viernes, 26 de febrero de 2010

Quisque se marcha


Palabras. Son solo palabras. Ésta fue la respuesta que un día le di a Ramón. Palabras que se unen y que dejan un rastro. Ahora me apetece andar hacia atrás, arrastrando una rama de olivo que borre ese camino.


Quisque no ha muerto. Su corazón palpita, un poco más lejos que antes, pero late. Quisque se ha confundido y no se reconoce en el espejo. No sabe a quién afeita, ni a quién peina por las mañanas. No quiere ver su rostro en la superficie de la sopa. Quisque se ha cansado de repetirse. Quisque se marcha.


Palabras. Son solo palabras. Cuando busco la línea que separa al turista del viajero. Palabras. Cuando el viajero se convierte en ciudadano. Más palabras, pero cómo pesan en la memoria.


Quisque se marcha de Bolonia, de los aviones, de Chiara o de aquella chaqueta colgada en el baño. Azules y rojos se funden en su vida. Quisque se marcha y el azar determinará si alguna vez regresa. No recoge nada, no hay más equipaje que las palabras borradas. Todo se queda sobre la cama, sobre las piedras y bajo los arcos de vía Zamboni. Todo se va al infierno.


Palabras. Son solo palabras. Si Quisque fuera una sería “vida”. Nada más. Con sus llegadas inesperadas, sus despedidas sin sentido. Sería vida. Con historias que se acaban y otras que quedan flotando en el viento.


Quisque se diluye en la multitud. Para ser todo quisque.

lunes, 22 de febrero de 2010

El Gremling


Cinco años después de la muerte de mi madre, el día en que mi padre trajo el Gremling a casa, algo cambió para siempre. Sucedió hace un año y aún hoy, cuando lo pienso, creo que mi padre lo sacó de un misterioso bazar del barrio chino y no de la cafetería del centro en donde insistía que se habían conocido. Meses, mi padre estuvo meses hablándonos a mi hermano y a mí sobre el Gremling. Y aunque él siempre lo llamó María, para mi hermano Alberto y para mí, era el Gremling.
El día de su llegada, vestía un vestido de terciopelo rojo y unos labios pintados en exceso y en ese primer momento fui consciente de su aversión al agua, como si alguna ley misteriosa le prohibiera ponerse en contacto con la ducha. Y así, con su pestilente presencia la casa se fue inundando de un hedor insoportable al que mi padre, demasiado ocupado en admirar sus ojos de Gremling, era incapaz de apreciar. Aunque a veces el Gremling si se duchaba y cuando eso sucedía era algo terrible, ya que parecía multiplicarse y toda la sala se llenaba de Gremling en torno a un juego de té donde discutían sobre prensa rosa y devoraban ingestas cantidades de galletitas saladas.
Y lo peor, claro está, sucedía cuando se marchaban de casa. En esos momentos la sala de estar parecía haber sido víctima de alguna contienda bélica y mi hermano Alberto y yo nos veíamos en la obligación de recogerlo todo.
Con el paso del tiempo el Gremling dejó de comer durante el día y no era hasta la media noche, hora en la que se levantaba después de un largo día de siesta, donde el Gremling se atiborraba de pepinillos y gintonic. Mi padre decía que era normal, que había sido enfermera durante muchos años y ese horario alternante al final acaba dejando huella. Y así, con el Gremling durmiendo todo el día y mi padre enloquecido por sus huesos, fuimos pasando aquel verano. Hasta que un día el Gremling, en un estado neurótico causado seguramente por la gran cantidad de gintonics en vena, acostumbró a meterse por las noches en mi cama. Noches en las que se pasaba un buen rato sobándome hasta que un momento de lucidez incidía en su cabeza y al ver que no era mi padre se ponía histérico y comenzaba a arañar y a pegarme mordiscos. Todo esto se fue repitiendo durante un largo año. Por suerte para todos, un día, mi padre decidió pedirle matrimonio y este, asustado quizás por un compromiso mayor, como si aquellas palabras se hubieran vuelto rayos de sol que amenazaban con destruir su piel, el Gremling salió de casas corriendo y nunca más le volvimos a ver.
Ahora que ha pasado tiempo de aquello me pregunto qué habrá sido del Gremling. Quizás haya vuelto a aquel misterioso bazar chino del que nunca debió salir. Lo que he sacado en claro es que me gusta que mi padre esté soltero, que el día que vuelva a echarse otra novia yo me largo de casa.

viernes, 19 de febrero de 2010

¿Ha existido alguna vez el Fumador?

