lunes, 30 de noviembre de 2009

Nunca seré Humphrey Bogart


Dejo la gabardina en el perchero y me acerco a la barra. La penumbra es perfecta, sólo ilumina mi rostro una tenue luz proveniente de algún lugar. Echo hacia atrás el sombrero. Acariciando mi barba de tres días voy aflojando el nudo de la corbata.
- Un wisckey con hielo.

Enciendo un cigarro mientras al fondo de la barra una dama bebe en silencio. Su mirada es incierta. Decido ocultarla entre una espesa cortina de humo. Un humo denso que sale de mis labios y se filtra en el ambiente, en la noche. En el escenario hay un tipo con un piano. Entona un blues, un triste blues de acordes lentos y elegantes. Siento el whisckey bajar por la garganta al ritmo que aquel tipo acaricia las teclas. Una nueva calada oculta mi entorno en bruma. El amor es algo barato, un sentimiento gratuito cuyo precio a veces resulta excesivamente caro. Me enamoré un día y aún estoy pagando mi deuda. Una deuda que no consigo ahogar en alcohol, el resultado simplemente es el acartonamiento del corazón y un escozor en el bolsillo. El piano sigue sonando y yo me siento simplificado como el amor , porque el amor nos simplifica a un sólo ser, una sola persona y las simplificaciones siempre tienden a eliminar algún factor del entramado numérico de sentimiento.

- Otro whisckey por favor, pero esta vez que sea doble que aún me quedan muchas cosas por olvidar.

El alcohol de esta noche cambia la perspectiva del momento. Me siento animado y seguro de mi mismo. La dama sigue bebiendo al fondo, el piano suena, la noche avanza sobre la vida. ¿No es acaso la noche un escenario donde danzan las almas errantes? Y la vida, la vida es una senda rectilínea marcada por el motor del tiempo, un tiempo que atropella y aparta del arcén los cadáveres de su avance para incrustarlos en la memoria de los demás pasajeros. Eso es la vida.
Decido acercarme a la dama ofreciéndole un cigarro. Me embarga su olor, una esencia limpia y húmeda, demasiado limpia para mi gusto, pero agradable ante el hastío del momento. Me sonríe y acepta el cigarro. Fuma con esa manera que tienen de fumar las mujeres cuando quieren resultar sensuales, atrapando el humo con los labios, succionándolo para luego arrojarlo a los techos de las cantinas con un sugerente ¡Chop! La colilla queda impregnada de carmín y el ambiente cargado de humo. No me apetece hablar, tampoco reír, me limito a sentarme a su lado e imaginarme que ambos somos amantes, ella sigue mi juego. La invito a otra copa, a otro cigarro, ninguno hemos sobrepasado los limites de este extraño juego. Ni una palabra, sólo sexo imaginario, un amor efímero, un sabor dulce en el paladar. Hasta que ella se aburre y abandona. Se marcha por la puerta dejando una colilla con cazmin en el cenicero, una estela limpia y húmeda y un contoneo de caderas perdiéndose en la noche.
Vuelvo a estar solo. Termino el cigarro, pago la cuenta, apuro el culo del vaso, le doy cinco pavos al tipo del piano y salgo del bar. Vuelvo a encender otro cigarro y sigo caminando hasta que me pierdo en la niebla del puerto.

4 comentarios:

  1. Quién sabe si un día serás Humphrey... déjate llevar tan solo. Tambuién Hamphrey se perdió solo por las nieblas de tantos puertos.

    Tu texto, de una imaginería tan cinematográfica, sigue siendo en blanco y negro, como en el buen cine negro de los cincuenta. Todo es muy desgarrado, la música continúa al fondo, y tú nos propones una escena tan desasosegante... Pero no es triste. Es melancólico en todo caso. Y eso está muy bien.

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  2. Muchas gracias Eastriver. Me gusta escuchar ese ritmo que tienen los vasos y las colillas grasientas.
    Yo nunca seré Bogart y tu nunca serás Machado, ni aunque me largue a Nueva York y tu a un café de madrid. Nunca seremos ellos porque un día lo fuimos y nos arrastraron a la realidad. Todos los días me gusta escaparme y ver como está el tiempo en Nueva York
    ¿Qué tal tus cafes?
    Saludos.

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  3. La verdad compañero, me gusta pensar que en realidad somos lo mas parecido a Humphrey que rondara los antros oscuros que se atreven a abrir algo mas alla del anochecer, con su gusto a humo, blues y alcohol. Podria encontrar este texto en un viejo arcon del siglo XVI, y sabria sin lugar a dudas que es tuyo. Un abrazo y, para no variar, nos vemos en los bares!.
    El potro de la venta del pino.

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  4. Querido Potro, la verdad es que todos llevamos un Humphrey dentro de nosotros. Seguiremos caminando, buscando el sentido a los días. Seguiremos viviendo, porque la única forma de afrentar la vida es así, viviendo.
    Muchas gracias por sus palabras Potro.
    Un abrazo o como usted dice, "Nos vemos en los bares"

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