sábado, 30 de enero de 2010

libros y libretas


En la página libros y libretas hemos colgado una valoración del libro El cuaderno rojo de Paul Auster. Si os apetece leerla podeís hacerlo pinchando aquí.
http://www.librosylibretas.com/el-cuaderno-rojo-paul-auster/

miércoles, 27 de enero de 2010

Quisque recibe una carta

Chiara le tiende una carta a Quisque. A Quisque, via dell’Inferno 3, Bolonia. Remite: culturajos@blogspot.com. Nada más sobre aquel sobre blanco con los bordes color de barbería antigua. Quisque deja el sobre en la mesa de la cocina. Aquel piso no tiene sala de estar, es pequeño, dos habitaciones, una cocina, un baño y una habitación cerrada. ¿Por qué?, se pregunta Quisque. Chiara se encoge de hombros, es el mismo gesto que en España, qué sorpresa. Quisque deja el sobre en la mesa y bebe un vaso de agua. Tiene miedo. El pasado en forma de carta. Quisque no quiere saber nada del pasado, al menos ahora sólo quiere pensar. Recoge el sobre y lo introduce en la habitación cerrada, por debajo de la puerta. A cambio le aparece una fotografía:


Chiara juega al borde del mar. Tiene un palo en la mano, con el que busca conchas. Es feliz. Apenas doce años. Es su primer día comprometida. Él es maravilloso. Un caballero. Viste trajes a medida y pañuelo al cuello. Trabaja en el norte. Ah, el norte. El futuro está allí. Chiara viste de blanco y sus ojos atrapan el sol y el mar.


Quisque deja la fotografía sobre la mesa de la cocina. Chiara se sonroja y mira a Quisque. No comprende las palabras escritas en el reverso, pero identifica su nombre. Suena el reloj del tiempo. La pasta ya está lista. Un poco de parmesano a la salsa y es el momento de comer. Tres platos sobre la mesa. Quisque, Chiara y el tercer plato que permanece intacto sobre la mesa. Bon apetit.

Quisque se tranquiliza



Quisque se acuesta en el suelo de la plaza. El azul del cielo le tranquiliza. “Dedicada a San Petronio, patrón de la ciudad, la construcción de esta basílica se remonta a 1390, cuando el ayuntamiento encargó a Antonio di Vincenzo los trabajos de edificación de una gran catedral en estilo gótico, que según las primeras intenciones hubiera debido sobrepasar —en dimensión— a la Basílica de San Pedro, en Roma; pero como podrán suponer este proyecto no fue del agrado del Papa que obligó a bloquear la obra, disminuyendo sus dimensiones iniciales. Como ya han podido comprobar el pueblo boloñés ha sido muy beligerante en su enfrentamiento con el papado. Posteriormente, y debido a que la basílica gozó desde un principio de gran prestigio, fue escogida por Carlos V para su coronación como emperador por parte de Clemente VII en 1530…” Quisque mantiene la atención, tendido en el suelo, a un costado del grupo de turistas, durante toda la explicación. Cuando la guía termina de hablar, Quisque le pregunta quién es Carlos V. No es importante, le informa la guía, que se marcha con el grupo hacia el interior de la iglesia.

Quisque sigue haciéndose preguntas: Carlos V, San Petronio, el papado, ¿son tan importantes esos personajes? Después vuelve caminando a via dell’Inferno.

Al llegar a casa, Quisque pregunta a Chiara: ¿Bolonia es de barro o es de mármol? Chiara se sorprende de la pregunta, pero han creado un lenguaje propio que les permite entenderse. Chiara, con voz suave y tímida, le responde: Bolonia é fatta di mattoni e gesso. Il marmo é da fuori. Bolonia non é Firenze*. Entonces tú eres de mármol, Chiara. Ella sonríe, pero no comprende del todo lo que Quisque quiere decirle. Sin embargo a Quisque le duele el pecho, es como si se hubiese vaciado en esas palabras.

*Bolonia está hecha de ladrillos y yeso. El mármol es de fuera. Bolonia no es Florencia

martes, 26 de enero de 2010

Quisque frente al pasado

Quisque no quiere volver a la Feltrinelli. No quiere decir de nuevo la palabra Organización. Le da miedo. Siente que esa palabra le aleja del mundo. Paseando por Bolonia, Quisque ha vuelto al origen: vía Ugo Bassi, Piazza del Neptuno. Mira las lápidas, mira la escultura, mira a un mendigo que está sentado en las escaleras. Lo piensa. Recuerda y le devuelve las monedas que aún guarda en el bolsillo. ¿Será el inicio de una nueva historia?


Quisque continúa. Va a dar un paso más allá. Le atrae esa fachada a medio terminar. Sí. Es una iglesia, en la Piazza Maggiore, según reza el cartel sujeto a una ciudad antigua. ¡Qué pena no haber sido un buen estudiante para reconocer la época! Edificios grandes y viejos en una plaza, y al fondo una iglesia a medio terminar. Parece que los del cine no tuvieron bastante dinero, se dice a sí mismo. Se acerca un poco más a esa fachada, sube las escaleras, toca el mármol con la mano derecha y mira la arcilla que hay por encima. Esta ciudad es mentira, piensa, bajo el mármol sólo hay ladrillos de barro. Entonces reflexiona sobre sí mismo. Fundido en rojo.

lunes, 25 de enero de 2010

Quisque y unos ojos


Quisque la ha mirado a los ojos. No son azules, sería demasiada coincidencia. Sus ojos son del sur: cálidos, brillantes y alegres. Quizá guarden un poso de melancolía, de lejanía del mar, del que se ha marchado, pero aún recuerda. Ahora que su “mi dispiace” ha quedado prendido en el aire. Ahora que todos se han marchado. Ahora que se han quedado a solas, Quisque recuerda la voz metálica de mujer que surgió del telefonillo. Via dell’Inferno 3. ¿Qué podría ocultar aquella voz? Era Chiara. El ángel caído. El ángel roto y expulsado del paraíso. ¿Qué hacía Chiara en Bolonia? Quisque no se atrevía a preguntarlo. Ante la mirada del sur sólo fue capaz de preguntar sí tenía bicicleta. Chiara respondió que no y se marchó a la cocina.

domingo, 24 de enero de 2010

Ojalá te mueras



Ojalá te mueras increpó el niño y la madre murió. Aunque claro, eso no sucedería hasta varios años más tarde, porque todos, en algún momento de la vida, sentimos la obligación de morirnos.

viernes, 22 de enero de 2010

Quisque intenta explicarse


Era Mariano. Podría jurarlo. Era Mariano, pero con chaqueta y corbata. Quisque no entiende qué ha ocurrido. Todos le miran con desprecio: Massimo, Antonio, Vicente, la señora de la bicicleta, la guía turística y algunas personas que no conoce. Os lo juro, aquel señor era Mariano, el camarero de mi pueblo.

