miércoles, 22 de julio de 2009

Cómo para casarse

A Quisque le plantean la siguiente situación:

“Dejemos las cosas claras. Antes de casarnos hay que firmar una serie de acuerdos: si tenemos un hijo, éste se vendrá con mi familia y será heredero de sus bienes; si muero antes de que el niño sea mayor de edad, lo educarán en mi país, con sus normas y costumbres; si te mueres, como padre legítimo, tendrás que pasar una pensión para el mantenimiento del niño; no podrás pedir ayuda a mi familia ni en temas económicos ni de cualquier otro favor; evitarás enemistarte con los amigos de mi familia; y si muero antes que tú, deberás renunciar a toda herencia sobre mis bienes.”

Quisque piensa que a cualquiera que se le impusiesen estas normas se plantearía seriamente el matrimonio. Pero Juan Antonio le confirma que sí, que hay quien se casó de este modo, y que fue así como Felipe II, rey de España, accedió a ser el único Consorte Real con título de Rey al casarse con María I de Inglaterra. Aceptó esas condiciones de matrimonio, amén de otras muchas, y fue rey de Inglaterra durante cuatro años, hasta que la reina murió en 1658 sin descendencia y Felipe II perdió su derecho a la corona inglesa.

En conclusión, que en algún momento hubo un rey de España e Inglaterra, y que en el siglo XVII dejaban las cosas atadas y bien atadas. Quisque se queda con la duda: ¿Quién se casaría ahora teniendo que aceptar esas condiciones? Y, es más, ya que se casa y es rey de Inglaterra, ¿no voy a presumir de haber llevado esa corona? Si la prensa rosa hiciese libros de texto esta información no se les habría pasado.