La fiesta terminó y todos se marcharon a casa. Fumador no tiene sueño, el champán le ha desvelado y le dice a Gatsby que prefiere quedarse un rato más en el salón. Este asiente con la cabeza y se marcha embutido en una bata color franela. Fumador está en una de esas fases en las que duda de su existencia. ¿Realmente existe o todo es una ilusión que alimenta su vida? Irremediablemente recuerda su época de estudiante de Hispánicas, recuerda a un autor francés: Jean-Paul Sartre. Este se preguntaba ¿qué es escribir? ¿Para quién escribir? Y sobre todo ¿Por qué escribir? En este punto, después de varias cavilaciones filosóficas sobre el existencialismo, Sartre llega a la conclusión de que los principales motivos de la creación artística es la necesidad de hacernos sentir esenciales en relación al mundo.



Al Fumador se le quedaron esas palabras grabadas en la mente. “Esencial en el mundo” ¿qué es esencial? ¿Qué es el mundo?
Fumador saca su libreta azul donde antes había apuntado los consejos de Hemingway y de Miller y apunta: “Escribo para conocerme a mi mismo” detiene en seco la escritura y piensa el lo abstracto de aquellas palabras: “Conocerse a si mismo” necesita escribir para conocerse a si mismo, acudir a un mundo ficticio para entender el mundo real. ¿No es acaso la realidad pura fantasía entonces? ¿no estará la verdad en todo lo que no consideramos real?
El fumador mira a su alrededor y se ve embargado de una irrealidad suprema. Enciende un cigarrillo y piensa si no será todo un sueño, si en realidad nunca vinieron a perseguirle y no prendió fuego a su piso. Recordó a Poncho, a sus libros, a la lluvia de su apartamento, la pollería Junterones, el sonido de las campanillas de ascensor. Y a Fumadora. El Fumador ya casi nunca se acuerda de la Fumadora. De la forma tan trágica que tuvo de marcharse. De las noches de filmoteca, de los besos con sabor a café y domingos de lluvia.
Poniéndose en pie, se coloca la chaqueta y sale a la calle. El alba comenzaba a despuntar y encendiéndose otro cigarro se pone en marcha de nuevo hacia la calle Junterones, hacia los orígenes de lo real, mientras se pregunta ¿Por qué leer? ¿Por qué escribir? Y lo más importante ¿Por qué vivir?

lunes, 15 de febrero de 2010

Je me souviens

Imaginemos por un momento que el Fumador nunca fue a la casa de Gatsby, imaginemos también que una tarde de lluvia, amparado por un brasero y unas enaguas de punto, el fumador comenzó a leer un libro de George Perec “Je me souviens” (Me acuerdo de...) ahora imaginemos (es lo último que hay que imaginar) que el fumador ha comenzado a escribir en un folio lo siguiente:

Me acuerdo del olor a leña en el horno de mi abuela y los bocadillos de aceite y sal que luego me preparaba. Me acuerdo de una tarde con los pies colgando sobre un puente de Amsterdam donde un tipo cantaba “Let it be” de los Beatles y el sol era amable. Me acuerdo, sobre todo me acuerdo, de aquel primer beso en una callejón oscuro y del sonido que producían mis pasos al volver a casa mientras un tipo tocaba con el acordeón la canción del padrino. Me acuerdo del sabor que tenían los geranios y la forma en que el agua se desbordaba de ellos cuando mi madre los regaba. Me acuerdo de mi abuelo antes de volverse un tipo solitario y triste. Me acuerdo de ti y de las noches que decías nunca más. Me acuerdo de ese sabor que tenía la vida cuando bebía con algún amigo en las barras del mundo e intercambiábamos secretos y humo de cigarrillos. Me acuerdo de aquel primer concierto, de los nervios del primer concierto, de todas las primeras veces de todo cuanto he hecho en la vida. Me acuerdo de....