No esperábamos esto de ti, Quisque. El protagonista del relato no puede desvanecerse en mitad de una escena. Nunca. Así nadie podrá fiarse nunca de ti. Antonio habla por todos. Te daremos una nueva oportunidad, pero esta vez tendrás que conseguir que sea una actuación convincente. Todos asienten con mirada de desprecio. Todos menos Chiara, que lo mira con pena. Mi dispiace, susurra.

¡Y ni se te ocurra volver a pronunciar mi nombre!, ¿entendido? VLM no quiere que se le relacione con la Organización. Él es un pensador libre, necesita su espacio, nada de diluirse en grupos organizados.

De acuerdo, dice Quisque.

Ahora solo necesita tiempo para pensar.

jueves, 21 de enero de 2010

El coleccionista de bolígrafos rojos (Capítulo final)

(Todo esto me hace pensar que el instituto Eduardo Asquerino ha estado funcionando sin profesores durante los últimos dieciséis años.)

Sigo revisando las cuentas y hay otra cosa que no me cuadra. Cintas de video, Don Fulgencio fue comprando cintas de videos todos los años, cincuenta cintas por año. ¿Por qué querría Don Fulgencio cincuenta cintas de video todos los años?

La puerta comienza a abrirse y capto un olor a marihuana y perfume de fresa. Por fin ha venido, deseaba volver a verla.

- Hola, ¿cómo llevas el trabajo?-Su voz parecía más triste de lo normal, como algo tensa.

- Bien, aunque hay algo que no me cuadra. ¿Sabes porque no se ha contratado a ningún profesor en los últimos años? Y lo más importante ¿Por qué compra tu abuelo todos los años tantas cintas de video?

- Sí. Eso es dificil de explicar. Mi abuelo cambió mucho desde que mi madre murió. Desde entonces los profesores no han durado demasiado tiempo, al principio fue despidiendo a alguno, pero poco a poco ellos solos fueron desapareciendo. Yo no supe lo que les ocurria hasta hace poco. Mi abuelo ha diseñado un sistema de enseñanza en donde el mismo graba las clases y luego las proyecta para los alumnos.

- ¿Qué quieres decir con eso?

- Pues, eso, que los profesores se marcahron aburridos de mi abuelo y otros, pues bueno...

- ¿Pues bueno qué?

- Nada.

- ¿Cómo que nada?

- Pues eso, que nada. Porque no te ocupas de hacer otras cosas..

Ahora estaba tras de mí, acariciando mis hombros y lanzando bocanadas de humo que formaban una extraña espiral con la luz del flexo.

- ¿Te has dado cuenta?-me dice susurrándome al oído- Llevamos tres meses hablando y todavía no has visto mi rostro. Yo si te he visto a ti. Siempre que entro me encuentro con tu rostro iluminado por el flexo. ¿cómo te imaginas que soy?

- Nunca lo he pensado, simplemente me gusta escuchar tu voz pero no te he puesto un rostro-mentí. La había imaginado de todas formas posibles, con todos los detalles, con todas sus curvas.

- Podría tener el rostro quemado por algún accidente infantil o quizás me falte un ojo o una oreja. Aunque también podría ser la mujer más atractiva que hallas visto nunca. ¿no te gustaría averiguarlo?

- Sí, sería algo que me encantaría pero eso te corresponde a ti decidirlo.

- Creo que prefiero permanecer en la oscuridad.

Seguía acariciado mis hombros y una vez más sentí sus pechos clavados en mi espalda. No pude resistirlo, me giré y buscando su rostro en la oscuridad acaricie sus pechos. Ella me acariciaba con más intensidad y finalmente nos besamos. Su boca sabía a humo y tristeza y su cuerpo era suave, como una tela de seda recién estrenada. Acaricié su rostro. Estaba lleno de lágrimas.

-¿Por qué lloras?
-Porque estoy enamorada de ti y tú me has besado.
-¿Y eso es algo malo?
-Sí, porque él lo sabe y ahora vendrá a por ti como hizo con Avelino y todos los profesores.
-¿Quién vendrá?
-Mi abuelo. No le gusta que nadie me mire, ni me toque. Nunca he salido de este instituto.

Al decir esto la luz del flexo se apagó y un escalofrió recorrió mi espalda. Tras la puerta se comienza a escuchar unos pasos acercándose.

-Rápido tenemos que irnos de aquí. Agárrate a mi mano.

La cogí de la mano y caminamos hasta la puerta. Hizo girar la llave y salimos al pasillo. Todo estaba a oscuras pero se podía ver al final del pasillo una pequeña luz. Era la linterna de Don Fulgencio Colmenero que se acercaba hasta nosotros.
Caminamos en sentido contrario. Todo está a oscuras, no veo por donde vamos pero ella parece conocer muy bien aquellos pasillos. Entramos a otra habitación y nos escondemos tras una especie de estantería. Por debajo de la puerta puedo ver el haz de luz de la linterna, Don Fulgencio ha pasado de largo.

-No te muevas de aquí, voy a tratar de entretener a mi abuelo. Dame cinco minutos y depués lárgate de aquí, corre, no te detengas, abandona el instituto y no vuelvas jamás.