domingo, 19 de julio de 2009

1969 o tristes domingos de resaca

Hay domingos tristes, de resaca. Son días perdidos en los que, después de haber disfrutado una noche de excesos, te encuentras con la realidad de una manera brutal y la dejas pasar sin prestarle mucha atención. Esa sensación que hasta ahora sólo me había traído la falta de sueño o el abuso de alcohol, me ha ocurrió de un modo muy distinto. Sí, también hay resacas literarias, pero antes de llegar a ella prefiero comenzar por el viernes.
El primer día fue un gran descubrimiento. Fui a la librería y la dependienta me aconsejó leer El crimen de la casa Aranda. María ya sabe de mi manía, casi compulsiva, de conocer a los escritores murcianos y me habló de Jerónimo Tristante y su primera novela en una editora nacional (al menos, que ella conociese). Sin dudarlo, la compré. La leí con la sensación del que hace un descubrimiento, entre aquellas páginas nacía un pequeño héroe, el inspector Ros, y algo me decía que aquel personaje me daría muchas tardes de entretenimiento. El caso con el que abría su trayectoria, también me resultó interesante, la ambientación, la documentación o los personajes que acudían al auxilio de Ros aportando interés y notas de color a la novela. En esta historia de asesinatos no faltaba espacio para la relación de amor, la aparición de la prostitución, un héroe con una moral a prueba de cualquier presión administrativa y un amigo conocedor del mundo y sus entresijos. Vamos, que la novela tenía los mimbres básicos y necesarios, además de estar bien tejidos. Y el mayor de los aciertos, para mi, era su ubicación temporal: a principios del siglo XX, en Madrid, un momento lo suficientemente lejano para aceptar, sin exceso de crítica, el lenguaje y las circunstancias que ocurrían. Así acaba el viernes, con la agradable sensación de un gran descubrimiento.
El sábado se abrió con una nueva aventura del inspector Ros: El caso de la viuda negra. El título ya no me pareció tan agraciado como en el primer libro, pero su contenido completó la imagen que había forjado de éste, no sólo había nacido un personaje si no que me encontraba a las puertas de una serie de novela negra. Este día descubrí los orígenes del inspector Ros, viajé a Córdoba, y Tristante continuó mostrando su conocimiento de los avances de la medicina forense y la criminología de principios de siglo. Un nuevo acierto pensé. Por esas fechas descubrí un relato del autor traducido al italiano en una biblioteca de Bolonia y más tarde me hablaron de que Víctor Ros empezaba a hablar otro idiomas y se hacía un hueco en otros países. Anochece y el sábado se acaba.
Parece que es un buen momento para la novela negra. Mientras escribo estas líneas, estarán reunidos en Gijón algunos de los mejores escritores de este género, entre ellos aparece el nombre del escritor que nos ocupa, Jerónimo Tristante, que de mano de Paco Ignacio Taibo II presentará la obra de mi domingo. Puede que yo me iniciara al género con Vázquez Montalbán, la verdad es que no recuerdo quién fue el primero, después llegaron algunos escritores americanos, Petros Markaris, Camilleri o Leon entre otros. Si alguna conclusión he obtenido al leer a estos escritores es que la historia está por encima de cualquier otro argumento, que la acción debe primar sobre la reflexión y que el lector necesita formar parte del equipo investigador. De estas premisas que impongo al género negro, deduzco que el escritor no puede detener la trama en explicar detalles innecesarios, tampoco puede hacer un alarde de conocimientos que pretendan demostrar su gran documentación y no puede crear personajes increíbles ni tramas con grandes agujeros negros. El lector de género suele ser una persona inteligente y crítica, al menos en su propia visión, y ávido de buscar y encontrar piezas de un puzzle que encajen y compongan una imagen interesante. Desde aquí mi más sincera enhorabuena a aquellos que lo consiguen, y si además el personaje protagonista (un Carvalho o un Montalbano cualquiera) presenta una forma especial de ver la vida, mi felicitación se duplica.
Después de esta digresión, alcanzamos el domingo. Eso me ha ocurrido con 1969, la tercera novela de Tristante que llegó a mis manos. La trama cambió, Víctor Ros dejó de ser él para convertirse en Alsina, esa España de principio de siglo se transformó en Murcia de final de los sesenta, y todo comenzó a temblar. Me pregunto por qué después de crear unos personajes y un mundo en el que poder contar historias como las precedentes, todo tiene que cambiar así. No haré leña de un domingo y dejaré que el día pase en espera de una nueva semana.
Jerónimo Tristante seguro que nos traerá nuevas obras, que el tiempo le dará la razón y corregirá los errores que me han hecho temblar mientras leía 1969. No dudo que vendrán días festivos, más viernes y más sábado; pero, por ahora, seguiré apurando este domingo que, como todos, desemboca en un nuevo lunes.

jueves, 16 de julio de 2009

PAN Y CIRCO o yo quiero ser la reina de mi calle

Es paradójico que en el momento de la Globalización, del pensamiento universal, se desarrolle un proceso de implosión cultural tan importante. Necesitamos sentirnos anclados a un terreno firme para mirar más allá de nuestras fronteras culturales. Parece que con el desarrollo del turismo rural, el conocimiento de otras formas de vida nos haya llevado a poner en valor nuestro acervo cultural con mayor empeño que nunca (salvando las asociaciones de coros y danzas de la época dictatorial). Con la Globalización, los vinos peleones del pueblo se han embotellado y cuidado para transformase en caldos de calidad, con el cuerpo y la personalidad propios de la uva monastrell. Hemos mirado hacia atrás, hemos recuperado los aperos de labranza y nuestros recuerdos para exponerlos en el mercado público, en ocasiones, sin el menor pudor, sin el menor cuidado. De esta suerte nos vemos inmersos en una producción bibliográfica de escaso valor cultural, de carácter subjetivista y sin apenas intención de trascendencia. Cualquiera diría que es el momento de contarnos las historias que ya sabemos.
Acudiendo a la necesidad de conocer el pasado, esta recuperación no es baladí, más bien es necesaria y debería tener una finalidad: que un grupo social se reconociese, que un municipio observara su trayectoria y pudiese actuar sobre ella; pero el afán de notoriedad individual no deja ver el bosque.
¿Quiénes deberían revisar la Historia? Yo pienso que es un trabajo para los que son capaces de ver más allá del pasado, para los que miran al futuro a los ojos, sin refugiarse en lo que ya existe. La Historia la escriben los valientes, los que saben predecir, los que no tienen miedo a equivocarse. Por eso mismo, y voy a donde quería llegar, cuando observo el renacimiento de las fiestas de los barrios en un municipio cualquiera, con una elección de damas de honor, con un concurso de migas, con una charanga y un alcalde paseando por las calles del brazo de las “elegidas” me planteo hacia dónde vamos, quién toma las decisiones y si ese es un camino de futuro.
Seré sincero, ante la posibilidad de elección en materia cultural, me niego a aceptar que se regrese a los años ochenta y precedentes (no pude vivir la década de los setenta), me niego a aceptar el pan y circo de nuevo (por mucho que lo adornemos de cultura tradicional), me niego a que eso sea lo nuevo. Ante este escenario sólo me queda una reflexión: si nos sentamos a escribir las historias que vivimos y no escribimos nuevas páginas en la Historia, si retomamos las tradiciones sin evolucionar sobre ellas, si nos olvidamos de los que están por venir, entonces ¿hacia dónde vamos? Nos abocamos a una continua repetición, a solaparnos, a ser prescindibles y a expulsar de nuestras calles todo pensamiento divergente. El pueblo envejecerá, las personas envejecerán cada vez antes y estas casas serán, poco menos que, un museo folclórico al que venir de visita una vez al año. Después, cuando ya nos hayan visitado, cerraremos la puerta y seguiremos eligiendo damas de honor y ganadores de concursos de migas para regocijo de los que no ven más allá del ventorrillo.