Ahora el fumador ha dejado el folio y sin volver a leerlo se ha arropado con las enaguas en este día de frío y de lluvia, en este invierno que no perdona y le ha surgido la duda. ¿De que os acordáis vosotros?

viernes, 12 de febrero de 2010

Si Quisque fuera un lugar

El padre de Quisque ha elegido una papelera. En ella ha dejado los botones de su chaqueta. Adiós al pasado. Esa chaqueta que tanta seguridad le dio en su juventud le deja frío, inquieto. ¿Es necesario vivir con miedo? ¿Se puede olvidar el pasado? El padre de Quisque deja su chaqueta huérfana de botones. Se sujeta fuerte al cuaderno de apuntes. Mira al frente. Hace frío y el sol deslumbra.

Si Quisque fuera un lugar sería el norte. Una ciudad con mar y con montaña. Si Quisque tuviese dinero viajaría lejos. Lejos del pasado y del terror. Lejos de las cartas con matasellos italianos. Lejos de ellos. Si Quisque fuera un lugar sería un norte lleno de gente, donde perderse no fuese un imposible.

Las líneas del cuaderno son la guía del padre de Quisque. Su diario infantil estaba lleno de “si fuera”. La Organización le enseñó a dar importancia a la información. Ahora es ese cuaderno lo único que tiene.

jueves, 11 de febrero de 2010

el padre de Quisque en Sants

El padre de Quisque ha llegado a Barcelona. Estación de Sants. “Se ruega a los viajeros que no olviden sus pertenencias. RENFE les agradece que hayan elegido sus servicios. Perdido entre la multitud, el padre se acoge a lo único que tiene seguro: su chaqueta. Pasa su mano callosa sobre las solapas. Están arrugadas del tiempo que hacía que no la usaba. Se la ha puesto por respeto, por lo que esa prenda significó para él durante su juventud. Con el abrigo gris frota los botones de sus mangas: uno dorado y otro plateado. Omega vuelve a relucir en los botones dorados. Alfa en los plateados.

De uno de los bolsillos del pantalón, el padre de Quisque extrae una libreta de notas. Allí siempre ha encontrado información sobre su hijo, pero las hojas amarillas no parecen mostrar nada nuevo. ¿Hacia dónde dirigirse? Nunca había tenido que tomar esa decisión antes. Señor, no debería llevar esa chaqueta, ya no le pertenece. La voz no la reconoce. Él nunca había hablado con nadie de la chaqueta. Siempre eran notas escritas al borde de una revista, en las esquinas de las cartas; pero nunca de viva voz. El hombre se marcha y el padre toma la dirección contraria. Es mejor no encontrarse con ellos.

martes, 9 de febrero de 2010

quisque y la tercera puerta


Quisque no deja de pensar en la tercera puerta. En la puerta cerrada. Nadie ha llegado a casa en los últimos días. Antonio, Massimo, VLM, la señora de la bicicleta, todos parecen haberse diluido. Sólo la tercera puerta llama su atención. Quisque busca entre sus bolsillos algo que introducir en la habitación. Como no encuentra nada decide meter sólo una pregunta escrita en un papel: ¿dónde está la chaqueta de mi padre?