Quiero decirle algo, despedirme, besarla por última vez, pero ella ya ha salido de la habitación. Intento calcular el tiempo de cabeza. Todo esto me parece una locura, como algo irreal. No puede estar ocurriendo de verdad. Salgo de detrás de la estanteria, no veo nada, no escucho nada. Me pregunto si no será una broma de ella, ¿Por qué me he dejado mangonear así? Pasa el tiempo y empiezo a moverme a tientas por aquella habitación. De repente siento alguien detrás de mí, una respiración agitada que golpea levemente mi oído.

-Has tardado mucho, creo que vamos a dejar ya este estúpido juego de una puta vez.

No hay respuesta. La respiración es más agitada y su mano me recorre los hombros, baja por mi brazo derecho y se introduce en mi bolsillo.

-He dicho que lo dejes, no me apetece más seguir haciendo este tipo de gilipolleces.

Pero el silencio es cada vez mayor. La mano sigue moviéndose en mi bolsillo.
De repente se enciende una luz. Me encandilo. Con los ojos llorosos atino ver una figura delante de mí. Es ella, una chica morena, tremendamente bella, nunca la hubiera imaginado así, pálida, hermosa. Me mira fijamente y comienza a sonreir de forma grotesca. Doy un paso hacia atrás y palpo una tela áspera y vieja, una gabardina demasiado grande que esconde un cuerpo escuálido y encorvado. Siento su otra mano rodear mi cuello y apretar con fuerza mientras me susurra al oído: “Nunca debiste tocarla”


- FIN-

miércoles, 20 de enero de 2010

Miedo.

A Duna. Quisque antes del desvanecimiento:

La vida me pasó como una película frente a los ojos

Miedo. Miedo al vacío que se ha creado. Miedo a esos libros llenos de palabras desconocidas. Miedo al mundo ficticio que tira de él hacia el interior de las estanterías. Quisque se flexiona, intentando protegerse. Primero los brazos, luego las piernas. La espalda se arquea y la cabeza la acerca al pecho. Se tapa la cara con las manos. Ya no tengo miedo, se dice.

Los miedos son rojos. De un rojo brillante que se transforma en azul, cuando se abren ante el tiempo. Roja era la entrada de aquel hombre durante las noches de infancia. Rojo el olor que desprendía el saco donde guardaba a los niños. Roja la sangre que salía a borbotones cuando les sacaba el hígado o el corazón. Rojo el dinero con el que le pagaban los órganos. Y azul todas las lágrimas con las que Quisque se defendía del Hombre del Saco.

Quisque se incorpora, se estira y se plancha el traje con la mano. No eres ningún niño, se recrimina. El Hombre del Saco ya no existe. Se lo llevó padre en su viaje a Zaragoza. Quisque intenta convencerse, pero el color rojo no desaparece. Tiene miedo de revisar sus miedos. Se tiene miedo a sí mismo. Por su mente pasan los motivos que le arrojaron al viaje: el bar, el aburrimiento, el amor, la incomprensión, el pasado… Todos son rojos y el cielo es azul.


Dentro de la librería no hay azul. No hay defensa.


Unos pasos. Quisque escucha unos pasos y comienza a marearse. Quisque.

martes, 19 de enero de 2010

quisque se siente estúpido

Quisque se siente estúpido. Entre miles de libros incomprensibles. Se siente estúpido. No sabe el motivo por el que los clientes se han marchado. Entre cientos de autores que desconoce si están vivos o muertos. Se siente estúpido con su pantalón y su camisa. En una librería que se encuentra fuera de la realidad. Se siente estúpido porque no sabe qué significa Organización. Es un país donde todo tiene nombres incomprensibles. Quisque se siente estúpido.

¿Por qué motivo busca usted a VLM? le pregunta una voz en perfecto castellano. Ese autor no está en nuestro catálogo. Lo siento, responde Quisque. No sabe qué hacer, dónde poner las manos. El sudor empieza a empapar la camisa. ¿Se encuentra bien, señor? Quisque no puede responder. Cansado. Se siente cansado. Le pesa la camisa, los zapatos, hasta el pañuelo que lleva en el bolsillo. Me envía la Organización, se escucha en un murmullo antes de que pierda el conocimiento. Fundido en rojo.

lunes, 18 de enero de 2010

El coleccionista de bolígrafos rojos

Al principio me niego a probar cualquier cosa que haya sido servida por Don Fulgencio, pero el hambre hace que me lleve a la boca una cucharada de aquella comida y la verdad es que es bastante buena.
Cuando termino de comer continuo el trabajo y al cabo de unas horas ya están actualizados todos los papeles. Al igual que el día anterior, Don Fulgencio abre la puerta y me dice que puedo irme a casa. Salgo de aquel edificio donde bailan las sombras y los silencios prometiéndome que no voy a volver, pero es inútil, al día siguiente vuelvo y así hasta que han pasado más de tres meses desde que trabajo para Don Fulgencio Colmenero. La verdad es que una vez que me he acostumbrado a sus extravagancias disfruto con el trabajo. Todos los días entro a las ocho en punto y Don Fulgencio me acompaña hasta mi despacho. Todavía no he conseguido que deje la puerta abierta pero ya no me importa, incluso me gusta estar encerrado en esta habitación. Pero lo que realmente ha conseguido mantenerme dentro de estas cuatro paredes es el incremento de sueldo que me propuso Don Fulgencio y las frecuentes visitas de su supuesta nieta. El segundo día que empecé a trabajar la estuve esperando pero no apareció, tampoco lo hizo al tercero, fue al cuarto día cuando volvió a visitarme y nunca ha dejado de hacerlo. Sus visitas duran el intervalo de un canuto de marihuana y siempre intenta tentarme para que hagamos el amor en aquella mesa del siglo XVIII, yo siempre me niego pero disfruto con aquella situación. En algún que otro momento, cuando he sentido su boca cerca de la mía, he estado a punto de besarla pero nunca lo he hecho. Ha resultado también que aquella chica tiene una conversación fascinante. Disfruto mucho con su presencia. Cuando llega, abriendo sigilosamente la puerta y fumando un canuto de marihuana, hace que me olvide de la oscuridad y del duro trabajo que me obliga a realizar Don Fulgencio. Con el paso del tiempo me he vuelto despistado, no paro de pensar en ella y los libros de cuentas bailan ante mí sin importarme que al final de cada año no cuadren bien las cuentas, pero Don Fulgencio todavía no se ha enterado, supongo que será cuestión de tiempo.
Esta mañana tengo ante mí los ingresos de las matrículas del año 1993. Hay algo muy extraño, según estos informes desde ese año hasta la actualidad no ha sido contratado ningún profesor, tampoco aparecen las nóminas de los profesores que ya estaban contratados. Quizás Don Fulgencio los tendría sin contrato, como me tiene a mí hasta ahora, pero tampoco, ya que he revisado las cuentas internas y no hay nada que indique los servicios de ningún profesor. Todo esto me hace pensar que el instituto Eduardo Asquerino ha estado funcionando sin profesores durante los últimos dieciséis años.