martes, 14 de julio de 2009

CUANDO SE ES CABEZA DE LEÓN

Ser cabeza de ratón no debe de ser tan malo. Haber sido campeón de canicas de mi calle o haber ganado los cien metros del barrio durante mi infancia me hacen sentir importante. Además, quedé segundo en un campeonato comarcal de ajedrez. Por tanto, ser cabeza de ratón no sería malo si no viviésemos en un mundo de leones.
Hace unos días terminé de leer La luna roja, novela de Luis Leante publicada con Alfaguara. Con mucha alegría descubrí que no era el mejor escritor de Caravaca o el mejor novelista de Alicante. Aunque ya podía intuirse, descubrí que se había convertido en un león, en uno de esos escritores que tienen un hueco en la literatura nacional por trabajo, constancia y virtud. Yo, que aún sigo viviendo en un mundo ratonil, inocentemente creí haber escogido mal el orden de lectura, y me explico. La luna roja, no de un modo premeditado, sucedía a La sombra del viento en mi lista de lecturas. El número de reediciones de esta última obra y las críticas recibidas me hacían prever un caudal de placeres casi infinitos. La finalicé en una semana, sin más pena ni gloria que recordarme continuamente a otra obra del mismo autor, Marina, con la que presentaba excesivas similitudes. Cuando cerré, por fin, el libro, suspiré de alivio. Se había acabado y los placeres no habían llegado en tropel, como esperaba. Con esa disposición inicié la obra de Leante. Temí que fuese una repetición, que mis expectativas, ya cubiertas en muchos de sus libros anteriores (no dejen de leer Academia Europa, reeditada en Punto de lectura), no fuesen alcanzadas. Pues bien, me sorprendió, me fascinó y me dejó unido a la historia durante dos días. No les haré un resumen de la trama, merece llegar virgen a ella e ir desnudándose al ritmo que sus personajes van reviviendo ante nosotros.
Leante tiene un don especial, se enfrenta a cada novela como un nuevo reto, no como el arquitecto que repite esquemas estructurales o el pintor obsesionado con las variaciones sobre una obra. Leante se reinventa en cada libro y te lleva de la mano a pasear por Cuba, España, Turquía o el Sáhara con la mayor naturalidad. Mira el lado humano, demasiado humano, de las personas y sus personajes no se convierten en héroes al uso romántico (no recuerdo finales edulcorados y previsibles en sus obras). Y sus estructuras siempre tienen un carácter novedoso.
Días después de leer La luna roja, confirmo que no estaba equivocado, que esta novela no desmerece la trayectoria del escritor, que este libro no se ha achicado ante las barbas leoninas de Ruiz Zafón, y que en una lucha cuerpo a cuerpo, como la que mantienen todos los libros que se leen de manera consecutiva, ha salido vencedor. Luego el mercado dirá el número de ejemplares vendidos, las traducciones a extraños idiomas o las presencias en las ferias del libro de ciudades; pero para mí se confirma el lugar preeminente que le corresponde a este escritor que, desde siempre, no pertenece al mundo de los ratones, si no que pertenece al mundo de la Literatura.

