conocido, de aquella novela juvenil con mucho menos prestigio que la que tenía en mis manos. La sombra del viento me devolvía paisajes, personajes y misterio. La sombra del viento me llevaba a lugares comunes de una Barcelona desconocida para mí y recreada sólo en las novelas. La sombra del viento comenzaba a perder interés. La acabé de leer con la sensación de haber malgastado más energía de la necesaria. Pensé en el escritor que pasa meses o años luchando contra una historia, contra una estructura narrativa, contra unos personajes que toman vida para poder reunirlo todo en una novela. Pensé en los narradores que buscan nuevas formas de novelar y que en muchas ocasiones hierran en el intento. Pensé en esos locos que todos los días comprueban qué hubiese ocurrido si la rueda no fuese completamente circular. Un gasto energético innecesario, pensaremos muchos, pero útil para salir de la monotonía.
La sombra del viento, en su vuelta a los lugares de Marina, me pareció parte de la monotonía del autor. De esas rutinas y rituales que para su poblador hacen la vida más sencilla y que, para el profano, vistas desde el microscopio del momento se engrandecen y pasan a ser obras maestras. Son ejemplos de esas rutinas el caldero murciano que antes citaba, las fabes con almejas, las palmas flamencas o la recogida de la aceituna en Jaén. Todo sorprende al neófito y puede cansar al que ya ha probado de ese bocado que le habían dicho que era exquisito.
Desde hace unos días me enfrento a las tapas de La sombra del viento sin el interés acumulado por cientos de elogios en los últimos cinco años y me planteo si no sería mejor leer otra novela del mismo escritor. Tendemos al mínimo esfuerzo, y yo, seguidor de esta idea, pienso que para qué volver a una historia similar, con personajes similares, existiendo bibliotecas llenas de libros. A los que, contrariamente, hayan encontrado en el autor a un gurú de la literatura, a los que se entusiasmen con sus novelas y las relean sabiendo que al menos no les va a defraudar, sólo me queda felicitarlos. Yo estoy cansado del arroz con conejo de todos los domingos, al menos en los placeres me niego la rutina, a pesar de que a mis familiares les encante y no puedan pasar sin su hábito dominical.

2 comentarios:

  1. mea culpa. La Hoguera es un juego que inventamos unos amigos hace mucho tiempo, consistía en advertirnos cuando no merecía la pena leer un libro, por malo o por repetir una historia ya contada. En esta entrada, lo único que quise hacer fue una advertencia, en mi opinión no hace falta leer los dos libros de Ruiz Zafón mencionados, porque no aportan nada nuevo: con uno es suficiente. Yo, que ya había leído Marina y que además es más corto, aconsejo que se lea éste.
    La Hoguera tiene su origen en la inabarcable amplitud de una biblioteca y lo límitado de nuestro tiempo. Ahorremos energía entre todos.

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  2. Joder que razón que llevas chaval. Exagerao.

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