miércoles, 24 de noviembre de 2010

Foto-Impactos de Roland Barthes

Hace unos días leí un artículo de Roland Barthes en su libro Mitologías que me pareció bastante interesante. En él, Barthes analiza los distintos signos de impacto en la fotografía artística. Empieza Barthes emulando un artículo de Geneviève Serreau de su libro sombre Brecht en el que hace mención a una fotografía de la revista Match donde se aprecia una ejecución de guatemaltecos comunistas. Dicha fotografía no es terrible en sí, sino que nos horroriza, según Serreau, por el hecho de que la apreciamos desde nuestro seno de libertad. Sigue Barthes narrando su experiencia tras visitar una exposición de foto-impactos en la galería d´Orsay y tras la cual llegó a la conclusión de que ninguna de las fotografías llegaron a impactarle. Una de esas fotografías consistía en una columna de condenados o de prisioneros en el momento en que se cruzan con un rebaño de carneros. El motivo del escaso impacto producido por la fotografía lo atribuye Barthes a que el fotógrafo nos ha sustituido de forma bastante generosa en la conformación de su tema ya que sobreconstruyó el horror que nos propone añadiendo al hecho, por contrastes o aproximaciones, el lenguaje intencional del horror. Frente a estas fotografías nos encontramos como desposeídos de nuestro juicio. Alguien ya se ha estremecido por nosotros, alguien ha juzgado por nosotros, en este caso el fotógrafo, y lo único que consigue es que apreciemos la fotografía con un interés meramente técnico o intelectual, pero nos es imposible inventar nuestra propia recepción a ese alimento sintético, ya totalmente asimilado por su creador.

De todo esto podemos deducir que cualquier foto-impacto es falsa porque han elegido un momento intermedio entre el hecho literal y el hecho aumentado. Sólo pretendían hacer signos, sin consentir en otorgar a esos signos, por lo menos, la ambigüedad, la lentitud de lo denso.

Por otro lado podemos encontrar alguna fotografía, genralmente las de agencia, donde el hecho captado se nos presenta en su natural estado, en toda su literariedad, y es allí donde el impacto es mayor ya que nadie ha intervenido por nosotros a la hora de captar ese horror y es lo natural de esa imagen lo que te obliga a una interrogación violenta. Se trataría de la catarsis crítica pregonada por Brecht y ya no de una purga emotiva. Barthes finaliza el artículo indicando que la fotografía literal introduce al escándalo del horror, no al horror mismo.

sábado, 20 de noviembre de 2010

el verdadero nombre de Francisco Umbral



Fue en el bar Salazar de Mula, apoyado en la barra y junto a una cerveza, donde Paco Ros me habló de su tocayo Francisco Umbral. Allí me abrió la puerta de su obra. Y es que no dejaré de reconocer mis grandes vacíos literarios. Apoyado en la barra me habló de Umbral y de su estilo. Quedé sorprendido, porque Ros es así, transmite una pasión por la belleza deslumbrante.

Hace unos días, en la librería París Valencia, encontré una biografía del mismo escritor vallisoletano y por su módico precio, no llegaba a tres euros, decidí llevármela y conocer algo más sobre la vida Umbral. Ya había leído varios libros de él y me había sorprendido. Me dejaba extrañado ante sus reflexiones y pensé que aquel libro me podría abrir los ojos sobre Mortal y Rosa, entre otros. Leí la biografía de Anna Caballé y inmerso en él, descubrí la novela de la vida de Umbral. Lo aconsejo. Si alguien quiere y puede, que conozca la trayectoria vital e infantil de Francisco Pérez Martínez: el hombre que quiso ser escritor.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Amanecer

Esta mañana he decido no ir a clase.
Quizás ha sido por verla a ella tras los cristales.
La lluvia, difuminando la vista, emborronando la realidad.
Habrá sido la lluvia y esta realidad de acuarela.

jueves, 11 de noviembre de 2010

El verdadero nombre de Mark Twain


Nunca me había preocupado por conocer la biografía de Mark Twain hasta que encontré un libro en valenciano que hablaba de este autor. Ya que estaba estudiando esta lengua y el libro era muy económico, lo voy a comprar y comencé a leer con la única intención de ampliar vocabulario; pero aquí me llegó la sorpresa: cuando comencé a leer, me di cuenta de que era una vida muy interesante. Huérfano desde muy joven, comenzó a trabajar para poder alimentar a la familia. Trabajó en los barcos que surcaban el Mississippi, trabajo de impresor para periódicos locales y viajó por Europa para superar una crisis económica. Una vida intensa y muy interesante si alguien se anima a conocerla.