domingo, 12 de julio de 2009

LA SOMBRA DEL VIENTO o como ahorrar energía

El ser humano evoluciona para conservar la energía. Los homínidos adoptaron la posición bípeda para poder hacer grandes desplazamientos con un mínimo esfuerzo. A finales del Neolítico se inventó la rueda. Y después, el hombre, aunando esa energía que permanecía latente, fue obteniendo resultados que le hacían la vida más fácil. Pero demos un gran salto histórico y acerquémonos a la Edad Windows y al prestigiado “cortar y pegar”. ¿Cuántas horas no nos habrá ahorrado este sencillo gesto?
He dado este pequeño rodeo para llegar a un lugar común: la literatura. Y más concretamente a La sombra del viento. Es extraño que aún queden personas en esta sociedad de la prisa que lean. Es extraño que no esperemos a que aparezca la película que nos resuma en dos horas un libro de cuatrocientas páginas. Es extraño que alguien haga el esfuerzo de pasar una semana leyendo una historia que no le reporta más que placer estético. A pesar de tanta circunstancia adversa, Ruiz Zafón logró invertir el ritmo de la Historia y provocó que millones de personas estuvieran dispuestas a gastar su energía y su tiempo en la lectura de una novela. Críticas a favor o en contra de estos superventas de la literatura universal, no cabe más que darle la enhorabuena al escritor por su obra y su efecto social.
Yo soy de esos individuos reticentes a la moda, quizá por eso vista camisetas desgastadas por el uso, pantalones de la temporada anterior y se me pueda ver leyendo alguno de los libros que triunfaron hace unos años. Sí, yo soy de esa rara especie que prefiere no hacer lo que hace la mayoría, y mientras en del dos mil cinco al dos mil siete parecía que todo el mundo tenía que leer La sombra del viento, ver Gran Hermano u Operación Triunfo, yo buscaba en las librerías novelas que en algún momento habían sido importantes. Fue así como encontré Marina, novela juvenil del ya citado Ruiz Zafón y que leí con gran interés en su momento. Marina era una novela de intriga, con paisajes oscuros de Barcelona, con personajes juveniles y grandes mansiones. Disfrute su lectura pero no llegó a suponer el impacto que esperaba. El mito Ruiz Zafón, en ese momento, cayó algún peldaño. Meses después pensé que el escritor podría haber realizado una novela menor y que La sombra del viento fuese una historia con dobles o triples lecturas que dejasen el sabor del mejor de los calderos murcianos. Incluso logré dejar de pensar en esa historia, a pesar de que a mi alrededor el libro crecía como las setas en otoño.
Ahora, en el dos mil nueve, he terminado de leer el ingenio del escritor catalán. El libro estaba oculto en las estanterías de una amiga que limpiando el polvo lo sacó a la luz. Parece que el libro también me eligió a mí. Lo tomé en préstamo y lo leí con interés. Mientras iba transcurriendo la historia, la memoria me traía retazos del libro que ya había conocido, de aquella novela juvenil con mucho menos prestigio que la que tenía en mis manos. La sombra del viento me devolvía paisajes, personajes y misterio. La sombra del viento me llevaba a lugares comunes de una Barcelona desconocida para mí y recreada sólo en las novelas. La sombra del viento comenzaba a perder interés. La acabé de leer con la sensación de haber malgastado más energía de la necesaria. Pensé en el escritor que pasa meses o años luchando contra una historia, contra una estructura narrativa, contra unos personajes que toman vida para poder reunirlo todo en una novela. Pensé en los narradores que buscan nuevas formas de novelar y que en muchas ocasiones hierran en el intento. Pensé en esos locos que todos los días comprueban qué hubiese ocurrido si la rueda no fuese completamente circular. Un gasto energético innecesario, pensaremos muchos, pero útil para salir de la monotonía.
La sombra del viento, en su vuelta a los lugares de Marina, me pareció parte de la monotonía del autor. De esas rutinas y rituales que para su poblador hacen la vida más sencilla y que, para el profano, vistas desde el microscopio del momento se engrandecen y pasan a ser obras maestras. Son ejemplos de esas rutinas el caldero murciano que antes citaba, las fabes con almejas, las palmas flamencas o la recogida de la aceituna en Jaén. Todo sorprende al neófito y puede cansar al que ya ha probado de ese bocado que le habían dicho que era exquisito.
Desde hace unos días me enfrento a las tapas de La sombra del viento sin el interés acumulado por cientos de elogios en los últimos cinco años y me planteo si no sería mejor leer otra novela del mismo escritor. Tendemos al mínimo esfuerzo, y yo, seguidor de esta idea, pienso que para qué volver a una historia similar, con personajes similares, existiendo bibliotecas llenas de libros. A los que, contrariamente, hayan encontrado en el autor a un gurú de la literatura, a los que se entusiasmen con sus novelas y las relean sabiendo que al menos no les va a defraudar, sólo me queda felicitarlos. Yo estoy cansado del arroz con conejo de todos los domingos, al menos en los placeres me niego la rutina, a pesar de que a mis familiares les encante y no puedan pasar sin su hábito dominical.

