lunes, 18 de enero de 2010

El coleccionista de bolígrafos rojos

Al principio me niego a probar cualquier cosa que haya sido servida por Don Fulgencio, pero el hambre hace que me lleve a la boca una cucharada de aquella comida y la verdad es que es bastante buena.
Cuando termino de comer continuo el trabajo y al cabo de unas horas ya están actualizados todos los papeles. Al igual que el día anterior, Don Fulgencio abre la puerta y me dice que puedo irme a casa. Salgo de aquel edificio donde bailan las sombras y los silencios prometiéndome que no voy a volver, pero es inútil, al día siguiente vuelvo y así hasta que han pasado más de tres meses desde que trabajo para Don Fulgencio Colmenero. La verdad es que una vez que me he acostumbrado a sus extravagancias disfruto con el trabajo. Todos los días entro a las ocho en punto y Don Fulgencio me acompaña hasta mi despacho. Todavía no he conseguido que deje la puerta abierta pero ya no me importa, incluso me gusta estar encerrado en esta habitación. Pero lo que realmente ha conseguido mantenerme dentro de estas cuatro paredes es el incremento de sueldo que me propuso Don Fulgencio y las frecuentes visitas de su supuesta nieta. El segundo día que empecé a trabajar la estuve esperando pero no apareció, tampoco lo hizo al tercero, fue al cuarto día cuando volvió a visitarme y nunca ha dejado de hacerlo. Sus visitas duran el intervalo de un canuto de marihuana y siempre intenta tentarme para que hagamos el amor en aquella mesa del siglo XVIII, yo siempre me niego pero disfruto con aquella situación. En algún que otro momento, cuando he sentido su boca cerca de la mía, he estado a punto de besarla pero nunca lo he hecho. Ha resultado también que aquella chica tiene una conversación fascinante. Disfruto mucho con su presencia. Cuando llega, abriendo sigilosamente la puerta y fumando un canuto de marihuana, hace que me olvide de la oscuridad y del duro trabajo que me obliga a realizar Don Fulgencio. Con el paso del tiempo me he vuelto despistado, no paro de pensar en ella y los libros de cuentas bailan ante mí sin importarme que al final de cada año no cuadren bien las cuentas, pero Don Fulgencio todavía no se ha enterado, supongo que será cuestión de tiempo.
Esta mañana tengo ante mí los ingresos de las matrículas del año 1993. Hay algo muy extraño, según estos informes desde ese año hasta la actualidad no ha sido contratado ningún profesor, tampoco aparecen las nóminas de los profesores que ya estaban contratados. Quizás Don Fulgencio los tendría sin contrato, como me tiene a mí hasta ahora, pero tampoco, ya que he revisado las cuentas internas y no hay nada que indique los servicios de ningún profesor. Todo esto me hace pensar que el instituto Eduardo Asquerino ha estado funcionando sin profesores durante los últimos dieciséis años.

8 comentarios:

  1. Así seguro que no hay problemas de horarios...

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  2. Kafka.
    Todos los Nombres. Saramago.
    El maravilloso mundo de los contables.
    Otro ladrillo en la pared.
    Las imposibles matemáticas antes y después de mí.

    (sugerentísimo relato el tuyo)

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  3. Maria Jesús, los horarios no son problema mientras se cumplan las leyes de la puntualidad. Quizás los profesores eran demasiado impuntuales y Don Fulgencio los echó a todos...
    Sería maravilloso vivir en un mundo sin horarios, ¿Te imaginas?
    Un abrazo.

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  4. La verdad Blanco es que los contables están en el punto de mira de varios autores, como bien reflejas. Este es más de Kafka(salvando las distancias) que de Saramago, aunque en vez de cucaracha creo que se va a convertir en topo o en murciélago por la ausencia de luz.
    De todas formas la originalidad es un precio que todavía no estoy dispueto a pagar, prefiero dejársela a los grandes.

    Humeantes saludos.

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  5. Bueno, es la nieta, no las lentejas. El morbo es el morbo.

    Pues digo yo, que es un decir y que lo siento: me gustan los contables. Ya está dicho, y bien alto. No hay ser más tierno que un contable sensible y buena gente. Los pobres..., se pierden fuera de los números, bracean en las conversaciones, se despitan en la vida, cosas que a los poetas y narradores les es más difícil por eso del manejo de las palabras.

    ¡Vivan los contables! ¡Viva Avelino!

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  6. Gracias Isabel. Yo también estoy con los contables, aunque sea un tema manido en la literatura. Sobre todo con esos de aires despistados, los que bracean en las conversaciones y la ceniza de los cigarrillos se les derrama sobre la camisa.
    Avelino era de esos, todo el día enfrascado en las cuentas de Don Fulgencio. ¿qué habrá sido de él?
    Yo digo que ¡Viva tú, Isabel!
    Un fuerte abrazo.
    Fumador.

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  7. Las últimas lineas le devuelven la tensión al relato: un instituto sin profesores. Me gusta. Un abrazo.

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  8. Muchas gracias por tus palabras Thornton. Pronto se resolverá todo y sabremos de verdad que es lo que pasa en ese Instituto. De momento el contable permanece en la oscuridad añorando a la nieta y al plato de lentejas.
    Tus palabras me dan muchos ánimos.
    Un fuerte abrazo.
    Fumador.

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