viernes, 1 de enero de 2010

El coleccionista de bolígrafos rojos

- ¿Te importa si fumo?-dijo aquella sombra, era una voz de mujer
- ¿Cómo dice?

Escucho la piedra de un mechero y por un instante se dibuja en la oscuridad de la habitación el rostro de aquella chica. Su piel es pálida y repleta de sombras que la llama del mechero no consigue ahuyentar. Con unos carnosos labios sostiene un cigarrillo.

- Mi abuelo detesta que fume pero no me importa, siempre vengo aquí. Avelino solía darme conversación.
- ¿Tu abuelo?
- Sí, Don Fulgencio Colmenero ¿A que tiene los pies diminutos?
- Lo siento pero no creo que seas su nieta. Don Fulgencio Colmenero no tiene familia, nadie podría soportarlo durante mucho tiempo.
- No hables así de mi abuelo, es buena persona siempre y cuando se le obedezca.
- ¿Dices que conocías a Avelino? ¿Sabes qué le pudo ocurrir para que cometiera esta atrocidad en las cuentas?
- Sí, lo sé pero todavía no puedo decírtelo.

Sin saber como lo hizo se colocó tras de mí. Ahora puedo sentir su aliento en mi nuca.
- ¿Ha hecho alguna vez el amor sobre un escritorio del siglo XVIII? Yo sí, es algo increíble.-Ahora su mano acaricia mi brazo y uno de sus pechos se clava mi hombro. Es grande y tenso y empiezo a sentir una especie de cosquilleo en la entrepierna. Tengo que acabar con esta situación.

- Será mejor que te marches, tengo mucho trabajo y a Don Fulgencio no le gustara que esté perdiendo el tiempo.
- Vale, ya me voy. Pero hágame caso, nunca deje de trabajar, obedezca a mi abuelo.

Tras decir eso noto como se aleja. Camina en la oscuridad iluminada por la ceniza candente de lo que supongo es un canuto de marihuana. Después cierra la puerta y echa el cerrojo. El olor a marihuana y chicle de fresa desaparecen, ahora sólo huele a humedad y polvo.
No le doy importancia, seguro que es una alumna del instituto que se ha fugado una clase para fumar porros en aquellos pasillos. Seguro que se conoce el edificio muy bien y con los años se habrá hecho con una llave de todas las puertas del edificio. Mejor vuelvo al trabajo y me olvido de todo, si me doy prisa en poco tiempo habré terminado aquella montaña de papeles.

Las cuentas me están volviendo loco, cada año son más disparatadas, sin sentido. Quizás el tal Avelino no soportó la presión de trabajar para Don Fulgencio Colmenero y acabó volviéndose loco. Eso es lo único que explicaría el desastre en los libros de cuentas.
Cuando termino el último informe el flexo comienza a parpadear. Siento un gran alivio y me dan ganas de gritar y saltar por toda aquella habitación de la cual ni siquiera sabía cómo estaba decorada.
Como si me hubiera estado observando o si hubiera estado calculando el tiempo que tardaría en realizar el trabajo, Don Fulgencio Colmenero abrió la puerta.
Desde la puerta me observa un largo rato a través de sus gruesas gafas con las manos dentro de aquella holgada gabardina. Vuelvo a sentir el mismo escalofrío por la espalda y rezo para que no me dé más trabajo, estoy agotado.

- Muy bien, creo que ya basta por hoy. Seguramente tendrá hambre. Puede marcharse a casa y mañana a las ocho en punto le quiero de vuelta. Sígame por favor, le acompañaré hasta la salida.

Mi cuerpo experimenta una cierta ligereza al escuchar aquellas palabras. Antes de salir de la habitación intento aprovechar la luz que proyecta la linterna de Don Fulgencio para averiguar cómo es el cuarto en el que he pasado la mayor parte del día, pero me resulta imposible pues Don Fulgencio Colmenero ya está en el pasillo.
Sigo a Don Fulgencio de nuevo hasta que llegamos a la escalera de caracol. Hace mucho frío y el olor a humedad es mayor a lo que recordaba. Vuelvo a aferrarme a la barandilla y con paso torpe bajo hasta la segunda planta. En esta ocasión las aulas están vacías y todo parece más siniestro.
Al ver el oso blanco disecado en el recibidor puedo respirar con normalidad. Antes de llegar a la puerta pienso en preguntarle a Don Fulgencio por su nieta pero no lo hago. Seguramente me toma por un loco y no me apetece escuchar de nuevo sus gruñidos, al menos por ese día.
Cuando abro la puerta de salida escucho a Don Fulgencio llamarme.

- Le recuerdo que es imprescindible que mañana traiga su bolígrafo rojo, como le he dicho es algo de suma importancia en este instituto.

- Claro Don Fulgencio, no se preocupe, me hago cargo de ello.

¡Y una mierda me hago cargo! ¿Qué me importa a mí el boli rojo? Es sólo una manía de viejo, pero en fin... lo traeré con tal de no escucharle.

9 comentarios:

  1. Supongo que, siendo coleccionista, nunca tendrá suficientes: cuando yo coleccionaba, todo me servía...
    Esa nieta, esa nieta, le da un toque...

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  2. La "manía" de coleccionar, nunca termina.La pena es que no probó el excitante escritorio...

    Un beso

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  3. Maria Jesus, los coleccionistas tenemos la costumbre de nunca sentirnos satisfechos. Siempre necesitamos más, no nos parece suficiente con lo que tenemos. Yo colecciono rostros tristes, me gusta almacenarlos en la memoria cuando paseo por la calle y me tropiezo con alguno. Tienen un misterio que me parece fascinante... Muchísmias gracias por tus palabras.
    Un abrazo.

    Duna, digo lo mismo, los coleccionistas nunca nos sentimos satisfechos. Agradezco tus palabras y tal vez algún día el contable se decida a probar el escritorio...
    un abrazo.

    Feliz año nuevo a las dos.
    El fumador.

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  4. U, tremenda la nieta, tremendo el instituto vacío, tremenda la oscuridad. ¿Y si mañana se olvida el boli rojo?

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  5. Algo bueno tenía que sacar Avelino de todo ese oscurantismo. La nieta es un puntazo. Los bolígrafos rojos, un símbolo; de autoritarismo, diría yo.
    Un abrazo muy fuerte, amigos.

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  6. Eastriver, no me quiero ni imaginar lo que pasará si se olvida el bolígrafo...Don Fulgencio se puede cabrear bastante...¿qué sucederá? enseguida lo sabremos. Muchas gracias por tus palabras.
    Un abrazo.
    El fumador.

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  7. Isabel, la nieta...la nieta es otro símbolo, como un rayo de luz en toda la oscuridad que envuelve la sala...
    A pesar de todo, el contable se ha marchado a casa con la certeza de volver al día siguiente, tal vez ella sea la culpable...
    Muchísimas gracias por tus palabras y ahora voy a retroceder en la vida en busca de mi aparcamiento...
    Un gran abrazo.
    El fumador

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  8. Dejar escapar así a la nieta. Siente sus grandes y tersos pechos sobre su hombro, nota un cosquilleo en la entrepierna y le dice que se marche, este contable ya está muerto. Es un muerto vertical.

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  9. Los bolis son de muchos colores, cada uno los colecciona a su gusto, yo los colecciono por abecedario

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