viernes, 10 de julio de 2009

La Guadaña

Quisque ha visto a la Parca. Olía a humo y parecía feliz. Otro muerto más en una época propicia, quizá sea un buen momento para hacer oposiciones a necrólogo. Fijando su vista en la hoja de acero, Quisque ha comprobado que no había sangre, sólo los restos de una cuerda colgaban de la guadaña. La muerte silbaba una de los Burning: "esto es un atraco nena..." ¿Habría sido una muerte o una liberación? A veces la vida es tan caprichosa...

jueves, 9 de julio de 2009

El Fumador II

El fumador ha decidido ser feliz. Pero es consciente de la dificultad que entraña tal empresa, aunque el fumador es consciente de que la felicidad consiste en pequeños instantes que van edulcorando los días. El Fumador ha puesto en Google “felicidad” y le sale un enlace a una página llamada Youporn, el Fumador cree que ha encontrado la fuente del placer, una página donde por el módico precio de nada te ofrecen escenas porno. El Fumador ha encendido un cigarro y mientras lo sostiene con los labios ha comenzado a masturbarse. Cinco minutos después todo ha terminado, el cigarro, la porno y su potente erección. Ahora solo le queda mirar por encima de su ombligo y limpiar su último instante de felicidad.

El Fumador

El fumador ha despertado atado a la cama. Ha intentado gritar pero la tos se lo ha impedido. Desde su posición observa la cajetilla de cigarros, el encendedor y una sombra negra observándole. Con el tiempo ha llegado a acostumbrarse a aquella presencia, a su aroma putrefacto y su mirada cavernosa. La sombra ha levantado una guadaña y la oscila sobre su cabeza. El fumador ha empezado a sudar y la tos sigue evitando cualquier amago de grito. Finalmente la guadaña se abalanza sobre él pero no siente nada. El metal ha cortado las cuerdas y vuelve a ser libre. Se levanta y encendiendo un cigarro comienza a vestirse para ir al trabajo mientras la sombra lo observa con una mirada paciente.