La Organización no da información confidencial. Esa chaqueta nunca existió. Tu padre fue un gran hombre. Trabajador. Sencillo. Quizá no supo entender tus inquietudes. Pero ya pasó todo” Esta nota está escrita en el reverso de una fotografía donde Quisque y su padre sonreían a la salida de una bodega. Quisque todavía usaba pantalón corto. Su padre, su inevitable chaqueta.

domingo, 7 de febrero de 2010

Mueve tus caderas

El fumador ha recordado aquella vez que le robaron la voz. Ha sucedido mientras Paul Auster hablaba con Nueva York y una estela de humo ha ocultado su rostro. Todo ocurrió hace años cuando en reyes le regalaron una grabadora. Porque el fumador antes quería ser cantante. Sí, cantante. Pero aquello nunca funcionó y la grabadora quedó abandonada en una estantería de casa con todas aquella cosas que el fumador había ido abandonando a lo largo de su vida.



Hace poco, el Fumador volvió a casa de sus padres. Lo hizo después de un largo viaje donde comprendió que a veces hace demasiado frío en la vida. Allí, entre los escombros de su habitación encontró la grabadora, llena de polvo, macilenta. Al principio la miró con ese desprecio con que miramos los sueños frustrados, con la impaciencia de apartar de su vista aquel recuerdo de fracaso. La agarró con fuerza para deshacerse de ella pero antes decidió pulsar el “play”. Mueve tus caderas, la voz de un adolescente Fumador sonaba de aquel artilugio. Mueve tus caderas de Burning. El fumador no pudo evitar sonreír al reconocerse en aquellos albores de la edad viril, cuando las cosas se dejaban caer por su propio peso y nada importaba. Emocionado quiso sacar la cinta para mostrársela a la Fumadora pero al intentarlo algo hizo Crack y la cinta no salió. El fumador pasó varios días intentando abrir la grabadora pero nunca lo consiguió.

La palabras se las lleva el viento, ha pensado el fumador, pero un día yo aprendí a cazarlas.

sábado, 6 de febrero de 2010

El fumador no sabe contar estrellas

En casa de Gatsby no se ven las estrellas. Quizás sea porque las estrellas en realidad están dentro, en el salón, sobre la moqueta de Gatsby o quizás sea yo, que no se apreciar el firmamento. Creo que olvidé mirar al cielo y dibujar constelaciones imposibles.




Ha sido ahí, en ese cielo estéril donde me he preguntado si la felicidad consiste en no parar de sonreír o en tener algo en lo que dedicarse. Puede ser que la felicidad sea escuchar a Quique Gonzalez un lunes de madrugada o ver como Mile Davis derrama lágrimas de sangre sobre los tejados mortecinos de la ciudad. Quizás la felicidad esté en levantarte con resaca y no acordarte de nada o acordarte de todo y sentirte una basura. Puede ser que sea eso, que la felicidad consista en escuchar llorar a tu corazón o en llegar a casa y ver a tu madre vomitar mientras dice lo siento. A veces me pasa, a veces pienso en estas cosas cuando miro al cielo y a mi espalda todo son risas y placeres y solo atino a seguir lanzando humo de mis labios y preguntarme ¿En que consiste la felicidad?
Compleja pregunta.
Últimamente siento unos deseos terribles de largarme, de esta fantasía, de la casa de Gatsby.
Fumador.

viernes, 5 de febrero de 2010

libros y libretas


Hemos colgado la valoración del libro Entrevista a Daemon Mailer de Doménico Chiappe. Es un pedazo de libro. Recomendable. Necesario.
Os dejo el enlace. http://www.librosylibretas.com/domenico-chiappe-entrevista-a-mailer-daemon/

miércoles, 3 de febrero de 2010

el padre de Quisque

Quisque ha visto una chaqueta colgada en el baño. Es como la de su padre. La que colgaba junto a la mochila y los recuerdos. A Quisque no le gustaba ese orden. Ahora, sentado en la bañera recuerda su infancia. De nuevo su padre, con una maleta vacía, con rincones de miedo. Su padre. ¿Dónde estará su padre?

El padre de Quisque ha tomado un tren. ¿Hacia dónde? Sólo tiene una referencia. El norte. Quisque siempre quiso viajar al norte.