domingo, 19 de julio de 2009

1969 o tristes domingos de resaca

Hay domingos tristes, de resaca. Son días perdidos en los que, después de haber disfrutado una noche de excesos, te encuentras con la realidad de una manera brutal y la dejas pasar sin prestarle mucha atención. Esa sensación que hasta ahora sólo me había traído la falta de sueño o el abuso de alcohol, me ha ocurrió de un modo muy distinto. Sí, también hay resacas literarias, pero antes de llegar a ella prefiero comenzar por el viernes.
El primer día fue un gran descubrimiento. Fui a la librería y la dependienta me aconsejó leer El crimen de la casa Aranda. María ya sabe de mi manía, casi compulsiva, de conocer a los escritores murcianos y me habló de Jerónimo Tristante y su primera novela en una editora nacional (al menos, que ella conociese). Sin dudarlo, la compré. La leí con la sensación del que hace un descubrimiento, entre aquellas páginas nacía un pequeño héroe, el inspector Ros, y algo me decía que aquel personaje me daría muchas tardes de entretenimiento. El caso con el que abría su trayectoria, también me resultó interesante, la ambientación, la documentación o los personajes que acudían al auxilio de Ros aportando interés y notas de color a la novela. En esta historia de asesinatos no faltaba espacio para la relación de amor, la aparición de la prostitución, un héroe con una moral a prueba de cualquier presión administrativa y un amigo conocedor del mundo y sus entresijos. Vamos, que la novela tenía los mimbres básicos y necesarios, además de estar bien tejidos. Y el mayor de los aciertos, para mi, era su ubicación temporal: a principios del siglo XX, en Madrid, un momento lo suficientemente lejano para aceptar, sin exceso de crítica, el lenguaje y las circunstancias que ocurrían. Así acaba el viernes, con la agradable sensación de un gran descubrimiento.
El sábado se abrió con una nueva aventura del inspector Ros: El caso de la viuda negra. El título ya no me pareció tan agraciado como en el primer libro, pero su contenido completó la imagen que había forjado de éste, no sólo había nacido un personaje si no que me encontraba a las puertas de una serie de novela negra. Este día descubrí los orígenes del inspector Ros, viajé a Córdoba, y Tristante continuó mostrando su conocimiento de los avances de la medicina forense y la criminología de principios de siglo. Un nuevo acierto pensé. Por esas fechas descubrí un relato del autor traducido al italiano en una biblioteca de Bolonia y más tarde me hablaron de que Víctor Ros empezaba a hablar otro idiomas y se hacía un hueco en otros países. Anochece y el sábado se acaba.
Parece que es un buen momento para la novela negra. Mientras escribo estas líneas, estarán reunidos en Gijón algunos de los mejores escritores de este género, entre ellos aparece el nombre del escritor que nos ocupa, Jerónimo Tristante, que de mano de Paco Ignacio Taibo II presentará la obra de mi domingo. Puede que yo me iniciara al género con Vázquez Montalbán, la verdad es que no recuerdo quién fue el primero, después llegaron algunos escritores americanos, Petros Markaris, Camilleri o Leon entre otros. Si alguna conclusión he obtenido al leer a estos escritores es que la historia está por encima de cualquier otro argumento, que la acción debe primar sobre la reflexión y que el lector necesita formar parte del equipo investigador. De estas premisas que impongo al género negro, deduzco que el escritor no puede detener la trama en explicar detalles innecesarios, tampoco puede hacer un alarde de conocimientos que pretendan demostrar su gran documentación y no puede crear personajes increíbles ni tramas con grandes agujeros negros. El lector de género suele ser una persona inteligente y crítica, al menos en su propia visión, y ávido de buscar y encontrar piezas de un puzzle que encajen y compongan una imagen interesante. Desde aquí mi más sincera enhorabuena a aquellos que lo consiguen, y si además el personaje protagonista (un Carvalho o un Montalbano cualquiera) presenta una forma especial de ver la vida, mi felicitación se duplica.
Después de esta digresión, alcanzamos el domingo. Eso me ha ocurrido con 1969, la tercera novela de Tristante que llegó a mis manos. La trama cambió, Víctor Ros dejó de ser él para convertirse en Alsina, esa España de principio de siglo se transformó en Murcia de final de los sesenta, y todo comenzó a temblar. Me pregunto por qué después de crear unos personajes y un mundo en el que poder contar historias como las precedentes, todo tiene que cambiar así. No haré leña de un domingo y dejaré que el día pase en espera de una nueva semana.
Jerónimo Tristante seguro que nos traerá nuevas obras, que el tiempo le dará la razón y corregirá los errores que me han hecho temblar mientras leía 1969. No dudo que vendrán días festivos, más viernes y más sábado; pero, por ahora, seguiré apurando este domingo que, como todos, desemboca en un nuevo lunes.

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