miércoles, 8 de julio de 2009

LA MORA CRISTIANA o cómo destrozar una leyenda

Dicen que una mentira repetida puede transformarse en una verdad. Así quiero imaginar que surgían las leyendas, como las de los tesoros en las paredes de los conventos, los barcos de gran riqueza varados en los fondos del puerto de Almería o el mito de Che Guevara. Tantas páginas se han escrito, tantas conversaciones han ocupado, que al final no queda más remedio que creer. Pero la leyenda a la que me refiero tiene un carácter más localista y se desarrolla en un pequeño pueblo del noroeste murciano. Pongámosle nombre: Bullas.
La leyenda se ubica cronológicamente en la noche del 23 de junio, más conocida como la noche de San Juan. Hace muchos años se decía que esa noche mágica, por las faldas del monte Castellar, se podía ver a una mora que bajaba a la poza del Salto del Usero y se lavaba con las aguas del río Mula. Aquél era un acontecimiento social, los vecinos del pueblo se acercaban al lugar en silencio, a la espera de la llegada de la mora, que lógicamente nadie veía y aseguraban que no había hecho su habitual recorrido porque se habría sentido vigilada. No faltaba quién, en un rapto de egocentrismo, afirmaba haberla visto a altas horas de la madrugada, cuando ya todos los vecinos se habían marchado. Si no la había visto directamente, se lo había contado cualquier amigo; pero la mora existía. Así se fue forjando la leyenda y tomando forma.
Con el auge del tradicionalismo, la recuperación de las costumbres, aquella leyenda de la mora no pasó desapercibida y, al tiempo que algunos jóvenes aprendían a tocar la bandurria o el laúd, también decidieron aprehender la esencia de la noche de San Juan. Un año, no creo importante saber cuándo ocurrió el hecho, decidieron aprovechar que el pueblo seguía aglomerándose en las faldas del monte para dar presencia a la leyenda. Alguno de aquellos jóvenes, tapado por una tela blanca, descendió hasta el río, se lavó y volvió a subir hacia el monte. La leyenda había tomado cuerpo. La mora existía y todos la habían visto. Después se habló de si la mora vestía zapatillas de deporte o la ropa era inadecuada para el hecho histórico, pero todos la habían visto. A partir de ese año, el descenso de la mora se convirtió en un acto cada vez más folclórico y abierto. Aquella imagen no temía ser contemplada, aparecía a una hora convenida (en torno a la medianoche) e incluso algún año llegó a multiplicarse y bajaron tres moras muy poco femeninas (hasta ese momento nunca lo habían sido).
El último acto en este proceso evolutivo tiene que ver, en la era de la comunicación, con la presencia de los medios audiovisuales. La noche de San Juan, legendaria, quedará impresa en fotografías y en películas de vídeo. Los encargados de la televisión local se encargarán de repetir tres veces diarias las imágenes para que todo el municipio pueda verlas. La repetición de esas imágenes borrará el halo de magia y hará el hecho una acción totalmente mundana. Llegados a este punto, olvidado el origen de leyenda, comenzamos a manipular la bajada de la mora como un espectáculo no exento de espectadores con pipas, con botellas y grandes focos. No incidiré más en el hecho mediático en sí y pasaré a revisar el motivo de mi artículo.
29 de Junio. En pleno atardecer contemplo en la televisión la grabación realizada en el Salto del Usero en la noche de San Juan. Este año ha tocado baile con influencia árabe, exhibición del fuego en velas contenidas en copas que asemejan esferas de luz en las manos de las bailarinas (me sorprende la actuación gratamente). Después, no recuerdo se había un intermedio entre los dos actos que relato, aparece un séquito portando antorchas que abren camino a la protagonista de la noche hasta la poza natural. El aire de la noche completa los cuatro elementos básicos de estas noches de magia: aire, tierra (montaña), agua (río) y fuego (antorchas). Todo está servido para que la mora, ataviada con ropas de fiesta y cubierta en casi la totalidad de su cuerpo, se introduzca en el agua. Camina hacia la pequeña cascada y, a medio camino, hace uso de una cántara que llevaba con ella. Recoge agua para levantarla por encima de su cabeza. La imagen de televisión muestra a la mora de espalda, con la cascada al fondo. La cántara gira sobre sí misma dejando caer el agua frente a la mora que este año no parece que vaya a mojarse la cabeza, el acto se convierte en un hecho diseñado para el disfrute del público. Al finalizar la caída del agua, la mora baja la cántara hasta el nivel de la poza y hay ocurre lo más inesperado de la noche: la mora se santigua, la señal de la cruz cristiana cubre el cuerpo de este antepasado musulmán. No entiendo si es un error o un intento de fusión de culturas. Me quedo perplejo ante la imagen que acabo de ver.
Necesito un tiempo para reflexionar. Una musulmana que se santigua, en la noche de San Juan o en el solsticio de verano. Religiones monoteístas, paganismo o animismo se acaban de mezclar ante mis ojos. ¿Estamos ante un nuevo paso en la evolución de las creencias actuales o se confirma el sincretismo religioso esperable tras el proceso de globalización? Sigo perplejo, pero no dejaré que el lector se aburra con estas reflexiones.
La mora se gira hacia la cámara y vuelve a repetir el gesto de elevar la cántara con agua y devolverla a la poza. Las venas de los brazos se marcan en la protagonista, la belleza clásica y lánguida parece que ha perdido importancia esta noche. No se puede intuir ningún rasgo de su cara, la ropa ancha disimula las ondulaciones del cuerpo femenino, sólo los antebrazos y las manos se hacen públicos y no parecen que formen parte de un cuerpo similar a las bellezas que vivieron en los jardines del Generalife. El agua salpica contra el ropaje con brillos dorados y que ahora está empapado después de la inmersión ritual. La cántara desciende de nuevo y la mora se vuelve a santiguar. Prefiero no pensar. La mora y el séquito van desapareciendo ante mi mirada. Ahora sólo me queda la reflexión. ¿Cuál será el siguiente paso en esta leyenda?