domingo, 17 de enero de 2010

Libros y libretas


Hola a todos.
Quisque y Fumador estarán participiando como colaboradores en el blog de literatura "Libros y libretas" un blog que lleva funcionando desde Enero de 2008 y cuyo contenido se va centrar en la crítica de libros, teoría literaria, así como cualquier tema relacionado con la literatura. Os invitamos a visitar ese espacio.

Un saludo muy grande para todos.

Culturajos.

viernes, 15 de enero de 2010

Quisque de nuevo en la calle

Quisque viste traje de chaqueta, un tutto que llaman allí, corbata fina y zapatos. Al salir a la vía del’Inferno, el sol está alto, es mediodía y la gente ha hecho el descanso para comer. Hacía mucho tiempo que Quisque no pisaba la calle. La última vez la barba le daba un aspecto miserable. Ahora podría comer en cualquier restaurante de la ciudad. Catherina ha hecho su trabajo. Ahora Quisque forma parte de la Organización.

La librería Feltrinelli es de nuevo su destino. Quisque no necesita preguntar, camina bajo los pórticos de vía Zamboni. Se dirige hacia las dos torres, dejando atrás los grandes edificios de la Universidad. Mira el tráfico de personas, motocicletas y coches que se confunden. Corren a la búsqueda de un plato de pasta. Quisque no se ha acostumbrado a comer tan temprano. Al entrar, la librería está casi desierta, Quisque ensaya sus palabras: Me envía la Organización. Las ha repetido tantas veces y con tantos tonos de voz distintos que ya no sabe cuál es su significado. Las pronuncia en un susurro, pero las dos personas que están a su lado parecen escucharlas y se marchan del establecimiento.

Quisque recorre las estanterías. No entiende nada. No conoce a ninguno de los escritores. Se sorprende al comprobar que todas las obras están escritas en un idioma extraño: italiano. Nunca antes había visto tantos libros en italiano juntos. Nunca había pensado que aquello fuese posible. En la ciudad, la Fnac tenía una sección de literatura extranjera, pero los idiomas se mezclaban y había menos oferta. En esta librería no hay libros en castellano. Al acercarse al mostrador de Informazione, Quisque dice sus palabras. La chica palidece. ¿Se encuentra bien? La chica no responde. Coge el teléfono que tiene cerca y susurra unas palabras que Quisque no escucha. ¿Tienen algo de Vicente Luis Mora? La chica comienza a buscar en la base de datos. Puoi aspettare un attimo?, y sale corriendo de la librería que queda completamente vacía.

martes, 12 de enero de 2010

Quisque y el infierno

Quisque se despierta con el sonido de guitarras eléctricas. Varias personas de aspecto gótico comen cerca de él. Se levanta y sale del local. No sabe qué hora es. Se siente pesado y la cerveza ha hecho estragos en su cabeza. Busca la dirección en el bolsillo. Allí está: Vía dell’Inferno 3. En la puerta del Transilvania le enseña la dirección a una pareja: el chico que viste de negro, un abrigo tres cuarto (no sabría definirlo de otra manera) cerrado hasta el cuello, pelo largo y liso; la chica un vestido ajustado, negro, de tirantes. Quisque escucha la explicación, dicha en voz alta y palabras pronunciadas muy lentamente: Tutto diritto. Guarda, é via del Carro e a la fine gira a destra. Dopo cerca per il numero. Todas estas palabras están acompañadas por gesticulaciones del chico, mirada pasiva de la chica y la sonrisa tonta de Quisque, que acompaña con sus gestos los del chico. Poco después de comenzar a caminar, Quisque se gira para confirmar que ha comenzado en la dirección correcta, y observa algo extraño. La pareja entra en el Transilvania, pero él lleva una correa de perro en la mano, al seguirla, Quisque comprueba que el collar lo luce ella. No intenta comprender nada.

La via dell’Inferno no tiene pórticos, al menos no es como la vía Zamboni. Son calles estrechas y entonces Quisque es consciente del nombre: del infierno. Calle del Infierno. Habrán querido asustarle. Será una dirección correcta. Quisque se para frente al telefonillo del edificio. Pulsa un botón al azar. Nadie contesta, pero la puerta se abre. Quisque no sabe qué hacer. Se hace de noche y no tiene donde dormir. Con sólo unas monedas en el bolsillo tiene que dejar que la suerte juegue sus cartas. Avanti, avanti. Se escucha desde la puerta. Es una voz metálica, de mujer.

Quisque en Transilvania

Quisque lleva la ropa sucia, barba de muchos días, el pelo grasiento y VLM un libro bajo la manga de su camisa: Il sogno Della Nocilla. Quisque camina un paso por detrás o quizá sea VLM el que camine un paso por delante. La vía Zamboni se pierde al fondo y se estrecha. No es una ciudad al tamaño de los coches, piensa Quisque. El carril bici se difumina entre los adoquines. Sin embargo, VLM y él caminan bajo palio. La calle está cubierta, a ambos lados, de pórticos continuos e infinitos. Parece que los edificios les quisieran abrazar, engullir. Es una ciudad preciosa, un pasadizo a la Edad Media, dice VLM. Quisque asiente con la cabeza. Se siente intimidado. La sombra, la piedra y la noche comienzan a oprimirle cuando la calle se abre en una plaza, a la izquierda. VLM sigue caminando. Transilvania. El lugar es oscuro, con candelabros, y VLM se introduce en él.



