lunes, 26 de abril de 2010

cosas de genios y ya


Entre las carpetas también encontré el artículo que Yao y sus alumnos de la universidad de Pekín habían publicado en la principal revista asiática de matemáticas. El artículo era posterior al de Grigori y se centraba en dar explicación a algunas de las presupuestos que no quedaban claros según los asiáticos en el texto de Grigori. Aquel artículo les valió la mención de honor en varios premios matemáticos como aportaciones a la argumentación sobre la conjetura de Poincare. Grigori se sintió ofendido ante tal dislate y recurrió a la universidad para reclamar la ilegitimidad de aquella publicación. Para evitar un enfrentamiento entre universidades, el decano de la facultad de matemáticas solicitó una revisión de la publicación y solicitó el reconocimiento de la originalidad del artículo para Grigori. Ante la primera negativa de la revista, en la que Yao era director, el decano se dedicó a excusarse y solicitar una revisión de la autoría durante dos cartas. A la tercera, decidió dejar estar el problema. Grigori vino aquí, a este mismo despacho, totalmente decidido a renunciar a su puesto de profesor si no se reconocía la autoría de las ideas utilizadas por Yao y sus alumnos. Intenté convencerle de que era un problema más profundo, que supondría un conflicto demasiado importante. Él se levantó de la silla enfadado y se marchó. Ya no le volvimos a ver por la universidad. De esto hace ya cuatro años.

La noticia de que los trabajos de Grigori habían sido reconocidos con el mayor premio de matemáticas que se había dado en la historia: un millón de dólares, nos dejó a todos un extraño sabor de boca. Quizá llegaba demasiado tarde. En el acta en la que se otorgaba el premio a Grigori se explicaban los motivos y en una frase final se reconocía también los importantes trabajos que sobre la obra había publicado Yao. Dos días después se hacía pública la noticia de que Grigori estaba desaparecido y no se le había comunicado aún el premio. Yo no daba crédito. Él seguía viviendo en casa de su madre, una anciana de ochenta años, en el mismo lugar donde había pasado toda su vida. Cuando Grigori se enteró del premio, volvió, tras cuatro años a este despacho y me preguntó: ¿qué debo hacer? Yo no le respondí y me dijo que necesitaba pensarlo.

Grigori había renunciado a las matemáticas. Vivía en un mundo irreal. Solo se preocupaba del estado de salud de su madre y de cobrar la pensión de doscientos cincuenta euros con la que vivían los dos. Prácticamente arruinado, aun era capaz de plantearse la posibilidad de renunciar al premio, como ya lo había hecho en otras ocasiones. Yo no podía comprender a Grigori y por eso, esta mañana, cuando lo vi en el metro le pregunté: ¿por qué? Aun estoy esperando una respuesta.

4 comentarios:

  1. A veces, los genios como Grigori, sufren un extraño autismo que no les permite comunicar con su entorno de la misma manera que los demás. Para él el dinero era tan secundario como para otros el menú del día.
    Gracias por instruirnos.

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  2. No te contestará. El mundo exterior no le interesa. Él vive en su mundo interior, tan rico y tan complejo.
    Estupendo relato.
    Un abrazo.

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  3. Mercedes, en primer lugar perdón por mi tardanza. Gracias a ti por leer. Estos genios siempre me han atraído mucho y sus mentes me parece un auténtico cubo de rubick (creo que se escribe así), un ingenio al que estar siempre dando vueltas.

    Salud

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  4. Thornton, creo que esa pregunta sin respuestas encierra todas las interrogaciones del hombre. Un amigo me dijo que una vez fue pregunta de un examen de filosofía, así, a lo grande: ¿Por qué? todos los alumnos se quedaron con la mirada alucinada y muchos se salieron sin querer afrontarla.

    Salud

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