Ser cabeza de ratón no debe de ser tan malo. Haber sido campeón de canicas de mi calle o haber ganado los cien metros del barrio durante mi infancia me hacen sentir importante. Además, quedé segundo en un campeonato comarcal de ajedrez. Por tanto, ser cabeza de ratón no sería malo si no viviésemos en un mundo de leones.
Hace unos días terminé de leer La luna roja, novela de Luis Leante publicada con Alfaguara. Con mucha alegría descubrí que no era el mejor escritor de Caravaca o el mejor novelista de Alicante. Aunque ya podía intuirse, descubrí que se había convertido en un león, en uno de esos escritores que tienen un hueco en la literatura nacional por trabajo, constancia y virtud. Yo, que aún sigo viviendo en un mundo ratonil, inocentemente creí haber escogido mal el orden de lectura, y me explico. La luna roja, no de un modo premeditado, sucedía a La sombra del viento en mi lista de lecturas. El número de reediciones de esta última obra y las críticas recibidas me hacían prever un caudal de placeres casi infinitos. La finalicé en una semana, sin más pena ni gloria que recordarme continuamente a otra obra del mismo autor, Marina, con la que presentaba excesivas similitudes. Cuando cerré, por fin, el libro, suspiré de alivio. Se había acabado y los placeres no habían llegado en tropel, como esperaba. Con esa disposición inicié la obra de Leante. Temí que fuese una repetición, que mis expectativas, ya cubiertas en muchos de sus libros anteriores (no dejen de leer Academia Europa, reeditada en Punto de lectura), no fuesen alcanzadas. Pues bien, me sorprendió, me fascinó y me dejó unido a la historia durante dos días. No les haré un resumen de la trama, merece llegar virgen a ella e ir desnudándose al ritmo que sus personajes van reviviendo ante nosotros.
Leante tiene un don especial, se enfrenta a cada novela como un nuevo reto, no como el arquitecto que repite esquemas estructurales o el pintor obsesionado con las variaciones sobre una obra. Leante se reinventa en cada libro y te lleva de la mano a pasear por Cuba, España, Turquía o el Sáhara con la mayor naturalidad. Mira el lado humano, demasiado humano, de las personas y sus personajes no se convierten en héroes al uso romántico (no recuerdo finales edulcorados y previsibles en sus obras). Y sus estructuras siempre tienen un carácter novedoso.
Días después de leer La luna roja, confirmo que no estaba equivocado, que esta novela no desmerece la trayectoria del escritor, que este libro no se ha achicado ante las barbas leoninas de Ruiz Zafón, y que en una lucha cuerpo a cuerpo, como la que mantienen todos los libros que se leen de manera consecutiva, ha salido vencedor. Luego el mercado dirá el número de ejemplares vendidos, las traducciones a extraños idiomas o las presencias en las ferias del libro de ciudades; pero para mí se confirma el lugar preeminente que le corresponde a este escritor que, desde siempre, no pertenece al mundo de los ratones, si no que pertenece al mundo de la Literatura.
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