Las mesas de madera, largas, compartidas, están llenas de gente. Todos comen en platos de plástico y beben grandes jarras de cerveza. Quisque traga saliva. En ese momento es él quien está más acorde con el escenario. VLM deslumbra con su camisa y su libro bajo el brazo. Este pasadizo nos lleva a las películas de serie B, vampiros, ataúdes y cera derretida. ¿Qué prefieres: vino o cerveza? Quisque no sabe que pedir. No te preocupes, invito. Se dirigen hacia una gran mesa redonda. Quisque deja su chaqueta, VLM su bolso. El libro lo mantiene bajo el brazo. Y vuelven a la entrada.



Sobre la barra se extienden los platos de pasta, pizza, patatas. Al menos diez especialidades expuestas a los clientes. En una mesa anexa, los platos y tenedores de plástico. Piden dos jarras de cerveza de más de medio litro. VLM paga. Puedes comer lo que quieras, le dice, y Quisque devora, primero con vergüenza, después desbocado, raciones inmensas de aquellos platos. ¿Tenías hambre? Quisque asiente, satisfecho. VLM no ha probado nada de aquella comida. Ya comeré más tarde, esto es sólo el aperitivo. Pero Quisque apenas puede respirar y se estira sobre el banco de madera. VLM sonríe y se marcha. Hay que conocer las ciudades desde abajo. Quisque sonríe y lo ve marcharse, como Drácula hacia una cita con la vida. Derrotado por la comida y el vinagre, Quisque se entretiene mirando los cuadros.

¿Dónde está Gastby?

Al parecer después de varios días de búsqueda han encontrado mi casa. Ha sido una gran suerte que mi fiel mastín Poncho escuchara los pasos en la lejanía y me alertara con sus ladridos. Mientras caigo en las garras de la desesperación miro a mi alrededor en busca de una posible salida. Todas las ventanas están selladas y la única salida del edificio ha sido tomada por la guardia civil. Sólo queda una cosa, la estantería de libros, la estantería que hay al final del salón con aquellas lejas llenas de salidas de emergencia. Dejo abierto el gas y tirando un cigarrillo al suelo me lanzo de cabeza contra aquella salida de papel. Mientras la totalidad de mi cuerpo se introduce en ella puedo apreciar la explosión del gas y el sonido inconfundible de las llamas pero ya estoy lejos, en una fiesta con champagne y un Jazz incipiente. Me acerco a unos tipos con traje gris y les pregunto por Gastby. Gatsby nunca aparece en sus fiestas. Le busco entre el tumulto y me encuentro con el pendón de Traifeler y al risueño de Lucas Corso. Nunca me gustaron sus conversaciones de falsa altanería y me mezclo con la gente. Hemingway y Miller hablan sobre París y apuestas de caballos. Me dan un par de consejos que anoto en una libreta azul que siempre llevo conmigo. Aparecen Fitzgerald y Zelda. Esta parece indispuesta y sin avisar me vomita encima. Me alejo de allí buscando algo con que limpiarme. En el escenario Santiago Biralbo al piano. Esta noche está triste. Me dirijo a la barra donde Floro Boom me sirve uno de sus mejores Bourbon. Allí está ella también, Lucrecia, Lucrecia con sus ojos acuosos, Lucrecia con su vestido rojo y lentejuelas brillantes, Lucrecia con su mirada triste. Aprecio un cierto lirismo en su forma de fumar y me imagino naufragando en esos ojos llenos de lluvia. Cuando me dispongo acercarme para invitarla a bailar Bukowski se tira un pedo a mi lado y se forma un gran revuelo. ¡Que ordinariez! Le oí decir a una mujer que iba cogida del brazo de una cucaracha de dos metros llamada Gregorio Samsa. Cuando vuelvo a mirar Biralbo está en la barra con Lucrecia y me voy a otra habitación donde Vila Matas juega a los dardos y discute sombre los hombres que nacen cansados con Joyce “El interminable”. A su lado Pepe Carvalho y el general Aureliano Buendía lanzan poemas al fuego y después se quedan mirando como todo se convierte en cenizas.
La fiesta se va consumiendo y Gastby no aparece ¿Dónde está Gastby? Nunca aparece en sus fiestas pero ¿Alguien conoce a Gastby? Me siento en un sillón al lado de Pio Baroja y Machado, hasta que llega Miguel Hernandez con Azorín y los cuatro se marchan a una mesa camilla con brasero para jugar al tute y beber anís. Yo sigo esperando a Gastby.
Al cabo de unas horas le veo entrar con su traje blanco y una sonrisa demasiado transcendental. Al verme apoya su mano en mi hombro y dice ¡Buenas noches muchacho! Le pido permiso para quedarme una temporada en su casa. No le importa. Me sirvo otra copa mientras me pregunto cuanto tiempo estaré por aquí.

lunes, 11 de enero de 2010

Quisque camina


Quisque camina. En su bolsillo guarda la dirección: Piazza di Porta Ravegnana, 1. Un pequeño plano le indica la trayectoria con flechas rojas: Ugo Bassi adelante, prolongación en Rizzoli. Al final del recorrido están las torres que Quisque había visto desde su ventana. De cerca no parecen fáciles de escalar. Hay que aceptar que no todo es posible. A sus pies otra estatua. En su derredor calles que se abren como en un dibujo escolar. Calcule la longitud de los radios marcados en esta circunferencia. Punto de unión de aquellas calles: las torres. Joder qué extrañas son. Se acerca y en la base se nota que están a punto de caerse. Quisque recuerda Pissa, Venecia, las torres inclinadas de Italia. Se imagina dentro de uno de los documentales que veía en el canal Viajar. Por un minuto se siente dentro de uno de aquellos programas y tiene la necesidad de beber vino, de comer pasta, de hablar con Michelangelo, con da Vinci. Como una voz en off comienza a escuchar: “ante ustedes se encuentran las torres Garisenda y Assinelli. Ambas forman uno de los conjuntos históricos más importantes de la ciudad. Con casi 100 metros de altura, la torre Asinelli es la más alta de las que quedan en la ciudad de Bolonia. Junto a ella, y con un grado de inclinación de más de 3 metros sobre la vertical, se encuentra la torre Garisenda, de unos 50 metros de altura”.