Pero lo que me llamó especialmente la atención fue su nombre: Samuel Langhorne Clemens. Casi nada. Y yo creyendo que Mark Twain era su nombre real. Continúo. En su etapa juvenil quiso aprender a navegar y en su aprendizaje en los barcos se dedicó durante un tiempo a anotar la profundidad del río para comprobar si era navegable o no. En el argot de los marineros se utilizaba la expresión “wain” para indicar dos brazadas, que era la profundidad mínima navegable en el río. Así, el que anotaba (to mark) estos datos era nuestro autor y le pusieron el sobrenombre de Mark Twain en este trabajo. Así que este fue el origen del nombre que posteriormente pasaría a la historia de la literatura unido a obras como La cabaña del Tío Tom o Las aventuras de Tom Sawyer

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Confieso que he vivido

La siguiente entrada la ha escrito el ya conocido Potro de la Venta el Pino.
Como siempre es un orgullo para esta casa contar con sus escritos.
Culturajos.

Me mantengo despierto a horas intempestivas, con la vista cansada tras leer miles de comics de dudoso gusto. Mientras, suenan sin parar, las memorias del espantapájaros de Mclan. Al llegar casi al límite de la extenuación, siempre cierro los ojos y me sumerjo en el océano de mis recuerdos. Un viaje que, ni mucho menos, es nuevo para mí, pero su desarrollo siempre varía a merced del capricho de mi estado de ánimo. A veces se trata de un agradable baño en las aguas tranquilas del Pasico de Ucenda, cuando el calor del verano se encuentra en su máximo exponente. Otras, es el mismísimo relato de un naufrago con el que García Márquez consiguió que nunca volviese a aproximarme a ningún vehiculo de transporte marítimo. Pero hoy todo es distinto. Mi estado es completamente neutro. Mi corazón no alberga ni amor ni odio. Parece que, por fin, la guerra entre mis sueños y pesadillas, entre mis anhelos y mis miedos, se ha tomado esa necesaria jornada de bandera blanca. Tal vez por esto no me zambullo entre mis recuerdo como tantas veces antes. Hoy solo me dispongo a disfrutar como un mero espectador, tal como hacía el caminante sobre el mar nubes, protagonista de aquel cuadro cuyo autor nunca puedo recordar.
Los recuerdos se van sucediendo ante mis ojos con el embriagador ritmo de un jazz de Coltrane. Aquellos primeros amores, aquellos primeros besos que nunca olvidaremos, las miradas cómplices, los encuentros nocturnos… a la par, también encontramos esos desamores de antaño, con sus lágrimas, desesperación, tristeza y abandono. Es gracioso ver como, al igual que en la vida misma, siempre ambos van de la mano. Pero no solo de amor vive el hombre, aunque a veces sea tan difícil así creerlo. También las imágenes de familiares y amigos tienen cabida dentro de este film en el que me encuentro embebido. Todo tiene cabida dentro del singular argumento, desde esas visitas a casa de la abuela, en las que los huevos fritos y los bocadillos de nocilla eran el más exquisito de los manjares, hasta largas horas de barra en las que, al menos uno de los parroquianos, tenía algo que contar.
Las imágenes pasan una tras otra mientras me limito a disfrutar de su visionado. Hoy no es un día para evaluar el recorrido, solo para disfrutar del paisaje. Así podré meterme en la cama sin pensar en el tiempo perdido, solo en el ansia de gritar a los cuatro vientos: ¡Confieso que he vivido!

La imagen se titula: "Caminante sobre el mar de nubes" de Caspar David Friedrich.

martes, 2 de noviembre de 2010

Bob Esponja y los maestros de la República

Acabo de ver El lápiz del carpintero. Sí, he dicho bien: ver y no leer. No creo que tenga tiempo de leer todos los libros del mundo, tampoco de ver todas las películas, así que me daré tiempo para ambas actividades.


Entre otros, el libro que estoy leyendo se llama algo así como Maestros de la República. Esperaba un texto para ensalzar a los educadores de la época, y los llamo educadores en toda la connotación de la palabra, y en el primer caso: el caso de Arximiro, me he tenido que parar, he tenido que salir del libro a coger aire, y aún estoy respirando. Ha sido en esta pausa en la que sin saber, me dispuse a ver la película del inicio y el mismo dolor del maestro Arximiro lo he sentido con el médico de la película. Son dos obras dolorosas. La maldad como eje. La venganza. La guerra como exaltación del hombre como un lobo para el hombre.



Es solo una reflexión, un estado de dolor que continúa con la relación Hernández y Sijé. La pérdida. Creo que en los próximos días veré Bob Esponja para que la mirada de los niños me salve. Levantarse todos los días con una sonrisa. Ir a trabajar sonriendo. Confiar en el que tenemos al lado. Y reír de manera gratuita, como un paciente psiquiátrico.



Voy a poner la televisión. Siempre hay un capítulo de Bob Esponja en algún canal. Aprieto el botón de encendido y, oh sorpresa: la televisión no funciona.