domingo, 5 de julio de 2009

culturajos de ajedrez

Quisque necesita saber por qué aparece una dama en el juego del ajedrez. No era una posición común para una reina estar en el campo de batalla y menos aún desplazarse por el con mayor libertad que cualquier miembro de su ejercito. Por ese motivo Quisque buscó el origen de aquella pieza y lo encontró en Valencia. A finales del s. XV se produjeron las revoluciones necesarias: descubrimiento de América, desarrollo del uso de la imprenta y la introducción de la dama como la pieza más poderosa en el tablero. Acusan a la dama del ajedrez con querer acercar su influencia con la reina Isabel la Católica; pero, como de todos es sabido, el reino de la primera ha perdurado más y es más amplio que el de la segunda. Isabel juega con negras y pierde.

sábado, 4 de julio de 2009

¿Sabes de quién se habla?

Hay autores condenados a la gloria, éste es uno de ellos. Si tuviésemos un manual de qué hay que hacer para destacar en el mundo de la cultura encontraríamos la siguiente receta:
- Pública pronto y sé un trasgresor.
- Haz muchos amigos, sé el centro de la sociedad.
- Conviértete en un personaje de tu propia creación: sé original.
- Defínete como alcohólico, drogadicto, como homosexual o como un genio.
- Muere pronto y no dejes que la naturaleza te mate. Sé protagonista de tu propia muerte.
- Deja tantos amigos como enemigos a tu paso.

Este autor sólo tardó sesenta años en conseguirlo todo. Además fue padre de un nuevo estilo, no tuvo hijos (que yo sepa), se murió de éxito, de sobredosis vital. Entre sus obras destacan, como era necesario, su última novela inconclusa y la novela póstuma. Ninguna de las dos ha pasado a la historia.
Ante ustedes un hombre que se puso un objetivo y lo vivió.

¿Sabes de quién se habla?

Hijo bastardo de un notario, la vida se le presentaba difícil, pero el ingenio y la capacidad de aprender le llevaron a altas cotas de popularidad. A los 26 años fue acusado de sodomía por algún enemigo que, ocultándose en la posibilidad de las acusaciones anónimas de la época, pretendía desprestigiar su posición. Algunas de sus grandes obras quedaron incompletas ya que su temperamento y su diversidad de intereses le llevaban de una a otra de las artes. Para él era suficiente con haber acabado la obra en su mente y no era necesario que estuviese acabada sobre el papel. De hay que sea más conocido por sus ensayos, anotaciones y bocetos que por sus obras. Superada su fase de aprendizaje no pudo independizarse de su maestro y continúo en su taller, trabajando hasta que las circunstancias le hicieron cambiar de ciudad. No podría ser definido con otro nombre que el de artista, por tanto, aunque no exclusivamente literato, su obra ha influido en todas las artes, también en la literatura.