Ho fretta, escucha Quisque y una bicicleta le pasa rozando. Una señora con chaqueta de piel y zapatos de tacón le ha tirado del abrigo para evitar que le atropellasen. Cuando intenta dar las gracias, la señora se aleja sin saber dónde poner las manos y con mirada de desagrado. El grupo de turistas españoles que escuchaba las explicaciones de la guía se ha marchado. La plaza queda vacía. La gran ciudad, piensa Quisque, siempre una sorpresa.

Mira en el plano y busca con la mirada. Porta Ravegnana, 1. Los bajos de aquel edificio los ocupa una enorme librería: Feltrinelli, lee Quisque. Vuelve a mirar en los bolsillos. Mierda, no recordaba que tenía dos direcciones. La otra, la primera, la que le dieron Antonio y Massimo no tenía ningún plano. Quisque tira con rabia el papel al suelo y lo pisa. Tiene hambre y no tiene dinero. Se siente impotente, sólo, perdido en una ciudad desconocida. Mierda, no tenía que haber iniciado el viaje. ¿Por qué tengo que ser tan estúpido? Quisque comienza a llorar. La gente que pasa a su lado lo mira con pena. Incluso algunos le vuelven a echar unas monedas. Meteos vuestro dinero por el culo, les grita, no soy un mendigo. Al levantar de nuevo la mirada, VLM sale de la librería, con su pequeño bolso colgado al hombro y lo llama. Quisque, ven, vamos a comer algo. Quisque mueve la cola como un perro llamado por su amo. VLM se transforma en su salvador. Pero antes de salir corriendo hacia él, recoge las monedas del suelo. Un euro con veinte. Algo es algo. También recoge el papel con la dirección. Algún día me será útil.

domingo, 10 de enero de 2010

Quisque en la plaza de Neptuno


Quisque se ha dejado llevar por Neptuno. ¿Cómo llegó aquí el arte? ¿Es esta ciudad eterna? ¿Sobre que historias estaré sentado?

Las lápidas parecen palpitar. El Neptuno tiembla. La plaza parece luchar por mantener el equilibrio. A su derecha, por la avenida, pasa un gran camión. No tiene sentido, o quizá sí. La Historia es un conjunto de sinsentidos. Quisque se intenta levantar, pero se lo impide la visión que tiene frente a él: varias monedas amontonadas a sus pies y la sombra acumulada en la plaza le indican que lleva demasiado tiempo sentado. Dos euros y cinco céntimos y una dirección escrita en un papel. Son las seis de la tarde. Quisque tiene hambre. Guarda todo en el bolsillo. Se levanta y comienza a caminar.

sábado, 9 de enero de 2010

El más buscado

Me siento terriblemente amenazado. La policía anda buscándome por representar una seria amenaza para la ley antitabaco. He de hacer algo.
Seguiré informando.
Siempre vuestro, El Fumador

viernes, 8 de enero de 2010

Bolonia: la realidad


Quisque camina, sin mirar a los lados traspasa el umbral de su encierro: luz y transitar de personas. La calle es larga y se prolonga en vertical con las dos torres que observaba desde su ventana. Duda sobre las dimensiones del espacio. Podría caminar por aquellas torres, como Alain Robert, pero salta hacia atrás. Una señora de pelo cano y cardado ha estado a punto de atropellarlo. Absurdo accidente. Qué cerca estamos siempre del desastre. La señora se aleja envuelta en un abrigo de piel gris y con los zapatos de tacón que brillan con la luz del sol. Ho fretta, scusi. Y se lanza por la calle transversal. Quisque busca un destino para aquella mujer en bicicleta y descubre la amplitud de las calles. Bolonia es inmensa, de anchas avenidas, de bicicletas veloces y señoras de piel gris. Busca un lugar donde sentarse. Los escalones desiguales de una plaza. Una estatua de Neptuno en el centro y multitud de lápidas que le rodean. No sabe si la ciudad es un museo o un cementerio. Sentado, se plantea: persona, personaje o fantasma. Mientras tanto aprovecha los últimos rayos de sol.

miércoles, 6 de enero de 2010

quisque se marcha


Quisque se marcha. Lo ha decidido. Hablará con Massimo y con Antonio. Le dirá su verdad: "estoy como en casa, por eso me marcho. Salí de ella para vivir y, de nuevo, caigo en la mesa de camilla, en la complacencia. Me he conformado con esa ventana, con las dos torres del fondo, con el sonido de la gente, con el estrépito de los coches. Me niego a seguir aquí y me marcho"

Antonio y Massimo han comprendido la situación. El mensaje estaba ante sus ojos, en sus palabras. Han abierto la puerta y la luz de Bolonia ha inundado el encierro. Luz de otoño, amarilla de bosque y roja de arcilla. Quisque se ha desperezado, ha estirado las piernas. En un papel le han escrito una dirección. Búscala, le han dicho, está todo pagado. Ahora tu vida es nuestra. Y Quisque ha sonreído. Ha recordado la voz de sus padres.

martes, 5 de enero de 2010

Compañero del alma, compañero

Comencé a escuchar su nombre de lejos en el instituto, un lunes a primera hora. Sucedió en esos instantes en los que uno no ha terminado de despertarse. De Orihuela dijo el profesor, Miguel Hernández el poeta de la higuera. Por aquel entonces yo no era más que un chaval que comenzaba a descubrir el mundo y estaba más ocupado en estudiar a mis compañeras que en prestar atención a las palabras del profesor, un hombre barbudo cuyo nombre se ha perdido en mi memoria. Aquel día no presté atención y no era consciente de que ese tal Miguel Hernández iba a salvarme la vida. Años más tarde, cuando, a parte de las mujercillas, me empecé a interesar por otros aspectos de la vida fue cuando le conocí de verdad, cuando soñé con nanas de cebolla, cuando lloré la muerte de Ramón Sijé, cuando la guerra, en la maldita guerra, le habían dado muerte a este Miguel de mis Hernández. Aquella elegía, Miguel compuso aquella elegía para su buen amigo Ramón y sin saberlo había escrito mi salvación, mi forma de huir de la muerte. Porque yo también perdí a un amigo, lo perdí en Bullas, su tierra y la mía, lo perdí cuando murió como del rayo Antonio Sánchez con quien tanto quería. No quise aceptarlo, no quise vivir con la idea de haberlo perdido y, en silencio, le recité este poema, porque a veces pasa, a veces cuando más lo necesitamos las palabras se niegan a salir y tenemos que acudir a las de otras personas. Y así fui llorando en silencio hasta que un día, en un recital de poesía me atreví a levantarme y recitarla en voz alta para él. Me liberé, sentí a mi amigo tan vivo como antes y desde entonces no he parado de sentirlo. Porque la muerte es eso, recuerdo, la memoria de los que se fueron y desde entonces él siempre ha estado vivo. Así que una vez más te dedico a ti, Antonio, estos versos que siempre fueron tuyos:

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha
muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien
tanto quería.)


Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
Y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

Daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte
a parte a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de mis flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero,:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

(10 de enero de 1936)

domingo, 3 de enero de 2010

El coleccionista de bolígrafos rojos




Está anocheciendo cuando salgo a la calle. Será mejor que llame a María para contarle todo lo ocurrido este día, pero un momento… Don Fulgencio Colmenero no me ha devuelto el móvil. Mañana se lo pediré ahora estoy muy cansado y sólo me apetece dormir.
Cuando llego a casa no ceno, me introduzco directamente en la cama y quedo dormido al instante.
A la mañana siguiente el despertador no suena y tengo que levantarme de un salto, llego tarde mi segundo día de trabajo. Voy todo lo rápido que puedo pero cuando llego al instituto ya son las ocho y cuarto. Lo primero que me encuentro es a Don Fulgencio Colmenero esperándome en la entrada con las manos dentro de la gabardina y su mirada severa.

- Llega quince minutos tarde. ¿Qué se ha creído que es esto? Venga pase y no se preocupe que esto se lo descuento del suelo maldito vago. ¿Ha traído su bolígrafo rojo? -Con las prisas lo he olvidado por completo. Empecé a ponerme nervioso-.

- No. Lo siento Don Fulgencio, lo he dejado olvidado en casa.
- ¿Cómo que lo ha dejado olvidado? Esto es inadmisible, debería despedirlo ahora mismo por esto. ¿es que no comprende lo importante que es? Ya está usted volviendo a casa a por él y tenga en cuenta que todo el tiempo que se retrase se le descontará de su sueldo. ¡Usted mismo!

Esto es increíble, castigado por mi propio jefe por no traer el maldito bolígrafo rojo. Don Fulgencio Colmenero aparte de ser un hombre senil y malhumorado, cree que todavía vive en los años en los que daba clase y podía tratar a todo el mundo como si fueran sus alumnos.

- Está bien Don Fulgencio. Iré a casa ahora mismo pero... ¿Me devuelve mi móvil?
- ¿Cómo dice?
- Mi teléfono móvil, usted me lo requisó ayer y todavía no me lo ha devuelto, podría llamar a mi chica para que me acercara el bolígrafo.
- De eso nada, irá usted mismo, no hay más que hablar. Y no sé que me habla del móvil, yo no tengo nada suyo...

Salgo de allí dando un portazo. Me tienta la idea de irme y no volver jamás pero no puedo, necesito el dinero y de momento no tengo nada mejor, tengo que aguantar como sea.
Las librerías están cerradas a esa hora por lo que tengo que ir a casa y rebuscar en los cajones hasta que encuentro uno debajo de unos almanaques viejos. Todavía le queda algo de tinta.
Cuando vuelvo al instituto Don Fulgencio me espera en el mismo lugar, cómo si no se hubiera movido desde que me marché.

- Hoy ha perdido usted una hora de trabajo, ya sabe lo que eso significa. Enséñeme el bolígrafo.-Le muestro un bolígrafo bic con la capucha roja- Es perfecto, simplemente perfecto, ahora ya está usted preparado.
- ¿Preparado para qué?
- No hay tiempo para explicaciones, ha de volver al trabajo de inmediato. Le acompañaré a su despacho.
- No se moleste Don Fulgencio, creo que sabré llegar yo solo.
- De eso ni hablar, nadie camina solo sin mi consentimiento por los pasillos.

La verdad es que esperaba ese tipo de contestación por lo que asentí y caminé tras él.
Volvemos a subir a la planta de arriba y a atravesar aquel largo pasillo donde están las aulas. Están vacías. Quise preguntarle a Don Fulgencio el motivo de aquella ausencia pero no me apetecía recibir otra contestación de las suyas, así que callé y seguí caminando.

Hemos llegado a la puerta de mi despacho y Don Fulgencio saca de nuevo las llaves de su bolsillo emitiendo aquel sonido estridente. Mientras abre la puerta miro por la apertura de su gabardina y siento un escalofrío al ver asomar de los bolsillos un puñado de capuchas rojas. ¿Qué diablos era eso, me hace ir a casa a por un bolígrafo rojo cuando tiene la gabardina repleta de ellos? Pero la puerta se ha abierto y Don Fulgencio me empuja dentro de la habitación donde está el escritorio iluminado por el flexo y la oscuridad total.
Sobre la mesa vuelve a haber otra montaña de papeles que se perdía en la penumbra. Don Fulgencio entra conmigo.

- Sobre la mesa tiene todo el trabajo. Quiero que siga revisando cuentas y comprobando que todo está en orden.
- De acuerdo Don Fulgencio. ¿podría dejar esta vez la puerta abierta? Lo digo para que se renueve el aire de vez en cuando.
- Creo que eso no será necesario.
- Pero Don Fulgencio...

Antes de terminar la frase la puerta se está cerrando de nuevo y la llave girando sobre el cerrojo.
Me siento en la silla y espero a que mis pupilas se acostumbren a la oscuridad de aquel lugar. Como me den ganas de mear me lo pienso hacer fuera del jarrillo, apuntando a aquella oscuridad sin importarme si lo hago sobre una valiosa alfombra o algún mueble rescatado de la historia.
Comienzo el trabajo. Está vez tengo delante viejos presupuestos y ayudas gubernamentales. Sigo el mismo procedimiento de ayer, primero subrayo los errores y después lo paso todo a limpio. Es tarea fácil.
Cuando ya he realizado la mitad del trabajo escuchó un ruido en la puerta. ¿Será ella? La verdad es que no consigo quitarme su imagen de mi cabeza, su forma de tocarme, su aliento, su olor a marihuana y perfume de fresa. Pero ella no aparece. Seguramente aquel sonido lo ha debido de producir alguna rata royendo la madera del pasillo. Sigo con el trabajo mientras pienso esperanzado en que ella decida volver. Pero no apareció en toda la mañana.
Al medio día la puerta se abre y Don Fulgencio Colmenero deja caer sobre la mesa un plato de lentejas. Se marcha sin decir nada, levitando con sus diminutos pies por la oscuridad de la habitación. Al principio me niego a probar cualquier cosa que haya sido servida por Don Fulgencio, pero el hambre hace que me lleve a la boca una cucharada de aquella comida y la verdad es que es bastante buena.

viernes, 1 de enero de 2010

El coleccionista de bolígrafos rojos

- ¿Te importa si fumo?-dijo aquella sombra, era una voz de mujer
- ¿Cómo dice?

Escucho la piedra de un mechero y por un instante se dibuja en la oscuridad de la habitación el rostro de aquella chica. Su piel es pálida y repleta de sombras que la llama del mechero no consigue ahuyentar. Con unos carnosos labios sostiene un cigarrillo.

- Mi abuelo detesta que fume pero no me importa, siempre vengo aquí. Avelino solía darme conversación.
- ¿Tu abuelo?
- Sí, Don Fulgencio Colmenero ¿A que tiene los pies diminutos?
- Lo siento pero no creo que seas su nieta. Don Fulgencio Colmenero no tiene familia, nadie podría soportarlo durante mucho tiempo.
- No hables así de mi abuelo, es buena persona siempre y cuando se le obedezca.
- ¿Dices que conocías a Avelino? ¿Sabes qué le pudo ocurrir para que cometiera esta atrocidad en las cuentas?
- Sí, lo sé pero todavía no puedo decírtelo.

Sin saber como lo hizo se colocó tras de mí. Ahora puedo sentir su aliento en mi nuca.
- ¿Ha hecho alguna vez el amor sobre un escritorio del siglo XVIII? Yo sí, es algo increíble.-Ahora su mano acaricia mi brazo y uno de sus pechos se clava mi hombro. Es grande y tenso y empiezo a sentir una especie de cosquilleo en la entrepierna. Tengo que acabar con esta situación.

- Será mejor que te marches, tengo mucho trabajo y a Don Fulgencio no le gustara que esté perdiendo el tiempo.
- Vale, ya me voy. Pero hágame caso, nunca deje de trabajar, obedezca a mi abuelo.

Tras decir eso noto como se aleja. Camina en la oscuridad iluminada por la ceniza candente de lo que supongo es un canuto de marihuana. Después cierra la puerta y echa el cerrojo. El olor a marihuana y chicle de fresa desaparecen, ahora sólo huele a humedad y polvo.
No le doy importancia, seguro que es una alumna del instituto que se ha fugado una clase para fumar porros en aquellos pasillos. Seguro que se conoce el edificio muy bien y con los años se habrá hecho con una llave de todas las puertas del edificio. Mejor vuelvo al trabajo y me olvido de todo, si me doy prisa en poco tiempo habré terminado aquella montaña de papeles.

Las cuentas me están volviendo loco, cada año son más disparatadas, sin sentido. Quizás el tal Avelino no soportó la presión de trabajar para Don Fulgencio Colmenero y acabó volviéndose loco. Eso es lo único que explicaría el desastre en los libros de cuentas.
Cuando termino el último informe el flexo comienza a parpadear. Siento un gran alivio y me dan ganas de gritar y saltar por toda aquella habitación de la cual ni siquiera sabía cómo estaba decorada.
Como si me hubiera estado observando o si hubiera estado calculando el tiempo que tardaría en realizar el trabajo, Don Fulgencio Colmenero abrió la puerta.
Desde la puerta me observa un largo rato a través de sus gruesas gafas con las manos dentro de aquella holgada gabardina. Vuelvo a sentir el mismo escalofrío por la espalda y rezo para que no me dé más trabajo, estoy agotado.

- Muy bien, creo que ya basta por hoy. Seguramente tendrá hambre. Puede marcharse a casa y mañana a las ocho en punto le quiero de vuelta. Sígame por favor, le acompañaré hasta la salida.

Mi cuerpo experimenta una cierta ligereza al escuchar aquellas palabras. Antes de salir de la habitación intento aprovechar la luz que proyecta la linterna de Don Fulgencio para averiguar cómo es el cuarto en el que he pasado la mayor parte del día, pero me resulta imposible pues Don Fulgencio Colmenero ya está en el pasillo.
Sigo a Don Fulgencio de nuevo hasta que llegamos a la escalera de caracol. Hace mucho frío y el olor a humedad es mayor a lo que recordaba. Vuelvo a aferrarme a la barandilla y con paso torpe bajo hasta la segunda planta. En esta ocasión las aulas están vacías y todo parece más siniestro.
Al ver el oso blanco disecado en el recibidor puedo respirar con normalidad. Antes de llegar a la puerta pienso en preguntarle a Don Fulgencio por su nieta pero no lo hago. Seguramente me toma por un loco y no me apetece escuchar de nuevo sus gruñidos, al menos por ese día.
Cuando abro la puerta de salida escucho a Don Fulgencio llamarme.

- Le recuerdo que es imprescindible que mañana traiga su bolígrafo rojo, como le he dicho es algo de suma importancia en este instituto.

- Claro Don Fulgencio, no se preocupe, me hago cargo de ello.

¡Y una mierda me hago cargo! ¿Qué me importa a mí el boli rojo? Es sólo una manía de viejo, pero en fin... lo traeré con tal de no escucharle.